domingo, 11 de abril de 2010

CRISTO RESUCITADO NOS COMUNICA SU PAZ

¡Amor y paz!

La paz es el gran deseo del Resucitado para todos los hombres. Ese es el saludo que sale siempre de sus labios: “la paz esté con ustedes”. La historia humana está cargada de guerras y enfrentamientos. Hay mucha agresividad entre los hermanos, pero Cristo nos enseña la gran opción para superar los conflictos: el diálogo, la razón y el mutuo entendimiento.

Hay otras interpretaciones del Evangelio de hoy, II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia. Los invito a leerlo y meditarlo.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 20,19-31.

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Comentario

1. "Al anochecer de aquel día... A los ochos días..."


La liturgia de este domingo tiene su punto específico en la proclamación del evangelio de Juan 20, 19-31. Cada año leemos lo mismo precisamente porque nos acerca el misterio de este domingo. Primero remarca que el domingo proviene del Señor. El primer domingo de Pascua es el día de la manifestación del Resucitado, primero a las mujeres, después a los discípulos. La primera preocupación del Señor es reunir a los discípulos después del escándalo de la cruz. El segundo domingo, el primer día de la semana, esto es, hoy, el Resucitado vuelve a reunir a los discípulos para confirmarlos en la fe.

Así, el Señor nos indicó que su día era el domingo porque este era el día en el que él quería encontrarse con los discípulos. Juan, el discípulo desterrado en Patmos, se encontró precisamente en el día del Señor con aquél que había muerto y ahora vive eternamente, el primero y el último, que tiene las llaves de la muerte y de su reino porque la ha vencido. El evangelio de Juan y la segunda lectura, del libro del Apocalipsis, nos hacen conscientes de la importancia y el sentido de la celebración del domingo, el día del Señor. En este día celebramos nuestro encuentro con los hermanos: es aquí donde por la fe y por la Eucaristía nos encontramos con el Señor.

2. "Dichosos los que crean sin haber visto"

Es la bienaventuranza del Resucitado, la que mira a las generaciones que vendrán después de los testimonios oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Creer, nos dice el evangelio de hoy, es renunciar a ver con los ojos de la carne, a tocar con las manos, a meter el dedo en las heridas del crucificado para identificar al resucitado. Creer es buscar y encontrar al Señor, nuestro Dios, en la asamblea de los que creen que Jesús es el Mesías, de los que encuentran en los sacramentos la vida que ha brotado de la cruz. No hemos conocido a Jesús según la carne, no buscamos visiones o hechos extraordinarios donde apoyar nuestra fe. La felicidad que nos salva ahora es la presencia vivificante del Señor que nos reúne por el Espíritu en la Iglesia donde no cesa de predicarnos el Evangelio y de partir para nosotros el pan. Cada domingo somos felices por este encuentro con el Señor.

3. "Recibid el Espíritu Santo"

Antes de la resurrección, no había venido el Espíritu Santo (Jn 7, 39). La tarde del primer domingo de Pascua, Jesús resucitado dio el Espíritu Santo a los apóstoles, exhalando su aliento sobre ellos. El Espíritu es el aliento de la nueva creación. El Espíritu es la fuerza que reciben los apóstoles que los hace hombres nuevos, luchadores contra el mal, liberadores del pecado, para ir formando dentro del mundo la nueva creación.

El Espíritu es el primer fruto de la Pascua del Señor y el que da la plenitud. Fijémonos cómo Juan sitúa en la tarde de Pascua, en el primer encuentro de los discípulos con el Resucitado, la donación del Espíritu Santo, lo que Lucas ve realizado cincuenta días después en la Pascua granada. Anticipemos que para Pentecostés también leemos la primera parte del evangelio de hoy. Lo que hay que recordar es que el gran don del Resucitado es el Espíritu.

Este hecho merece ser resaltado especialmente en este año, por cuanto en el camino de preparación hacia el tercer milenio tenemos presente de un modo particular al Espíritu Santo. Esta memoria del Espíritu, aliento de la nueva creación, ha de ser más intensa en el tiempo que transcurre entre la Pascua y Pentecostés, cuando celebramos y recordamos los sacramentos de la iniciación cristiana que, por obra del Espíritu, nos hace criaturas nuevas. Esto concuerda con la colecta de la misa de hoy en la que pedimos comprender mejor "la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido".

4. La misión pascual

En la Historia de la Salvación, quien recibe un don es porque se le confía una misión. No puede haber un don en vano. La donación del Espíritu por parte del Resucitado incluye la misión, como sucede también al final de los tres evangelios: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Los discípulos son enviados a continuar la misión del Hijo de Dios, muerto y resucitado, misión que éste recibió del Padre. El Espíritu hará efectiva esta misión para destruir el reino del pecado y de la muerte, desvaneciendo el pecado, haciendo una creación nueva, en la que resida la "paz" eternamente, la "paz" que es un don mesiánico por excelencia y que el Resucitado comunica también hoy, de entrada, a sus discípulos.

Nosotros, todos los creyentes, presididos por los sucesores de los apóstoles, continuamos esta misión. De acuerdo con todo esto pedimos, en esta octava de Pascua, que "la fuerza del sacramento pascual persevere siempre en nosotros" (poscomunión).

PERE LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1998, 6, 19-20
www.mercaba.org