¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 2ª. Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Marcos 3,1-6.
Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante". Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". Él la extendió y su mano quedó curada. Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
Comentario
En algún momento Jesús
dirá a la gente de su tiempo ¿Quién de ustedes puede echarme en cara un pecado?
Él fue perseguido y condenado por hacer el bien, aun cuando, como dueño del sábado,
también en ese día hizo el bien a quienes lo necesitaban. Pero los judíos, más
aferrados a la interpretación de la Ley y a la serie de preceptos que le habían
añadido, condenan a Jesús por no cumplir con esas interpretaciones, que
llegaban a esclerosar al mismo espíritu. Dios no quiere que estemos
paralizados; Él nos quiere movidos por el Espíritu para servir constantemente a
los demás. Por eso debemos tener la debida apertura al Espíritu Santo en
nosotros, de tal forma que no nos conformemos con escuchar la Palabra de Dios,
y con buscar la santidad de un modo personalista, sino que, convertidos en
testigos de Cristo, vayamos por todas partes a proclamar la Buena Nueva para
que la humanidad entera, libre de sus parálisis internas, se ponga en camino
hacia su perfección en Cristo y se convierta en un signo del amor salvador de
Dios en el mundo.
Dios nos quiere apóstoles
en camino. Él, el Enviado del Padre, no vino a sentarse entre nosotros; no se
quedó en una oficina, detrás de un escritorio, esperando para tratar de mala
gana a quienes llegaran a buscarlo. Él, como Buen Pastor, salió a buscar a la
oveja perdida hasta los lugares más recónditos e inhóspitos hasta encontrarla
para cargarla sobre sus hombros y llevarla de vuelta al redil. Sólo la muerte
lo puso clavado en una cruz; pero esa su muerte no es una muerte inútil ni
paralizante, pues por medio de ella hemos sido justificados y hemos recibido la
paz; mediante ella hemos recibido el perdón de nuestros pecados y la fuerza que
nos pone en movimiento como testigos de su amor en el mundo.
Por eso los que
participamos de la Eucaristía debemos volver a nuestras actividades diarias
como testigos del amor de Dios. No podemos volver como paralíticos incapaces de
hablar del Dios de la vida. Quien quiera proclamar el Nombre del Señor a los
demás y continúe anquilosado en una vida de pecado, en lugar de conducir a los
demás hacia Cristo estará propiciando que quienes le escuchen hagan de nuestra
fe sólo una burla, pues a falta del testimonio del predicador podrán decirnos:
De eso te oiremos hablar en otra ocasión, cuando no sólo prediques, sino cuando
vivas lo que dices que nos va a salvar y que nos va a unir como hermanos.
Cierto que cuando demos testimonio de nuestra fe nos encontraremos con muchas
oposiciones y burlas; no queramos salir victoriosos con nuestros propios
recursos queriendo construir una torre de sabiduría para hacernos famosos; más
bien pongámonos en manos de Dios y dejemos que su Espíritu hable por medio
nuestro. Sólo entonces será posible que el mismo Espíritu, y no nosotros,
engendre la salvación en los demás y acabe con el poder del maligno que se ha
querido apoderar del corazón de los hijos de Dios.
Homiliacatolica.com