¡Amor y paz!
Comienzan hoy las tres
parábolas de la misericordia, mediante las cuales Jesús nos muestra, como una
característica del Corazón de su Padre, la predilección hacia los más
necesitados, lo que contrasta con la actitud muchas veces interesada y mezquina
de algunas personas.
Si Jesús, con sus palabras y sus actitudes, revela al Padre, nosotros también, con lo que decimos y hacemos, debemos revelar a Jesús.
Si Jesús, con sus palabras y sus actitudes, revela al Padre, nosotros también, con lo que decimos y hacemos, debemos revelar a Jesús.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XXXI Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 15,1-10.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".
Comentario
La misericordia, o sea,
el amor y la bondad de Jesús con los pecadores y los marginados, los pobres y
los excluidos, es otro tema particularmente entrañable para el evangelista
Lucas. Como había declarado en el discurso programático de Nazaret (4,14-27),
Jesús no falló nunca en su misión, que él mismo define como haber "venido
a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), y que le valió el
título irónico de "amigo de los publicanos y de los pecadores" (Lc
7,34) por parte de sus adversarios.
Las "parábolas de la
misericordia" contenidas en el capítulo 15, la parábola del buen
samaritano (10,30-37), la salvación ofrecida a Zaqueo (19,1-10) y la misma
invitación de Jesús a ser "misericordiosos, como vuestro Padre es
misericordioso" (6,36, que modifica el texto de Mt 5,48, invitando a ser "perfectos")
atestiguan la constante atención de Jesús por todos aquellos que su ambiente
consideraba como "perdidos". En esta actitud de Jesús debieron ver
sus contemporáneos el comportamiento mismo de Dios, que se preocupa siempre del
hombre, su criatura, a la que "ama" siempre (tal es el significado
del término eudokía en Lc 2,14).
La salvación está en volver
a los brazos de Dios, reconocido como Padre (Le 15,11-32). Este hombre, al que
Dios ha tenido entre sus dedos y sus manos creadoras (cf Sal 8), no puede
considerarse "perdido", no puede menos de "volver a su
Padre" (c( Lc 15,18).
En el evangelio, el verbo
"perder" no indica la pérdida de la existencia física o el extravío
de algo que aprecia el hombre (cf Lc 15,4.8). Significa más bien la muerte
escatológica, la condenación y la perdición de todo el hombre, el ser arrebatado
de las manos de Dios (cf Jn 10,29).
Con su insistencia en la misericordia (expresada por el verbo splanjnízomai, que remite al sentimiento
materno), el evangelista Lucas presenta a Jesús en la actitud de salvar al
hombre de este riesgo trágico. Por eso en el evangelio están aquellos que
acogen "con gozo", "deprisa", "enseguida",
"hoy mismo", este interés de Jesús: son María, Zaqueo, los pastores,
los apóstoles, los pecadores, los marginados.
Pero también están
aquellos que murmuran". En este verbo (gonghyzein/diagonghyzein), que
en el tercer evangelio es típico de los fariseos y de los escribas (5,30; 15,2)
y de todos aquellos que en cualquier tiempo se oponen a Jesús (Lc 19,7:
"Al ver esto, todos murmuraban"), se encierran el
rechazo de la salvación y el rechazo del interés amoroso de Dios que, en Jesús
de Nazaret, se hace humano como nosotros y ama al hombre pecador, haciéndose su
"samaritano". Es el verbo que utilizaba ya la tradición bíblica para
indicar la oposición de Israel a Dios en el desierto (Ex 15,24; 16,2.8; Sal
78,19) y su solicitud, una oposición áspera y obstinada (Ex 17,7), que los
contemporáneos de Jesús repiten frente a Jesús, el cual ama a los pecadores y
va en busca del que está perdido y enfermo (cf Le 5,31).
En su actitud de
misericordia, Dios y Jesús son más fuertes que la crítica y la
"murmuración" del hombre; las últimas palabras de Jesús en la cruz
son igualmente una oración y un pensamiento de amor y de perdón por el hombre
de todos los tiempos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen" (Le 23,34).