jueves, 23 de junio de 2011

“No basta decir: ‘¡Señor, Señor!’, para entrar en el Reino de Dios”

¡Amor y paz!

Jesús nos decía ayer que un árbol tiene que dar buenos frutos y, si no, es mejor talarlo y echarlo al fuego y hoy lo aplica a nuestra vida: «No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo». No se trata de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras prometen.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Jueves de la XII Semana del Tiempo Ordinario.

Dos los bendiga…

Evangelio según San Mateo 7,21-29.
No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.  Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'. Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y acudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande". Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas. 
Comentario

La parábola, que se desarrolla en dos cuadros antitéticos (la casa construida sobre la roca y la casa construida sobre arena), no cierra simplemente las últimas palabras de Jesús (a saber, su advertencia sobre la necesidad de un compromiso concreto y de hecho), sino que quiere ser más bien el broche de todo el discurso. La parábola es de neto color palestinense. Las casas de los aldeanos eran las más de las veces muy frágiles: casas pequeñas edificadas a la buena con piedra, madera y barro en terreno arcilloso. Algunos, sin embargo, más prudentes o más ricos, edificaban sobre roca. Ahora bien, más importante que el color palestinense es el fondo bíblico; la parábola, efectivamente, es rica en sugerencias veterotestamentarias. La roca que da estabilidad es Yahvé, la Palabra de Dios, la ley, la fe, el Mesías. Y la tempestad -obsérvese que la descripción de Mateo asume tonos que van más allá de una lluvia normal palestinense- es con frecuencia imagen del juicio de Dios. Leída a la luz de estas sugerencias, la parábola viene a indicarnos las condiciones necesarias para que la vida cristiana, descrita en el discurso, pueda ser finalmente una edificación sólida; no un deseo veleidoso, sino algo que no se hunda. Las condiciones son dos.

Primera: la necesidad de apoyarse en Cristo (la roca), el único capaz de hacer inquebrantable la fe del discípulo, de librarla de la fragilidad. El proyecto cristiano no puede contar con nuestras fuerzas, sino únicamente con el amor de Dios. En la fuerza de Dios es donde el hombre encuentra su consistencia.

Segunda: la necesidad de un compromiso concreto, de un esfuerzo continuo para pasar de las palabras a los hechos. No existe verdadera fe sin empeño moral. La oración y la acción, la escucha y la práctica, son igualmente importantes. Hay gente que escucha la palabra de Dios distraídamente; gente que escucha atentamente, pero luego no se decide a practicarla; y gente que escucha y se entusiasma, pero no tiene constancia. Pues bien, las cosas indispensables son tres: escucha atenta, práctica y perseverancia.

El evangelista termina el discurso observando que la muchedumbre se llenaba de estupor ante las palabras de Jesús, porque enseñaba "con autoridad". Dicho de otro modo, las palabras de Cristo tienen la fuerza de una llamada personal, que envuelve, a la cual no es posible sustraerse. Palabras que tienen en sí mismas su claridad y su verdad; palabras que se imponen. En definitiva, palabras autoritarias por venir de Dios, y que, como tales, exigen plena disponibilidad.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 85