¡Amor
y paz!
En
la Iglesia Católica latina se celebra hoy la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo o ‘Corpus
Christi’. En los Estados Unidos y en otros países se celebra el
domingo después del de la Santísima Trinidad (el próximo).
El Papa Urbano IV publicó la bula “Transiturus”, el 8 de septiembre de 1264,
en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en
la Santa Eucaristía, dispuso que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” el jueves después del
domingo de la Santísima Trinidad.
De
tal manera, dado que este blog es leído en más de 35 países, antes de la lectura
y meditación del Evangelio y el comentario, los invito a hacer una lectura
orante del himno del Oficio de Lectura correspondiente a esta solemnidad:
Aquella
noche santa
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro,
con angustia tu vida,
sin heridas tu cuerpo.
Te nos quedaste vivo,
porque ibas a ser muerto;
porque iban a romperte,
te nos quedaste entero.
Gota a gota tu sangre,
grano a grano tu cuerpo:
un lagar y un molino
en dos trozos de leño.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te nos quedaste todo:
amor y sacramento,
ternura prodigiosa,
todo en ti, tierra y cielo.
Te quedaste conciso,
te escondiste concreto,
nada para el sentido,
todo para el misterio.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vino de sed herida,
trigo de pan hambriento,
toda tu hambre cercana,
tú, blancura de fuego.
En este frío del hombre
y en su labio reseco,
aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te adoro, Cristo oculto,
te adoro, trigo tierno. Amén.
te nos quedaste nuestro,
con angustia tu vida,
sin heridas tu cuerpo.
Te nos quedaste vivo,
porque ibas a ser muerto;
porque iban a romperte,
te nos quedaste entero.
Gota a gota tu sangre,
grano a grano tu cuerpo:
un lagar y un molino
en dos trozos de leño.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te nos quedaste todo:
amor y sacramento,
ternura prodigiosa,
todo en ti, tierra y cielo.
Te quedaste conciso,
te escondiste concreto,
nada para el sentido,
todo para el misterio.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vino de sed herida,
trigo de pan hambriento,
toda tu hambre cercana,
tú, blancura de fuego.
En este frío del hombre
y en su labio reseco,
aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te adoro, Cristo oculto,
te adoro, trigo tierno. Amén.
Evangelio
según San Marcos 12,28b-34.
Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario
a)
Esta vez la pregunta es sincera y merece una respuesta de Cristo, a la vez que
una alabanza al letrado ante su buena reacción.
Habría
que estar agradecido a este buen hombre por haber formulado su pregunta a
Jesús. Le dio así ocasión de aclarar, también para beneficio nuestro, cuál es
el primero y más importante de los mandamientos.
Jesús,
en su respuesta, une los dos que ya aparecían en el AT: amar a Dios y amar al
prójimo.
b)
También a nosotros nos conviene saber qué es lo más importante en nuestra vida.
Como
los judíos se veían como ahogados por tantos preceptos (248 positivos y 365
negativos), complicados aún más por las interpretaciones de las varias escuelas
de rabinos, también nosotros nos movemos en medio de innumerables normas en
nuestra vida eclesial (el Código de Derecho Canónico contiene 1752 cánones).
La
gran consigna de Jesús es el amor. Eso resume toda la ley. Un amor en dos
direcciones.
El
primer mandamiento es amar a Dios, haciéndole lugar de honor en nuestra vida,
en nuestra mentalidad y en nuestra jerarquía de valores. Amar a Dios significa
escucharle, adorarle, encontrarnos con él en la oración, amar lo que ama él.
El
segundo es amar al prójimo, a los simpáticos y a los menos simpáticos, porque
todos somos hijos del mismo Padre, porque Cristo se ha entregado por todos.
Amar a los demás significa, no sólo no hacerles daño, sino ayudarles,
acogerles, perdonarles.
Jesús
une las dos direcciones en la única ley del amor. Ser cristiano no es sólo amar
a Dios. Ni sólo amar al prójimo. Sino las dos cosas juntas. No vale decir que
uno ama a Dios y descuidar a los demás. No vale decir que uno ama al prójimo,
olvidándose de Dios y de las motivaciones sobrenaturales que Cristo nos ha
enseñado.
Al
final de la jornada estaría bien que nos hiciéramos esta pregunta: ¿he amado
hoy? ¿O me he buscado a mí mismo? Esto no es necesario que se proyecte siempre
a nuestras relaciones con el Tercer Mundo o con los más marginados de nuestra
sociedad (direcciones en que también debemos estar en sintonía generosa), sino
que debe tener una traducción diaria en nuestras relaciones familiares y
comunitarias con las muchas o pocas personas con las que a lo largo del día
entramos en contacto.
Momentos
antes de ir a comulgar con Cristo se nos invita a darnos la paz con los más
cercanos. Es un buen recordatorio para que unamos las dos grandes direcciones
de nuestro amor.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 252-255
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 252-255