sábado, 29 de enero de 2011

“¿Por qué tienen miedo? ¿No tienen fe?”

¡Amor y paz!

Realmente es muy fácil pregonar que tenemos fe cuando todo en nuestra vida va bien, sin altibajos. Pero la fe, como la pericia de un marino o la estrategia de un gerente, sólo se prueba cuando surgen las crisis: el navío mar adentro parece naufragar o la empresa está a punto de quebrar.

Nos viene bien reflexionar sobre cuál es la calidad de nuestra fe, ahora que, luego del relato de una serie de parábolas, el evangelista Marcos nos habla de cuatro milagros obrados por Jesús. No ya esta vez ante la muchedumbre, sino sólo ante sus discípulos, con el fin de educarlos. Es que el discípulo puede sufrir dudas más grandes y frecuentes que cualquier persona, tal vez porque, como dice el Señor en otra parte del Evangelio: “Al que mucho se le da, se le exigirá mucho; y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más” (Lc 12, 39ss).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario (de San Agustín), en este sábado de la 3ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga….

Evangelio según San Marcos 4,35-41.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?". 
Comentario
Estás en el mar y llega la tempestad. No puedes hacer otra cosa que gritar: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30). Que te extienda su mano el que camina sin temor sobre las olas, que saque de ti tu miedo, que ponga tu seguridad en él, que hable a tu corazón y te diga: «Piensa en lo que yo he soportado. ¿Tienes que sufrir de un mal hermano, de un enemigo de fuera de ti? ¿Es que yo no he tenido los míos? Por fuera los que rechinaban de dientes, por dentro ese discípulo que me traicionaba».

    Es verdad, la tempestad hace estragos. Pero Cristo nos salva «de la estrechez de alma y de la tempestad» (Sl 54,9 LXX). ¿Está sacudido tu barco? Quizás sea porque en ti Cristo duerme. Un mar furioso sacudía la barca en la que navegaban los discípulos y, sin embargo Cristo dormía. Pero por fin llegó el momento en que los hombres se dieron cuenta que estaba con ellos el amo y creador de los vientos. Se acercaron a Cristo, le despertaron: Cristo increpó a los vientos y vino una gran calma.  

  Con razón tu corazón se turba si te has olvidado de aquel en quien has creído; y tu sufrimiento se te hace insoportable si el recuerdo de todo lo que Cristo ha sufrido por ti, está lejos de tu espíritu. Si no piensas en Cristo, él duerme. Despierta a Cristo, llama a tu fe. Porque Cristo duerme en ti si te has olvidado de su Pasión; y si te acuerdas de su Pasión, Cristo vela en ti. Cuando habrás reflexionado con todo tu corazón lo que Cristo ha sufrido, ¿no podrás soportar tus penas con firmeza cuando te lleguen? Y con gozo, quizás, a través del sufrimiento, te encontrarás un poco semejante a tu Rey. Sí, cuando estos pensamientos empezarán a consolarte, a producirte gozo, has de saber que es Cristo que se ha levantado y ha increpado a los vientos; de él vendrá la paz que has experimentado. «Yo esperaba, dice un salmo, al que me salvaría de la estrechez de alma y de la tempestad». 

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Comentarios sobre los salmos, sl 54,10; CCL 39,664
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