¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este lunes en que celebramos la fiesta de la Exaltación de
la Santa Cruz.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Juan 3,13-17.
Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
Comentario
Dios
puso en la Cruz de Jesús todo el peso de nuestros pecados, todas las
injusticias perpetradas por cada Caín contra su hermano, toda la amargura de la
traición de Judas y de Pedro, toda la vanidad de los prepotentes, toda la
arrogancia de los falsos amigos. Era una Cruz pesada, como la noche de las
personas abandonadas, pesada como la muerte de las personas queridas, pesada
porque resume toda la fealdad del mal. Sin embargo, es también una Cruz
gloriosa como el alba de una larga noche, porque representa en todo el amor de
Dios que es más grande que nuestras iniquidades y nuestras traiciones. En la
Cruz vemos la monstruosidad del hombre, cuando se deja guiar por el mal; pero
vemos también la inmensidad de la misericordia de Dios que no nos trata según
nuestros pecados, sino según su misericordia.
Ante
la Cruz de Jesús, vemos casi hasta tocar con las manos la medida en la que
somos amados eternamente; ante la Cruz nos sentimos «hijos» y no «cosas» u
«objetos», como afirmaba san Gregorio Nacianceno dirigiéndose a Cristo con esta
oración: «Si no existieras Tú, mi Cristo, me sentiría criatura acabada. He
nacido y me siento desvanecer. Como, duermo, descanso y camino, me enfermo y me
curo. Me asaltan innumerables ansias y tormentos, gozo del sol y de cuanto
fructifica la tierra. Después muero y la carne se convierte en polvo como la de
los animales, que no tienen pecados. Pero yo, ¿qué tengo más que ellos? Nada
sino Dios. Si no existieras Tú, oh Cristo mío, me sentiría criatura acabada. Oh
Jesús nuestro, guíanos desde la Cruz a la resurrección, y enséñanos que el mal
no tendrá la última palabra, sino el amor, la misericordia y el perdón. Oh
Cristo, ayúdanos a exclamar nuevamente: "Ayer estaba crucificado con
Cristo, hoy soy glorificado con Él. Ayer estaba muerto con Él, hoy estoy vivo
con Él. Ayer estaba sepultado con Él, hoy he resucitado con Él"».
Por
último, todos juntos, recordemos a los enfermos, recordemos a todas las
personas abandonadas bajo el peso de la Cruz, a fin de que encuentren en la
prueba de la Cruz la fuerza de la esperanza, de la esperanza de la resurrección
y del amor de Dios.
Palabras del Santo Padre
Francisco, al final del Vía Crucis en el Coliseo (18 de abril de 2014).