¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este martes 7 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Sant 4,1-10):
Queridos hermanos: ¿De dónde proceden las guerras y las
contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros
miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada;
os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no
recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones.
¡Adúlteros! ¿No sabéis que amar el mundo es odiar a Dios? El que quiere ser
amigo del mundo se hace enemigo de Dios.
No en vano dice la Escritura: «El espíritu que Dios nos infundió está inclinado
al mal». Pero mayor es la gracia que Dios nos da. Por eso dice la Escritura:
«Dios se enfrenta con los soberbios y da su gracia a los humildes». Someteos,
pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a
Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos; hombres
indecisos, purificaos el corazón, lamentad vuestra miseria, llorad y haced
duelo; que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza.
Humillaos ante el Señor, que él os levantará.
Salmo responsorial: 54
R/. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.
Pienso: «¡Quién me diera alas de paloma para volar y
posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto».
«Me pondría en seguida a salvo de la tormenta, del huracán que devora, Señor;
del torrente de sus lenguas».
Violencia y discordia veo en la ciudad: día y noche hacen la ronda sobre sus
murallas.
Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará; no permitirá jamás que el
justo caiga.
Versículo antes del Evangelio (Gál 6,14):
Aleluya. Nunca Dios permita que yo me gloríe sino en la Cruz del Señor, por el cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 9,30-37):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando
por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le
matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían
lo que les decía y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais
por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí
quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno
quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y
tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les
dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que
me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».
Comentario
Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que
están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que
«le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la
voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos
de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos
hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por
nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al
que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.
Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles, todavía demasiado
ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: «No
entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el camino iban discutiendo
quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se
atreven a hacerle ninguna pregunta.
Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de
todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido
identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos
abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir
caminando.
Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney:
«Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros,
siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos,
que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña
con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un principio duros para entender, después
de la Cruz y de la Resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de
su Dios. Y, acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para
que Jesús crezca en ellos y en el mundo.
Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
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