jueves, 7 de noviembre de 2013

Jesús nos revela el rostro misericordioso del Padre

¡Amor y paz!

Comienzan hoy las tres parábolas de la misericordia, mediante las cuales Jesús nos muestra, como una característica del Corazón de su Padre, la predilección hacia los más necesitados, lo que contrasta con la actitud muchas veces interesada y mezquina de algunas personas.

Si Jesús, con sus palabras y sus actitudes, revela al Padre, nosotros también, con lo que decimos y hacemos, debemos revelar a Jesús.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XXXI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 15,1-10.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte". 
Comentario

La misericordia, o sea, el amor y la bondad de Jesús con los pecadores y los marginados, los pobres y los excluidos, es otro tema particularmente entrañable para el evangelista Lucas. Como había declarado en el discurso programático de Nazaret (4,14-27), Jesús no falló nunca en su misión, que él mismo define como haber "venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), y que le valió el título irónico de "amigo de los publicanos y de los pecadores" (Lc 7,34) por parte de sus adversarios.

Las "parábolas de la misericordia" contenidas en el capítulo 15, la parábola del buen samaritano (10,30-37), la salvación ofrecida a Zaqueo (19,1-10) y la misma invitación de Jesús a ser "misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (6,36, que modifica el texto de Mt 5,48, invitando a ser "perfectos") atestiguan la constante atención de Jesús por todos aquellos que su ambiente consideraba como "perdidos". En esta actitud de Jesús debieron ver sus contemporáneos el comportamiento mismo de Dios, que se preocupa siempre del hombre, su criatura, a la que "ama" siempre (tal es el significado del término eudokía en Lc 2,14).

La salvación está en volver a los brazos de Dios, reconocido como Padre (Le 15,11-32). Este hombre, al que Dios ha tenido entre sus dedos y sus manos creadoras (cf Sal 8), no puede considerarse "perdido", no puede menos de "volver a su Padre" (c( Lc 15,18).

En el evangelio, el verbo "perder" no indica la pérdida de la existencia física o el extravío de algo que aprecia el hombre (cf Lc 15,4.8). Significa más bien la muerte escatológica, la condenación y la perdición de todo el hombre, el ser arrebatado de las manos de Dios (cf Jn 10,29).

Con su insistencia en la misericordia (expresada por el verbo splanjnízomai, que remite al sentimiento materno), el evangelista Lucas presenta a Jesús en la actitud de salvar al hombre de este riesgo trágico. Por eso en el evangelio están aquellos que acogen "con gozo", "deprisa", "enseguida", "hoy mismo", este interés de Jesús: son María, Zaqueo, los pastores, los apóstoles, los pecadores, los marginados. 

Pero también están aquellos que  murmuran". En este verbo (gonghyzein/diagonghyzein), que en el tercer evangelio es típico de los fariseos y de los escribas (5,30; 15,2) y de todos aquellos que en cualquier tiempo se oponen a Jesús (Lc 19,7: "Al ver esto, todos murmuraban"), se encierran el rechazo de la salvación y el rechazo del interés amoroso de Dios que, en Jesús de Nazaret, se hace humano como nosotros y ama al hombre pecador, haciéndose su "samaritano". Es el verbo que utilizaba ya la tradición bíblica para indicar la oposición de Israel a Dios en el desierto (Ex 15,24; 16,2.8; Sal 78,19) y su solicitud, una oposición áspera y obstinada (Ex 17,7), que los contemporáneos de Jesús repiten frente a Jesús, el cual ama a los pecadores y va en busca del que está perdido y enfermo (cf Le 5,31).

En su actitud de misericordia, Dios y Jesús son más fuertes que la crítica y la "murmuración" del hombre; las últimas palabras de Jesús en la cruz son igualmente una oración y un pensamiento de amor y de perdón por el hombre de todos los tiempos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Le 23,34).