martes, 11 de junio de 2013

A los discípulos de Jesús: 1o., oración; 2o., expiación; 3o., acción

¡Amor y paz!

Nos adelantamos un poco en la lectura del Evangelio según San Mateo (hoy debíamos leer el capítulo 5, 13-16), ya que celebramos la memoria de San Bernabé apóstol. En el capítulo 10 de este Evangelio, se narra el envío de los Doce de parte de Jesús y se reúnen las instrucciones básicas para la misión evangelizadora.

Su programa misionero, descrito y estructurado a imagen de la misión histórica de Jesús, comprende dos momentos: el anuncio del Reino y la realización de los signos mesiánicos. Palabra y acción. Deberán anunciar que “está llegando el reino de los cielos” (10,7); es decir, tienen que proclamar que la justicia, la compasión y la solidaridad son una gracia y una realidad que hay que acoger como don de Dios para construir un proyecto nuevo de humanidad. 

Por otra parte, están llamados a continuar realizando los gestos de liberación de Jesús en favor de los pobres, los enfermos y los marginados del mundo. Para esto, Jesús les hace partícipes de la plenitud de su “poder” mesiánico: “Les dio autoridad y poder para expulsar los espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedad y dolencias” (10,1).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 10,7-13.
A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el alimento. En todo pueblo o aldea en que entren, busquen alguna persona que valga, y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en la casa, deséenle la paz. Si esta familia la merece, recibirá vuestra paz; y si no la merece, la bendición volverá a ustedes.
Comentario

San Bernabé, compañero de correrías apostólicas de San Pablo, durante buena parte de sus idas y venidas, estableciendo, adoctrinando y confirmando en la fe las primeras comunidades de cristianos, se había destacado pronto como un discípulo generoso y de celo ardiente. Se narra en el libro de los Hechos que José, a quien los apóstoles dieron el sobrenombre de Bernabé –que significa «Hijo de la consolación»–, levita y chipriota de nacimiento, tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles. Desde los primeros días, pues, de andadura de la Iglesia Bernabé se manifestó como un cristiano comprometido, que no sólo asentía a la enseñanza de Jesús trasmitida por los Apóstoles, sino que, en coherencia con su fe y con la nueva vida en Dios que había descubierto –el Evangelio de Jesucristo– pone todo lo propio al servicio de ese ideal. 

Aquel campo vendido y entregado, para aliviar la vida de los más necesitados, fue sólo el comienzo de su entrega por el Reino de Dios. Enseguida se pone de manifiesto en el nuevo discípulo que estaba del todo disponible, no sólo en sus cosas, sino con toda su vida para la propagación del Evangelio. Goza así de la total confianza de los Apóstoles. Lo demuestra el hecho de que, habiendo sabido de la conversión de Pablo –antes incluso que los que habían sido los Apóstoles de Jesús– él se encarga personalmente de introducirlo en la actividad apostólica en comunión con la Iglesia. De hecho, en la primera comunidad de Jerusalén no se fiaban de quien pretendía ser apóstol después de haber perseguido atrozmente a los discípulos, hasta hacernos encarcelar. Todos le temían porque no creían que fuera discípulo. Sin embargo, Bernabé se lo llevó con él, lo condujo a los apóstoles y les contó cómo en el camino había visto al Señor, y que le había hablado, y cómo en Damasco había predicado abiertamente en el nombre de Jesús. Entonces entraba y salía con ellos en Jerusalén, hablando claramente en el nombre del Señor. 

El resto de la vida de Bernabé, cargada de una intensísima actividad y de mucho fruto, según nos cuenta san Lucas con detalle en los Hechos de los Apóstoles, será una permanente aventura, con toda la garantía de Dios, que bendecía cada uno de sus pasos, y con todo el abandono humano posible; pues no hubo en este hombre ningún objetivo para sí. Como los demás que han comprometido del todo y de modo exclusivo su vida en el Evangelio, la ilusión única de Bernabé era ver a Dios más glorificado por la gente mediante el reconocimiento de Jesucristo como Salvador. La confianza en Dios y el olvido de sí son, de hecho, los soportes que mantienen la vida del apóstol. Podrían parecer, en una primera observación, insuficientes y con todas las garantías de inestabilidad. Pero la vida cristiana y, por consiguiente, la vida entregada por la salvación de las almas, no puede ser sino sobrenatural; tanto en su origen como en su fin; en los medios y en los objetivos.

Recordaba el Santo Padre, Juan Pablo II, con ocasión de la canonización de san Josemaría Escrivá un punto de 'Camino': Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción. Así van los medios del apóstol de Jesucristo. Y, por si no quedara claro –y por desconcertante que parezca–, insiste san Josemaría: Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel..., La historia de Bernabé, en compañía de san Pablo, está cargada de "tesoros" así, que podemos conocer con cierto detalle leyendo la crónica de san Lucas ya citada.

Nos quedamos ante todo con su ejemplo de disponibilidad. Y le pedimos a Dios sepamos redescubrir, como san Bernabé, esa perla de gran valor, que nos lleve a empeñar cualquier otra riqueza por conseguirla. Le pedimos, asimismo, constancia en la adversidad, pues, no nos faltará la Cruz aunque vivamos por un ideal excelso. Es más, será la señal segura de que seguimos a Cristo: tome su cruz y sígame, dijo al que quisiera ser su discípulo. Sin medios humanos, con dolor y con toda la fuerza que sólo Dios puede conceder y nunca abandona se construye el Reino de Dios en la tierra. Como lo hizo este apóstol y como debemos hacerlo cada uno. 

Contamos, además, con el auxilio de nuestra Madre del Cielo, Reina de los Apóstoles. En san Juan nos la concede su Hijo desde la Cruz, para que no nos abandone nunca.

Fluvium 2005