¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado 13 del tiempo ordinario, ciclo b.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Am 9,11-15):
Así dice el Señor: «Aquel día, levantaré la tienda caída de David, taparé sus brechas, levantaré sus ruinas como en otros tiempos. Para que posean las primicias de Edom, y de todas las naciones, donde se invocó mi nombre —oráculo del Señor—. Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que el que ara sigue de cerca al segador; el que pisa las uvas, al sembrador; los montes manarán vino, y fluirán los collados. Haré volver los cautivos de Israel, edificarán ciudades destruidas y las habitarán, plantarán viñas y beberán de su vino, cultivarán huertos y comerán de sus frutos. Los plantaré en su campo, y no serán arrancados del campo que yo les di, dice el Señor, tu Dios».
Salmo responsorial: 84
R/. Dios anuncia la paz a su pueblo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón».
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la
fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia
marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Versículo antes del Evangelio (Jn 10,27):
Aleluya. Las ovejas oyen mi voz, dice el Señor; y yo las conozco y me siguen. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 9,14-17):
En aquel tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan».
Comentario
Hoy notamos cómo con Jesús comenzaron unos tiempos
nuevos, una doctrina nueva, enseñada con autoridad, y cómo todas las cosas
nuevas chocaban con la praxis y el ambiente dominante. Así, en las páginas que
preceden al Evangelio que estamos contemplando, vemos a Jesús perdonando los
pecados al paralítico y curando su enfermedad, mientras que los escribas se
escandalizan; Jesús llamando a Mateo, cobrador de impuestos y comiendo con él y
otros publicanos y pecadores, y los fariseos “subiéndose por las paredes”; y en
el Evangelio de hoy son los discípulos de Juan quienes se acercan a Jesús
porque no comprenden que Él y sus discípulos no ayunen.
Jesús, que no deja nunca a nadie sin respuesta, les dirá: «¿Pueden acaso los
invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días
vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt 9,15). El
ayuno era, y es, una praxis penitencial que contribuye a «adquirir el dominio
sobre nuestros instintos y la libertad del corazón» (Catecismo de la Iglesia,
n. 2043) y a impetrar la misericordia divina. Pero en aquellos momentos, la
misericordia y el amor infinito de Dios estaba en medio de ellos con la
presencia de Jesús, el Verbo Encarnado. ¿Cómo podían ayunar? Sólo había una
actitud posible: la alegría, el gozo por la presencia del Dios hecho hombre.
¿Cómo iban a ayunar si Jesús les había descubierto una manera nueva de
relacionarse con Dios, un espíritu nuevo que rompía con todas aquellas maneras
antiguas de hacer?
Hoy Jesús está: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»
(Mt 28,20), y no está porque ha vuelto al Padre, y así clamamos: ¡Ven, Señor
Jesús!
Estamos en tiempos de expectación. Por esto, nos conviene renovarnos cada día
con el espíritu nuevo de Jesús, desprendernos de rutinas, ayunar de todo
aquello que nos impida avanzar hacia una identificación plena con Cristo, hacia
la santidad. «Justo es nuestro lloro —nuestro ayuno— si quemamos en deseos de
verle» (San Agustín).
A Santa María le suplicamos que nos otorgue las gracias que necesitamos para
vivir la alegría de sabernos hijos amados.
Rev. D. Joaquim FORTUNY i Vizcarro (Cunit, Tarragona, España)
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