¡Amor y paz!
El episodio que nos relata hoy el Evangelio sucede en el
extranjero, en territorio de Tiro y Sidón, en Fenicia. La mujer que protagoniza
esta escena no es judía, lo que le da un sentido muy particular al gesto de
Jesús.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la V Semana del
Tiempo Ordinario
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Marcos 7,24-30.
Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. Enseguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. Él le respondió: "Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros". Pero ella le respondió: "Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos". Entonces él le dijo: "A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija". Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
Comentario
La buena mujer se le acerca con fe, para pedirle la curación de su hija,
que está poseída por el demonio. Jesús pone a prueba esta fe, con palabras que
a nosotros nos pueden parecer duras (los judíos serían los hijos, mientras que
los paganos son comparados a los perritos), pero que a la mujer no parecen
desanimarla. A Jesús le gusta su respuesta sobre los perritos que también comen
las migajas de la casa y le concede lo que pide. Lo que puede la súplica de una
madre. La de esta mujer la podemos considerar un modelo de oración humilde y
confiada.
A los contemporáneos de
Jesús el episodio les muestra claramente que la salvación mesiánica no es
exclusiva del pueblo judío, sino que también los extranjeros pueden ser
admitidos a ella, si tienen fe. No es la raza lo que cuenta, sino la
disposición de cada persona ante la salvación que Dios ofrece.
Lo que Jesús dice de que
primero son los hijos de la casa es razonable: la promesa mesiánica es ante
todo para el pueblo de Israel. También Pablo, cuando iba de ciudad en ciudad,
primero acudía a la sinagoga a anunciar la buena nueva a los judíos. Sólo
después pasaba a los paganos.
Para nosotros también es
una lección de universalismo. No tenemos monopolio de Dios, ni de la gracia, ni
de la salvación. También los que nos parecen alejados o marginados pueden tener
fe y recibir el don de Dios. Esto nos tendría que poner sobre aviso: tenemos
que saber acoger a los extraños, a los que no piensan como nosotros, a los que
no pertenecen a nuestro círculo.
Igual que la primera
comunidad apostólica tuvieron sus dudas sobre la apertura a los paganos, a
pesar de estos ejemplos diáfanos por parte de Jesús, también nosotros a veces
tenemos la mente o el corazón pequeños, y nos encerramos en nuestros puntos de
vista, cuando no en nuestros privilegios y tradiciones, para negar a otros el
pan y la sal, para no reconocer que también otros pueden tener una parte de
razón y sabiduría.
Deberíamos corregir nuestra
pequeñez de corazón en el ámbito familiar (por ejemplo en las relaciones de los
jóvenes con los mayores), en el trato social (los de otra cultura y lengua), en
el terreno religioso (sin discriminaciones de ningún tipo).
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 141-145
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 141-145