domingo, 28 de abril de 2013

«Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado»

¡Amor y paz!

Según las estadísticas más recientes de que dispongo (Análisis digital, 2012), uno de cada tres habitantes del planeta es cristiano. De los 2.180 millones de cristianos, la mitad son católicos (1.094 millones de personas); un tercio, protestantes (800 millones); un 12%, ortodoxos (260 millones); y el 1%, cristianos de otras confesiones (28 millones).

Sin embargo,  hay que decir que entre los mismos cristianos hay mucho odio y parece más fácil hacer dialogar a un cristiano con un musulmán o con un judío, que a un católico con un integrante de una de las tantísimas sectas que dicen llamarse ‘cristianas’.

Todo lo contrario de lo que nos pidió Jesús, según el Evangelio de hoy: «En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros.» ¡Cuán distinta sería la situación mundial si uno de cada tres habitantes de este planeta acogiera la voluntad de Dios y se comportara como hermano del otro!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Quinto Domingo de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 13,31-33a.34-35.
Cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Por lo tanto, Dios lo va a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto. Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros.»
Comentario

Hay clubes y asociaciones de todos tipos y para todos los gustos: deportivos y culturales, políticos, sociales y económicos, de profesionales y de aficionados, de élites y populares, de actividades manuales e intelectuales, para el ocio, para el negocio y altruistas; el abanico de posibilidades es tan amplio como la capacidad imaginativa de las personas y el interés por asociarse... para lo que sea.

Todos ellos tienen sus normas, escritas o implícitas, sus esquemas de actuación, su organización y sus actividades; y, sobre todo, tienen un elemento que los identifica; un emblema, un anagrama, una bandera, un escudo; en definitiva: una señal de reconocimiento e identidad.

Los cristianos, como grupo social amplio y con una historia larga y muy variada, también hemos tenido nuestros signos de identidad.

Uno de los primeros fue el pez, por razones de sobras conocidas; terminada la época de persecuciones, este signo pasó a ser elemento decorativo y como tal pervive hoy entre nosotros. Pero, por encima de todos los signos, los cristianos hemos adoptado la señal de la cruz (precisamente la que apenas era utilizable en los primeros siglos, o incluso era empleada para burla de los cristianos, "ateos que adoraban a un criminal crucificado").

Es cierto que la cruz es una señal inequívoca, digna, de categoría; hay un algo de misterioso en la cruz que siempre nos transporta, al contemplarla, a otra realidad. No puede ser simple casualidad que sea la de Cristo Crucificado la imagen más realizada en el arte cristiano. Es bueno que la cruz esté siempre presente en nuestra vida; la cruz, para quien sabe leerla, dice muchas cosas sobre Dios, sobre los hombres, sobre la sociedad, sobre la historia... 

Probablemente la cruz es la lección gráfica más breve y más profunda sobre el hombre y sobre Dios. Pero, como decíamos, hay que saber leerla. No podemos olvidar que la cruz, originalmente, era uno de los sistemas de ejecución utilizado por Roma para imponer su autoridad y su fuerza, y destinado especialmente para delincuentes comunes y delincuentes políticos (el texto del letrero sobre la cruz: "Jesús Nazareno, rey de los judíos", tantas veces disuelto en un aséptico "INRI" o traicionado en un "rey de nuestros corazones").

Por más que nosotros hayamos convertido el madero de ejecución en joya colgada al pecho o adorno en las paredes, la cruz es para nosotros lo que es porque en ella fue ejecutado Jesús. Y, puesto que es para nosotros un signo de identidad, al respeto y cariño con que la lucimos en nuestros pechos o en nuestras casas debemos unir siempre un exacto y profundo conocimiento de su significado real. De lo contrario la estaríamos convirtiendo en un símbolo vacío; pero la cruz es algo muy serio como para que frivolicemos con ella.

Sin embargo, sin desdeñar el signo de la cruz (antes bien, esforzándonos por revalorizarlo en el sentido, ya indicado, de un mejor conocimiento de lo que la cruz es y significa), no podemos olvidar que el propio Jesús nos dejó, explícitamente, otro signo, otra señal por la que los suyos debemos ser reconocidos. Una señal que, esta vez sí, es más difícil corromper haciéndola joya o adorno (aunque también en ocasiones la hemos convertido en un paternalismo bien lejano del verdadero amor): "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros" (/Jn/13/35). Así de claro, así de sencillo, sin paliativos, sin que podamos hacer exóticas interpretaciones que edulcoren y suavicen el signo: "que os améis unos a otros"; la cruz podemos traicionarla, podemos hacerla "light" (como casi todo en nuestros días); el amor, no, porque un amor "light" ya no es amor ni es nada; y si no hay amor, no hay señal y no hay cristiano.

No sería superfluo tener un conocimiento lo más exacto posible de cómo nos ven los no creyentes a los cristianos, cuál es la impresión, la imagen que tienen de nosotros: es verdad que encontraríamos muchos elementos negativos puramente subjetivos, fruto de un fracaso personal, de una mala experiencia aislada, de unos hechos concretos e individuales que no se pueden generalizar; pero también es verdad que muchos de los defectos que, sin duda, nos echarían en cara tendrían un más que sobrado fundamento.

No son pocos los que, al oír hablar de cristianismo, de fe o religión, en seguida les viene a la cabeza la sotana, la mitra, una aglomeración de gente a la puerta de una iglesia, cosa de curas y monjas...; para otros, los creyentes somos una colección de neuróticos obsesionados con unos pocos temas: el sexo, el infierno, el dinero... (no pocas películas y novelas dan de la Iglesia -o de los sacerdotes- una imagen así de deformada y demagógica).

Afortunadamente, cada vez van siendo más los que reconocen a los cristianos como los interesados por el bien de los hombres, por la justicia en los países sometidos a dictaduras, por la reinserción social de todo tipo de marginados (gitanos, drogadictos, negros, alcohólicos...), por la atención a enfermos "especiales" (sida, subnormales, ancianos), por la defensa de los derechos de los más débiles (analfabetos, emigrantes), por la paz, por la fraternidad, por la ecología, por la no-violencia, y podríamos seguir enumerando más y y más ejemplos; seguramente conoceremos más de un caso, quizá no enumerado en nuestra breve lista, pero no por eso menos importante: unos son muy conocidos (Teresa de Calcuta, Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, Josef Glempf, Lech Walesa, Desmond Tutú); otros, la inmensa mayoría, son anónimos trabajadores por la causa del Reino, cuyo amor no tiene nada que ver con ser conocidos o no: religiosas en barrios pobres, sacerdotes que montan casas para niños abandonados, seglares que atienden un comedor de transeúntes, jóvenes que se preocupan por compañeros suyos víctimas de la droga, el ama de casa que ayuda a la vecina cuyo marido está parado y hoy no les llega para comer, o pagar la luz... Quizá los olvidamos con más frecuencia de la que sería de desear, pero ahí están, haciendo día a día el esfuerzo de traducir su fe en amor, en atención, en cuidados para quienes han tenido menos suerte que uno... Ellos sí son cristianos y, poco a poco, van cambiando la imagen que muchos tenían de nosotros.

Por eso van creciendo los que identifican a los cristianos con aquéllos que están empeñados en tratar de verdad como hermanos a cualquier necesitado que esté a su lado (es, ni más ni menos, la enseñanza de la parábola del buen samaritano, que Jesús contó para responder a la pregunta: ¿quién es mi prójimo?). Hemos avanzado mucho en este camino; pero todavía son muchos los que necesitan de nuestro amor. No olvidemos que al terminar nuestra tarea -que es la de amar al prójimo- hemos de decir: "somos siervos inútiles". Así será como nos reconocerán por el amor que nos tenemos. Así será como -esperamos- vuelvan a decir de nosotros: "Mirad cómo se aman".

LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 24