jueves, 16 de septiembre de 2010

‘Sus muchos pecados son perdonados porque tiene mucho amor’

¡Amor y paz!

Una curiosa manera de buscar la salvación tenían muchos contemporáneos de Jesús: evitaban todo contacto con las personas consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores, y llevaban rigurosamente el descanso del sábado: no cocinaban, no comerciaban, no caminaban.

Sin embargo, Jesús cuestiona permanentemente esa manera de aplicar la ley y destaca que lo más importante es el amor al hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. Las verdaderas personas de Dios son aquellas personas capaces de convertirse en fuente de vida para los demás.

Los invito, hermanos, a leer y, meditar el Evangelio y el comentario, en este Jueves de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 7,36-50.

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!". Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro!", respondió él. "Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?". Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien". Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados". Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?". Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz".

Comentario

a) La escena la cuenta Lucas con elegancia y detalles muy significativos. ¡Qué contraste entre el fariseo Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y aquella mujer pecadora que nadie sabe cómo ha logrado entrar en la fiesta y colma a Jesús de signos de afecto!

Desde luego, perdonar a una mujer pecadora precisamente en casa de un fariseo que le ha invitado, es un poco provocativo. No es raro que se escandalizaran los presentes, o porque Jesús no conocía qué clase de mujer era aquélla, o que no reaccionaba ante sus gestos, que resultaban cuando menos un poco ambiguos.

Pero Jesús quería transmitir un mensaje básico en su predicación: la importancia del amor y del perdón. El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que se le perdona porque ha amado ("sus pecados están perdonados, porque tiene mucho amor"), como que ha amado porque se le ha perdonado ("amará más aquél a quien se le perdonó más"). Probablemente aquella mujer ya había experimentado el perdón de Jesús en otro momento, y por ello le manifestaba su gratitud de esa manera tan efusiva.

b) La escena nos hace repensar nuestra conducta con los que consideramos "pecadores". ¿Cómo los tratamos: dándoles ánimos o hundiéndoles más?

Podemos actuar con corazón mezquino, como los fariseos que juzgan y condenan a todos, o como el hermano mayor del hijo pródigo que le recrimina de una manera intransigente lo que ha hecho, o como Simón y los otros convidados, que no deben ser malas personas (han invitado a Jesús a comer), pero no saben ser benévolos y amar. O podemos portarnos como el padre del hijo pródigo, y sobre todo como el mismo Jesús, que perdona a la mujer adúltera que le presentan, y a Zaqueo el publicano, y tiene palabras de ánimo para esta mujer que ha entrado en la sala del banquete y le unge los pies.

¿Dónde quedamos retratados, en los fariseos o en Jesús? No se trata de que lo aprobemos todo. Como Jesús no aprobaba el pecado y el mal. Sino de imitar su actitud de respeto y tolerancia. Con nuestra acogida humana, podemos ayudar a tantas personas -drogadictos, delincuentes, marginados de toda especie- a rehabilitarse, haciéndoles fácil el camino de la esperanza. Con nuestro rechazo justiciero les podemos quitar los pocos ánimos que tengan.

Claro que, para ser benévolos en nuestros juicios con los demás, antes tendremos que ser conscientes de que Dios ha empleado misericordia con nosotros. Se nos ha perdonado mucho a nosotros y por tanto deberíamos ser más tolerantes con los demás, sin constituirnos en jueces prestos siempre a criticar y a condenar.

Dios es rico en misericordia. Lo ha demostrado en Cristo Jesús. Y lo quiere seguir mostrando también a través de nosotros.

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 78-82

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