¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios,
este día en que, en Colombia, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor,
ciclo B, Concluye el ciclo litúrgico de la Navidad,
Dios nos bendice…
1ª Lectura
(Is 42,1-4.6-7):
Esto dice el
Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No
gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará,
la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No
vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley
esperan las islas.
»Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e
hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos
de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que
habitan en tinieblas».
Salmo responsorial: 28
R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del
nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz
del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica.
El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: «¡Gloria!». El
Señor se sienta sobre las aguas del diluvio, el Señor se sienta como rey
eterno.
2ª Lectura
( Hch 10,34-38):
En aquellos días,
Pedro tomó la palabra y dijo: «Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace
acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia,
sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la
Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
»Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea,
después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando
a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
Versículo antes del Evangelio
(Cf. Jn 1,29):
Aleluya. Vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: ‘Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo’. Aleluya.
Texto del Evangelio
(Mc 1,7-11):
En aquel tiempo, predicaba Juan diciendo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
Comentario
Hoy, solemnidad del Bautismo del Señor, termina el ciclo
de las fiestas de Navidad. Dice el Evangelio que Juan se había presentado en el
desierto y «predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados»
(Mc 1,4). La gente iba a escucharlo, confesaban sus pecados y se hacían
bautizar por él en el río Jordán. Y entre aquellas gentes se presentó también
Jesús para ser bautizado.
En las fiestas de Navidad hemos visto como Jesús se manifestaba a los pastores
y a los magos que, llegando desde Oriente, lo adoraron y le ofrecieron sus
dones. De hecho, la venida de Jesús al mundo es para manifestar el amor de Dios
que nos salva.
Y allí, en el Jordán, se produjo una nueva manifestación de la divinidad de
Jesús: el cielo se abrió y el Espíritu Santo, en forma de paloma descendía
hacia Él y se oyó la voz del Padre: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»
(Mc 1,11). Es el Padre del cielo en este caso y el Espíritu Santo quienes lo
manifiestan. Es Dios mismo que nos revela quién es Jesús, su Hijo amado.
Pero no era una revelación sólo para Juan y los judíos. Era también para
nosotros. El mismo Jesús, el Hijo amado del Padre, manifestado a los judíos en
el Jordán, se manifiesta continuamente a nosotros cada día. En la Iglesia, en
la oración, en los hermanos, en el Bautismo que hemos recibido y que nos ha
hecho hijos del mismo Padre.
Preguntémonos, pues: —¿Reconozco su presencia, su amor en mi vida? —¿Vivo una
verdadera relación de amor filial con Dios? Dice el Papa Francisco: «Lo que
Dios quiere del hombre es una relación “papá-hijo”, acariciarlo, y le dice: ‘Yo
estoy contigo’».
También a nosotros el Padre del cielo, en medio de nuestras luchas y
dificultades, nos dice: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
Mons. Salvador CRISTAU i Coll Obispo de Terrassa (Barcelona, España)
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