sábado, 25 de julio de 2009

"EL QUE QUIERA SER GRANDE, QUE SE HAGA SERVIDOR"

¡Amor y paz!

Según se sabe, hay una manera casi infalible de conocer a alguien: darle poder. En efecto, algunos (¿o muchos?) de los que antes fueron nuestros amigos, nuestros compañeros, e incluso nuestros hermanos, una vez tienen poder, dinero o saber nos humillan, nos maltratan o simplemente nos ignoran.

Es que el poder, el tener y el placer son las grandes metas que jalonan la vida de la mayoría de las personas. De tal manera, a los ojos del mundo, el importante, el que vale, es el rico, el sabio, el poderoso. Jesús, en cambio, invierte esos esquemas y hace una opción preferencial por el que sirve, por aquel en quien nadie se fija, el que nadie valora, por el que es tratado como un inferior.


Y a estos últimos (a los excluidos de este mundo) es a quienes Jesús nos invita a servir. En algún momento eso no lo entendieron sus discípulos. ¿Ya lo entendemos nosotros?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este sábado de la XVI semana del tiempo ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 20,20-28.

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre". Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".

COMENTARIO

Dos discípulos de nuestro Señor, los santos y magníficos hermanos Juan y Santiago, según leemos en el evangelio, desearon que el Señor les concediese el sentarse en su reino uno a la derecha y otro a la izquierda. No anhelaron ser reyes de la tierra, no desearon que les otorgase honores perecederos, ni que los colmase de riquezas; no desearon verse rodeados de numerosa familia, ni ser respetados por súbditos, ni ser halagados por aduladores; sino que pidieron algo grande y estable: ocupar unos asientos imperecederos en el reino de Dios. ¡Gran cosa era la que deseaban! No fueron reprendidos en su deseo, pero sí encaminados hacia un orden. El Señor vio en ellos un deseo de grandeza y se dignó enseñarles el camino de la humildad, como diciéndoles: «Daos cuenta de lo que apetecéis, daos cuenta de que yo estoy con vosotros; y yo, que os hice y descendí hasta vosotros, llegué hasta humillarme por vosotros». Estas palabras que os narro, no aparecen en el evangelio; sin embargo expreso el sentido de lo que en él se lee. Os invito ahora a leer las palabras exactas que allí se hallan, para que veáis de dónde han salido las que os he dicho. Una vez que el Señor escuchó la petición de los hermanos, les dijo: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? (Mt 20,22). Vosotros deseáis sentaros a mi lado, pero debéis contestarme antes a lo que os pregunto: ¿Podéis beber el cáliz qué yo he de beber? ¿No os resulta amargo el cáliz de la humildad, a vosotros que buscáis los puestos de grandeza?

Donde se impone un precepto duro, hay siempre un gran consuelo. Los hombres se niegan a beber el cáliz de la pasión, el cáliz de la humillación. ¿Anhelan las cosas sublimes? Amen ante todo las humildes. Partiendo de lo humilde se llega a lo sublime. Nadie construye un edificio elevado, si no ha puesto bien los cimientos. ¡Hermanos míos! Considerad tranquilamente estas cosas; instruíos y afianzaos en la fe para que veáis el camino que debéis recorrer hasta alcanzar lo que deseáis. Conozco y sé sobradamente que ninguno de vosotros rechaza la inmortalidad, la eterna sublimidad, así como el llegar a conseguir la compañía de Dios. Todas lo deseamos.

Veamos, pues, por dónde hemos de llegar hasta ellas, ya que amamos el lugar a donde nos encaminamos. Dije, pues: el que ha de edificar una casa de heno, temporal, no se preocupa de cavar un cimiento firme. Si, por el contrario, desea levantar un gran edificio, de gran consistencia y larga duración, ante todo pone su mirada y atención en los cimientos que ha de cavar y no a la altura que ha de alcanzar; y cuanto más elevada haya de ser la cúspide del edificio, tanto más profundas han de ser las zanjas de los cimientos. ¿Quién no quiere ver sus mieses altas? Antes de conseguirlas, debe remover la tierra profundamente para echar la simiente. El que ara surca las profundidades de la tierra. El que ara profundiza el surco para que crezca la mies. Cuanto más altos y más esbeltos son los árboles, tanto más profundas tienen las raíces, porque toda altura procede de la profundidad.

¡Oh hombre! Tú tenías miedo a soportar las afrentas de la humillación. Te conviene beber el cáliz amargo de la pasión. Tus vísceras están irritadas, tienes inflamadas las entrañas. Bebe la amargura para conseguir la salud. La bebió el médico sano, y ¿no la quiere beber el enfermo debilitado? El Señor dijo a los hijos de Zebedeo: «¿Podéis beber el cáliz? No les dijo: ¿Podéis beber el cáliz de las afrentas, el cáliz de la hiel, el cáliz del vinagre, el cáliz amarguísimo, el cáliz repleto de ponzoña, el cáliz de toda clase de dolores?». De haberles dicho eso, los hubiera atemorizado en vez de animarlos. Donde hay participación hay también consuelo. ¿Por qué desdeñas ese cáliz, ¡oh siervo!? El Señor lo bebió. ¿Por qué lo desdeñas, ¡oh hombre débil!? El sano lo bebió. ¿Por qué lo desdeñas, oh enfermo? El médico lo bebió. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?

En aquel momento, ellos ávidos de grandeza, ignorando sus fuerzas y prometiendo lo que todavía no tenían, responden: Podemos. El Señor les replica: Beberéis ciertamente mi cáliz, ya que yo os concedo el que lo bebáis, ya que os convertiré de débiles en fuertes, os concedo la gracia de padecer para que bebáis el cáliz de la humildad; pero no está en mi poder el sentaros a mi derecha o a mi izquierda, pues mi Padre lo ha dispuesto para otros (Mt 20,23). Si no se les concede a ellos, ¿a quiénes otros se les concede? Si los apóstoles no lo merecen, ¿quién lo merece?... ¿Para quiénes otros, ¡oh Señor!? Si no lo recibió Juan que descansó sobre el pecho del Señor; si no lo recibió el que traspasó el mar, el aire, el cielo y llegó hasta la Palabra (Jn 1,1); el que traspasó tantas cosas y consiguió llegar hasta ti, en cuanto eres igual al Padre; si no recibió lo que pidió, ¿quién lo recibirá? El Señor es consciente de lo que había dicho: Está dispuesto para otros. ¿Para qué otros? Para los humildes, no para los soberbios; luego será también para vosotros, si os hacéis como esos otros, si deponéis la soberbia y os vestís de humildad.

San Agustín
Sermón 20 A, 6-8.
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