sábado, 1 de diciembre de 2012

“Estén prevenidos y oren sin cesar”, nos pide Jesús

¡Amor y paz!

El mundo no nos habla de Dios. Eso es algo cierto. Nos sumerge, entonces, en otras preocupaciones y actividades que se suceden unas tras otras con una rapidez vertiginosa. No pareciéramos tener tiempo para hacer un alto en el camino y recapacitar.  ¿Para dónde vamos? ¿Cuál es nuestra misión en este mundo? Y si tenemos claro para dónde vamos y cuál es nuestra misión, ¿estamos haciendo las cosas en la dirección correcta?

Estas son reflexiones que nos deberíamos hacer hoy, cuando termina el año. Sí, porque en términos litúrgicos, es decir, de celebraciones de nuestra fe, hoy es un día similar al 31 de diciembre. Mañana será otro año. Comenzará el Adviento preparatorio de la Navidad. Entonces, Jesús nos pide estar prevenidos y orar sin cesar: “así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXXIV Semana (última) del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 21,34-36. 
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre". 
Comentario

Hemos de velar y hacer oración para poder comparecer seguros ante el Hijo del hombre. Hay muchas cosas que pueden hacernos perder de vista a Dios y hacernos errar el camino que nos conduce a Él. Nadie está libre de una diversidad de tentaciones que nos invitan a poner sólo nuestra mirada, nuestra seguridad y confianza, en lo pasajero. Cierto que necesitamos de muchas cosas temporales para vivir con dignidad; pero no podemos entregarles nuestro corazón, sino saberlas, no sólo utilizar, sino emplearlas incluso para hacer el bien a quienes carecen de lo necesario para sobrevivir. 

Sin embargo, este desapego de lo temporal y el ponernos en marcha, cargado nuestra propia cruz, tras las huellas de Cristo, no es obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre. Por eso, a la par que hemos de estar vigilantes para no dejarnos sorprender por las tentaciones, ni deslumbrar por lo pasajero, hemos de orar pidiendo al Señor su gracia y la asistencia de su Espíritu Santo para que podamos caminar en el bien, con los pies en la tierra y la mirada puesta en el Señor.

Dios quiere estar siempre con nosotros. Y el modo más excelente de su presencia en medio de su Pueblo se lleva a cabo cuando nos reúne para alimentarnos con su Palabra y con su Eucaristía. Es en este momento culminante del caminar de la Iglesia por el mundo, cuando los discípulos del Señor continuamos escuchando su Palabra Salvadora, y continuamos alimentándonos con el Pan de vida para no desfallecer por el camino a causa de las diversas tentaciones, que quisieran apartarnos del amor de Dios y del amor al prójimo. Que una de nuestras mayores preocupaciones sea estar siempre con el Señor; y estar con Él no sólo en la oración y en el culto, sino en toda nuestra vida convertida en una continua alabanza, en un sacrificio de suave aroma al Señor. Por eso hemos de procurar que nuestra Eucaristía se prolongue en cada momento y acontecimiento de nuestra vida. Dios nos conceda vivir a impulsos, no de lo pasajero, que nos embota y hace perder el camino seguro de salvación, sino al impulso del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones como en un templo, y nos hace ser testigos creíbles del amor de Dios en el mundo.

Vueltos a nuestra vida diaria, en medio de un mundo que nos bombardea con sus criterios y propagandas que nos prometen la felicidad mediante la acumulación de bienes temporales, seamos testigos de la verdad y de la salvación que no procede sino de Dios. No vivamos esclavos de aquello que, siendo útil, no merece ser elevado a la categoría de Dios. Aprendamos a utilizar los bienes de la tierra, sin perder de vista los bienes del cielo. Que todo lo tengamos y poseamos nos sirva para socorrer a los necesitados, para proclamar el Nombre de Dios no sólo con las palabras, sino con la vida que se ha de convertir en un servicio de amor fraterno, especialmente a los más desposeídos. Entonces podremos, al final de nuestra vida, comparecer seguros ante el Hijo del hombre, pues iremos, no como derrotados por la maldad, sino como aquellos que disfrutan la Victoria de Cristo, que nos hace caminar y vivir en el amor.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber vivir siendo fieles a Cristo, de tal forma que su Palabra nos ayude a amarnos como hermanos y a hacer el bien a todos; manifestando así que vivimos en el mundo, sin ser del mundo, sino con la mirada puesta en Aquel que nos ama y nos salva. Amén.

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