jueves, 11 de julio de 2013

¡El mal no tiene la última palabra!

¡Amor y paz!

Tal vez a excepción de las épocas de las guerras mundiales, los seres humanos no nos hemos sentido tan vulnerables y tan amedrentados como ahora. Son muchas las formas como los hijos de Dios se sienten amenazados; por la violencia, por las injusticias, por el desempleo y el hambre, por la soledad y el abandono…

Pero  la Iglesia –los bautizados—hemos recibido de Jesús la misión de proclamar que el Reino de los Cielos está cerca, que otro mundo es posible. Y para ello debemos ser los apóstoles de la esperanza procurando devolver el bien por mal, la paz donde hay guerra, la salud donde hay enfermedad, la justicia donde hay inequidad…  Sólo con Cristo y por Él podemos confiar en que el mal no tiene la última palabra.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 10,7-15.
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.  Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos,  expulsen a los demonios. Ustedes han recibido  gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad. 
Comentario

Después del 11 de setiembre de 2001, el mundo entero ha tomado conciencia con una intensidad hasta ahora desconocida, de la vulnerabilidad de cada ser humano y ha comenzado a contemplar el futuro con un sentimiento nuevo de profundo miedo. De cara a este sentimiento, la Iglesia quiere dar testimonio de su esperanza, fundada sobre la convicción de que el mal, “mysterium iniquitatis) (2Tess. 2,7) no tiene la última palabra en las vicisitudes humanas. La historia de la salvación, narrada en la Sagrada Escritura, proyecta una luz intensa sobre la historia del mundo, mostrando que ésta está siempre acompañada por la solicitud misericordiosa y providente de Dios que conoce los caminos para llegar a los corazones más endurecidos y sacar frutos buenos de terrenos áridos e infecundos.

    Esta es la esperanza que sostiene la Iglesia...Con la gracia de Dios, el mundo, donde el poder del mal aparece una vez más como vencedor, será transformado en un mundo donde las aspiraciones más nobles del corazón humano serán cumplidas, un mundo donde prevalecerá la paz verdadera.

  Los acontecimientos recientes, con sus sangrientos episodios que mencionado más arriba, me empujan a la reflexión que a menudo brota del fondo de mi corazón, recuerdos de acontecimientos históricos que han marcado mi vida, especialmente en el curso de mis años de juventud. Los sufrimientos indecibles de pueblos y personas, entre ellos muchos de mis amigos y personas conocidas, a causa de los totalitarismos nazi y comunista, siempre han suscitado en mí interrogantes y han estimulado mi oración. Muchas veces, me he detenido en la siguiente reflexión: ¿Cuál es el camino que conduce al restablecimiento completo del orden moral y social que están empañados de manera tan bárbara? He llegado a la convicción, a través de la reflexión referida a la Revelación bíblica, que no se puede restablecer  el orden quebrantado si no es llegando a una armonía entre justicia y perdón. 

Los pilares de la verdadera paz son la justicia y esta forma particular de amor que es el perdón.

Beato Juan Pablo II (1920-2005), papa
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002
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