lunes, 2 de noviembre de 2015

La Pascua de Cristo ilumina nuestra muerte

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer el Evangelio y el comentario, en este lunes en que celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos.

Dios nos bendice….

Evangelio según San Marcos 15,33-39;16,1-6
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: "Eloí, Eloí, lamá sabaktaní". (Que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?") Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Mira, está llamando a Elías." Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: "Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo." Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios."[Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?" Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: "No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron."] 
Comentario

Nos va bien celebrar este día de los difuntos. Nos recuerda
que somos peregrinos, que vamos caminando hacia el destino
como "ciudadanos del cielo", que no tenemos aquí morada
permanente, sino que estamos destinados a una vida definitiva y mucho mejor. La muerte es algo serio. Nos llena de dolor cuando nos toca de cerca y nos infunde miedo el pensar en ella. Nos plantea interrogantes y sigue siendo un misterio. También Cristo lloró por la muerte de su amigo Lázaro y tuvo miedo ante su propia muerte. 

Pero lo que nos distingue a los cristianos de los demás es que miramos a la muerte con fe. Dios la ilumina con el hecho de la muerte y resurrección de Cristo, no resolviendo el misterio, sino dando sentido a su vivencia. No sabemos cómo, pero la última palabra no la tiene la muerte. Dios nos ha creado para la vida. Lo mismo que la cruz de Cristo no fue el final, sino el paso a la nueva existencia gloriosa. 

La misa de hoy -con textos que haremos bien en proclamar
expresivamente- nos ayuda a ver la muerte desde la perspectiva de la Pascua de Cristo, el "primogénito de entre los muertos": "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá"; "resucitaste a tu Hijo... concede a tus siervos difuntos que, superada su condición mortal, puedan contemplarte para siempre". Hemos proclamado la muerte de Cristo: "Dando un fuerte grito, expiró". Pero a la vez escuchamos el gozoso anuncio de los ángeles: "No os asustéis. No está aquí. Ha resucitado". En cada Eucaristía recordamos a los difuntos, y no sólo hoy.

En la plegaria eucarística nos sentimos unidos a los "que nos
han precedido con el signo de la fe y duermen el sueño de la
paz", a quienes "durmieron con la esperanza de la resurrección"  y "descansan en Cristo". Recordamos incluso a los que no fueron cristianos, a los difuntos, "cuya fe sólo Dios llegó a conocer". Por todos ellos pedimos a Dios que les conceda su luz y su felicidad.

La mejor oración que podemos elevar por los difuntos es la
Eucaristía. Por eso, en las oraciones le decimos a Dios que se
cumplan en los difuntos sus planes de amor y de vida: "Que
nuestros hermanos difuntos, por cuya salvación hemos
celebrado el misterio pascual, puedan llegar a la mansión de la
luz y de la paz"; "alimentados con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, que murió y resucitó por nosotros, te pedimos, Señor, por tus siervos difuntos...". 

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 14 11-12