domingo, 22 de julio de 2012

Estamos invitados a descansar en Jesús

¡Amor y paz!

El domingo pasado, el Evangelio nos relataba que Jesús había enviado a los doce apóstoles a cumplir su primera misión. La continuidad del texto se interrumpe con la muerte de Juan Bautista, que leemos en la memoria del martirio del Precursor y en la feria que corresponde a la lectura continua de Marcos.

Hoy, el Evangelio nos relata lo que siguió a aquella primera misión. Los apóstoles se reúnen con Jesús para hablar con él "de todo lo que habían hecho y enseñado". Los enviados dan cuenta de su misión a aquel que se la había confiado. Algo similar haremos nosotros algún día.

Los invito, hermanos, a leer y meditar las lecturas de la Misa y el comentario, en este XVI Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga...

Libro de Jeremías 23,1-6.
¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal!-oráculo del Señor-. Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que apacientan a mi pueblo: ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas. Yo, en cambio, voy a ocuparme de ustedes, para castigar sus malas acciones -oráculo del Señor-Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países adonde las había expulsado, y las haré volver a sus praderas, donde serán fecundas y se multiplicarán. Yo suscitaré para ellas pastores que las apacentarán; y ya no temerán ni se espantarán, y no se echará de menos a ninguna -oráculo del Señor-. Llegarán los días -oráculo del Señor- en que suscitaré para David un germen justo; él reinará como rey y será prudente, practicará la justicia y el derecho en el país. En sus días, Judá estará a salvo e Israel habitará seguro. Y se lo llamará con este nombre: "El Señor es nuestra justicia". 
Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6.

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.

Él me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.

Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

Carta de San Pablo a los Efesios 2,13-18. 
Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz; él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona.  Y él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu. 
Evangelio según San Marcos 6,30-34.
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. 
Comentario

La respuesta de Jesús a la explicación de los apóstoles es singular. La respuesta se concreta en llevárselos con él a un lugar donde nadie les estorbe y puedan descansar con (en) él. Aunque la cita no es del todo paralela -ya que el texto se refiere a los pobres y pequeños- a la situación del retorno de la misión se le pueden aplicar aquellas palabras de Jesús: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os daré alivio" (Mt 11,28).

El trabajo del pastor no es fácil ni descansado. Ha de mantener la unidad de su rebaño, "reunir el resto de sus ovejas" según palabras del profeta Jeremías (1 lectura). Ser fiel a la misión encomendada: lograr que la palabra y la obra del Señor -a quien en el salmo proclamamos como Pastor- lleguen a todas las ovejas, tanto a las reunidas en el aprisco como a las dispersas.

Por eso, quien es enviado como pastor necesita descanso. Pero el descanso de los pastores no es otro que este: los pastores hallan su descanso en el Pastor. Es, de hecho, lo mismo que escuchábamos en el evangelio de Juan el segundo domingo del tiempo ordinario: los primeros que son llamados al apostolado siguen a Jesús y se quedan con él (Jn 1,39). El descanso del pastor consiste en saber "estar" con Jesús, escucharlo, vivir con él, profundizar en su comunión de vida como pastor. El reposo del pastor consiste en aprender íntimamente a hacer de pastor al lado del Gran Pastor de las ovejas.

Por ello es tan significativa esta escena evangélica de hoy. La primera solicitud de Jesús, como Pastor, es con aquellos que han de ser los pastores enviados por él. Así como, el pasado domingo, nos percatábamos de la austeridad de vida que Jesús pedía a sus apóstoles; hoy, viendo al "Pastor con los pastores", nos damos cuenta de otra característica del ministerio pastoral: el de la comunión de ministerio con Jesús. Tal comunión les ayudará a tener la misma solicitud de Jesús para con todos, para con la multitud que, en cada momento de la historia, vive "como ovejas sin pastor".

El Señor es mi Pastor

Junto a lo que nos ayuda a entender la misión y la vida de los pastores de la Iglesia (tanto a través del Evangelio como a través de la primera lectura: lo que se exige a los pastores enviados al pueblo de Israel), el salmo de este domingo, el conocido salmo 22, nos ayuda a acabar de situar todas las cosas en su lugar.

El salmo nos hace reconocer a Cristo, el Señor, como único y verdadero pastor del pueblo de Dios. Es él quien nos conduce a todos "a verdes praderas", nos "guía por el sendero justo", nos acompaña, nos "sosiega", "prepara una mesa" ante nosotros y está siempre a nuestra vera con "su bondad y su misericordia".

Cierto que todo esto es lo que hacen los pastores enviados por Jesús con los hijos de la Iglesia y con todos los hombres, llamados a formar un solo rebaño en torno a Cristo. Pero el pastor es Cristo y sólo él. Entender esto es entender la gran misión de los que son enviados, en su nombre, para que a través del pastoreo cotidiano, de la solicitud manifestada en el "día a día" por las ovejas, se hagan manifiestas la guía y la acción del Pastor Eterno, de aquel que ha dado la vida por las ovejas y nos ha de "hacer recostar en las verdes praderas" del reino, cuando presente al Padre, reunida en la unidad, a la humanidad redimida. Hoy es un domingo para acercarnos a entender qué son los pastores de la Iglesia y quién es el único Pastor de la Iglesia.

La obra del Buen Pastor

El fragmento de la Carta a los Efesios nos habla de la obra de Cristo. Todos los verbos se refieren a lo que Cristo ha obrado por nosotros: "ha hecho de los dos pueblos una sola cosa", "derribando el muro que los separaba", "ha abolido la Ley", "reconcilió con Dios a los dos pueblos". Y todo esto centrado en la frase "él es nuestra paz": la paz de la comunión con Dios, la paz que logra que "podamos acercarnos al Padre", guiados por el Espíritu que por él nos ha sido concedido.

La obra de Cristo es obra de paz, de unidad, de comunión. La redención de Cristo hace de toda la humanidad un solo pueblo, una sola familia llamada a vivir en la paz que proviene de la comunión con Dios. Con su sangre, con su cruz, Cristo ha hecho lo que había anunciado que haría como pastor: congregar "un solo rebaño con un solo pastor" (cf. Jn 10,14-16). A todos nosotros, los que hemos escuchado su voz -unidos a los que en la Iglesia han sido puestos como pastores- nos corresponde colaborar en esta obra de paz, de unidad y de comunión propia de Cristo.

JOSEP URDEIX
MISA DOMINICAL 2000, 9, 35-36