¡Amor y paz!
Nos adelantamos un poco en
la lectura del Evangelio según San Mateo (hoy debíamos leer el capítulo 5, 13-16), ya que celebramos la memoria de
San Bernabé apóstol. En el capítulo 10 de este Evangelio, se narra el envío de
los Doce de parte de Jesús y se reúnen las instrucciones básicas para la misión
evangelizadora.
Su programa misionero,
descrito y estructurado a imagen de la misión histórica de Jesús, comprende dos
momentos: el anuncio del Reino y la realización de los signos mesiánicos.
Palabra y acción. Deberán anunciar que “está llegando el reino de los cielos”
(10,7); es decir, tienen que proclamar que la justicia, la compasión y la
solidaridad son una gracia y una realidad que hay que acoger como don de Dios
para construir un proyecto nuevo de humanidad.
Por otra parte, están
llamados a continuar realizando los gestos de liberación de Jesús en favor de
los pobres, los enfermos y los marginados del mundo. Para esto, Jesús les hace
partícipes de la plenitud de su “poder” mesiánico: “Les dio autoridad y poder
para expulsar los espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedad y
dolencias” (10,1).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 10,7-13.
A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el alimento. En todo pueblo o aldea en que entren, busquen alguna persona que valga, y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en la casa, deséenle la paz. Si esta familia la merece, recibirá vuestra paz; y si no la merece, la bendición volverá a ustedes.
Comentario
San
Bernabé, compañero de correrías apostólicas de San Pablo, durante buena parte
de sus idas y venidas, estableciendo, adoctrinando y confirmando en la fe las
primeras comunidades de cristianos, se había destacado pronto como un discípulo
generoso y de celo ardiente. Se narra en el libro de los Hechos que José, a
quien los apóstoles dieron el sobrenombre de Bernabé –que significa «Hijo de la
consolación»–, levita y chipriota de nacimiento, tenía un campo, lo vendió,
trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles. Desde los primeros días,
pues, de andadura de la Iglesia Bernabé se manifestó como un cristiano comprometido,
que no sólo asentía a la enseñanza de Jesús trasmitida por los Apóstoles, sino
que, en coherencia con su fe y con la nueva vida en Dios que había descubierto
–el Evangelio de Jesucristo– pone todo lo propio al servicio de ese ideal.
Aquel
campo vendido y entregado, para aliviar la vida de los más necesitados, fue
sólo el comienzo de su entrega por el Reino de Dios. Enseguida se pone de
manifiesto en el nuevo discípulo que estaba del todo disponible, no sólo en sus
cosas, sino con toda su vida para la propagación del Evangelio. Goza así de la
total confianza de los Apóstoles. Lo demuestra el hecho de que, habiendo sabido
de la conversión de Pablo –antes incluso que los que habían sido los Apóstoles
de Jesús– él se encarga personalmente de introducirlo en la actividad
apostólica en comunión con la Iglesia. De hecho, en la primera comunidad de
Jerusalén no se fiaban de quien pretendía ser apóstol después de haber
perseguido atrozmente a los discípulos, hasta hacernos encarcelar. Todos le
temían porque no creían que fuera discípulo. Sin embargo, Bernabé se lo llevó
con él, lo condujo a los apóstoles y les contó cómo en el camino había visto al
Señor, y que le había hablado, y cómo en Damasco había predicado abiertamente
en el nombre de Jesús. Entonces entraba y salía con ellos en Jerusalén,
hablando claramente en el nombre del Señor.
El
resto de la vida de Bernabé, cargada de una intensísima actividad y de mucho
fruto, según nos cuenta san Lucas con detalle en los Hechos de los
Apóstoles, será una permanente aventura, con toda la garantía de Dios, que
bendecía cada uno de sus pasos, y con todo el abandono humano posible; pues no
hubo en este hombre ningún objetivo para sí. Como los demás que han
comprometido del todo y de modo exclusivo su vida en el Evangelio, la ilusión
única de Bernabé era ver a Dios más glorificado por la gente mediante el
reconocimiento de Jesucristo como Salvador. La confianza en Dios y el olvido de
sí son, de hecho, los soportes que mantienen la vida del apóstol. Podrían parecer,
en una primera observación, insuficientes y con todas las garantías de
inestabilidad. Pero la vida cristiana y, por consiguiente, la vida entregada
por la salvación de las almas, no puede ser sino sobrenatural; tanto en su
origen como en su fin; en los medios y en los objetivos.
Recordaba el Santo Padre, Juan Pablo II, con ocasión de la canonización de san Josemaría Escrivá un punto de 'Camino': Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción. Así van los medios del apóstol de Jesucristo. Y, por si no quedara claro –y por desconcertante que parezca–, insiste san Josemaría: Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel..., La historia de Bernabé, en compañía de san Pablo, está cargada de "tesoros" así, que podemos conocer con cierto detalle leyendo la crónica de san Lucas ya citada.
Nos quedamos ante todo con su ejemplo de disponibilidad. Y le pedimos a Dios sepamos redescubrir, como san Bernabé, esa perla de gran valor, que nos lleve a empeñar cualquier otra riqueza por conseguirla. Le pedimos, asimismo, constancia en la adversidad, pues, no nos faltará la Cruz aunque vivamos por un ideal excelso. Es más, será la señal segura de que seguimos a Cristo: tome su cruz y sígame, dijo al que quisiera ser su discípulo. Sin medios humanos, con dolor y con toda la fuerza que sólo Dios puede conceder y nunca abandona se construye el Reino de Dios en la tierra. Como lo hizo este apóstol y como debemos hacerlo cada uno.
Recordaba el Santo Padre, Juan Pablo II, con ocasión de la canonización de san Josemaría Escrivá un punto de 'Camino': Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción. Así van los medios del apóstol de Jesucristo. Y, por si no quedara claro –y por desconcertante que parezca–, insiste san Josemaría: Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel..., La historia de Bernabé, en compañía de san Pablo, está cargada de "tesoros" así, que podemos conocer con cierto detalle leyendo la crónica de san Lucas ya citada.
Nos quedamos ante todo con su ejemplo de disponibilidad. Y le pedimos a Dios sepamos redescubrir, como san Bernabé, esa perla de gran valor, que nos lleve a empeñar cualquier otra riqueza por conseguirla. Le pedimos, asimismo, constancia en la adversidad, pues, no nos faltará la Cruz aunque vivamos por un ideal excelso. Es más, será la señal segura de que seguimos a Cristo: tome su cruz y sígame, dijo al que quisiera ser su discípulo. Sin medios humanos, con dolor y con toda la fuerza que sólo Dios puede conceder y nunca abandona se construye el Reino de Dios en la tierra. Como lo hizo este apóstol y como debemos hacerlo cada uno.
Contamos, además, con el auxilio de nuestra Madre del Cielo, Reina de los Apóstoles. En san Juan nos la concede su Hijo desde la Cruz, para que no nos abandone nunca.
Fluvium
2005