¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, a través del
método de la lectio divina, en este jueves de la tercera
semana de Cuaresma.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 7,23-28
Esto dice el Señor: Lo
único que les mandé fue esto: Escuchad mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros
seréis mi pueblo; seguid fielmente el camino que os he prescrito para que seáis
felices. Pero ellos no obedecieron ni hicieron caso; siguieron las inclinaciones
de su corazón obstinado, me dieron la espalda y no la cara.
Desde el día en que
vuestros antepasados salieron de Egipto hasta hoy os envié a mis siervos, los
profetas. Pero no escucharon ni me hicieron caso, sino que se obstinaron y
fueron peores que sus antepasados. Cuando les comuniques todo esto, no te
escucharán; cuando les llames, no te responderán. Entonces les dirás: Esta es
la nación que no escucha la voz del Señor su Dios y no aprende la lección. La
verdad ha desaparecido de su boca.
Dentro de la dura condena
del culto convertido en formulismo vacío (Jr 7,1-8,3), el profeta denuncia
sobre todo la sordera de Israel a la voz de Dios (v. 23), escuchada
de modo extraordinario en el Sinaí, en el momento de la alianza (cf. Ex
20,1-21). Solamente en la escucha obediente -de hecho, el primer mandamiento
comienza con "Escucha, Israel"- el pueblo elegido
podrá conocer a su Dios, diferente de otra divinidad o ídolo. Los verdaderos
profetas no cesan de exhortar, pero junto a su predicación está la más fácil y
cómoda de los falsos profetas. La elección es radical: se juega uno la vida o
la muerte. El fragmento está dividido en tres partes; las dos primeras
presentan una idéntica estructura: al mandamiento de Dios ("Escuchad":
v.23) y su urgente solicitud ("Envié" v. 25) corresponden
los claros rechazos: "Pero no escucharon" (vv.
24.26). No aparece ni sombra de arrepentimiento, ningún deseo de
conversión.
Sólo queda una conclusión
-tercera parte-: mientras el pueblo vuelve a caer obstinadamente en la idolatría
y espiritualmente vuelve a ser esclavo de Egipto, lejos de Dios (vv. 24-27; cf.
Nm 11,4-6), el profeta no deja de ser fiel a su vocación: enviado a
desenmascarar esta situación enojosa (v 27), comparte con Dios
el sufrimiento de ser rechazado, incluso de ser tachado de impostor por los que
prefieren la mentira a la verdad.
Evangelio: Lucas 11,14-23
Un día estaba Jesús
expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando salió el
demonio, el mudo recobró el habla, y la gente quedó maravillada. "Pero
algunos dijeron:
- Expulsa a los
demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios.
Otros, para tenderle
una trampa, le pedían una señal del cielo. Pero Jesús, sabiendo lo que
pensaban, les dijo:
- Todo reino dividido
contra sí mismo queda devastado, y sus casas caen unas sobre otras. Por tanto,
si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Pues
eso es lo que vosotros decís: Que yo expulso los demonios con el poder de
Belzebú. Ahora bien, si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú,
vuestros hijos ¿con qué poder los expulsan? Por eso ellos mismos serán vuestros
jueces. Pero si yo expulso los demonios con el poder de Dios, entonces es que
el Reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado
guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero si viene otro más fuerte que
él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte sus despojos. El
que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Jesús acaba de enseñar a
los suyos el Padre nuestro (11,2-4); les ha regalado la oración por excelencia,
que abre el corazón a la venida del Espíritu Santo (v 13). El Reino de los
Cielos ya está en la tierra. Tiene lugar una curación. El pueblo sencillo se
admira: intuye que algo extraordinario está pasando y se dispone a acoger la
salvación. Pero no todos piensan lo mismo (w 14s).
Como en la primera
lectura, se da una oposición entre dos actitudes irreconciliables. Surge un
duro contraste (vv. 14-15) entre los fariseos y Jesús, a quien se le acusa de
blasfemia y de aliarse con Satanás. Es el destino de todo profeta. Jesús
responde con un discurso apologético. La imagen fuerte de la catástrofe (v 17)
lleva al oyente a excluir que Satanás pueda luchar contra sí mismo. La conclusión
se impone: está actuando "el poder de Dios", expresión
que recuerda los prodigios ejecutados por medio de Moisés en el tiempo del
Éxodo. Lo mismo que después de la enseñanza sobre la oración, aparece la
afirmación esencial: "El Reino de Dios ha llegado a
vosotros", Jesús, expulsando a los demonios, abre una nueva
época, época de libertad de la esclavitud, a condición de acoger libremente la
Buena Noticia que anuncia (v 23).
MEDITATIO
Si instintivamente
sentimos la necesidad de valorar personas y acontecimientos, viéndolo con
nuestros propios ojos, la Palabra que se nos actualiza hoy nos proporciona
materia abundante: para saber ver de verdad, es indispensable aprender antes a
escuchar.
Escuchar ¿qué? La voz del
que ha creado todo con su Palabra amorosa y tiene todo en su mano. Pero hay un
enemigo celoso de la felicidad del hombre siempre al acecho para impedirle
escuchar la voz del Señor y dejarse conducir por su mano.
El mentiroso sugiere
pensamientos falsos, infunde dudas y sospechas. Y si el hombre no guarda en su
corazón la Palabra de Dios, lámpara de sus pasos, si no la medita día y noche,
no estará en disposición de discernir rectamente, con riesgo de extraviarse y
hasta de caer totalmente bajo el dominio de falsas doctrinas. Nos puede suceder
también a nosotros, en tantas cuestiones, quizás de ética personal, familiar o
comunitaria, que no nos sintamos en sintonía con el Evangelio, nos parezca
duro, desfasado, incapaz de ponerse al día...
De este modo,
imperceptiblemente, en muchas ocasiones aparentemente secundarias nos
deslizamos hacia un paganismo tal vez no de calibre mayor, pero paganismo, al
fin y al cabo. A la larga, se perderá el gusto por la Palabra: no sólo no
parecerá dulce al paladar, sino hasta llegaremos a perder la necesidad de ella
e incluso puede llegar a molestarnos si alguien nos la recuerda.
ORATIO
Padre, que tu voz resuene
siempre en nuestro corazón, no permitas que otras voces la apaguen. Vuelve a
susurrarnos lo mucho que nos quieres, tanto cuando nos animas como cuando nos
corriges. Apártanos de esas sugestiones sutiles, de los mensajes persuasivos
del antiguo enemigo astuto, celoso de nuestra amistad contigo. Sabes bien que
el orgullo frecuentemente nos acecha, el miedo nos paraliza frente al dolor o
la prueba.
Con tal de sufrir menos,
estamos dispuestos a vender la piel al diablo. Perdona, Señor, nuestra
arrogancia, la audacia con que nos erguimos presumidos frente a tu Hijo y
frente a ti, cuando nos hablas de cruz, de camino estrecho, de escucha,
obediencia, sacrificio...
Compadécete de nuestra
fragilidad, mira nuestra buena voluntad, acrecienta en nosotros los deseos de
verdad y bondad. Si te ofendemos, no nos lo tomes en serio; si te comprendemos
mal, ayúdanos a rectificar; si te damos la espalda, sigue buscándonos.
CONTEMPLATIO
Ciertamente, el término o
fruto de la Sagrada Escritura no es cualquiera, sino la plenitud de la
bienaventuranza eterna. Las palabras de esta Escritura son palabras de vida
eterna.
A esta plenitud se
esfuerza en introducirnos la divina Escritura: con este fin y con esta
intención ha de ser la Sagrada Escritura escudriñada y enseñada y también
escuchada. Para que lleguemos a este fruto o término andando derechamente por
el recto camino de las Escrituras, hemos de comenzar por el exordio, a saber,
por acercarnos con fe al Padre de las luces, doblando las rodillas de nuestro
corazón, a fin de que él, por su Hijo en el Espíritu Santo, nos dé verdadero
conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, su amor.
Sólo así, conociéndole y
amándole, y consolidados en la fe y arraigados en la caridad, podremos
comprender la amplitud, la longitud, la altura y la profundidad de la Sagrada
Escritura y llegar por este conocimiento al conocimiento perfecto y amor
extático de la Santísima Trinidad, adonde tienden los deseos de los santos y
donde se halla el término y la plenitud de todo lo verdadero y bueno
(Buenaventura, Breviloquium, prologus).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra:
"Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Callarse no significa
estar mudo, como tampoco hablar equivale a locuacidad. El mutismo no crea
soledad, como tampoco la locuacidad crea comunión. "El silencio es el
exceso, la embriaguez y el sacrificio de la palabra. El mutismo, en cambio, es
malsano, como algo que sólo fue mutilado y no sacrificado" (Ernest Hello).
Del mismo modo que existen en la jornada del cristiano determinadas horas para
la Palabra, especialmente las horas de meditación y de oración en común, deben
existir también ciertos momentos de silencio a partir de la Palabra. Serán
sobre todo los momentos que preceden y siguen a la escucha de la Palabra. Esta
no se manifiesta a personas charlatanas, sino en el recogimiento y silencio.
Callamos antes de
escuchar la Palabra, para que nuestros pensamientos se dirijan a la Palabra,
igual que calla un niño cuando entra en la habitación de su Padre.
Callamos después de
haber oído la Palabra, porque todavía resuena, vive y quiere permanecer en
nosotros. Callamos al comenzar el día, porque es Dios quien debe decir la
primera palabra; callamos al caer la noche, porque a Dios corresponde la última
palabra. Callamos sólo por amor a la Palabra.
Callar, en definitiva, no
significa otra cosa que estar atentos a la Palabra de Dios para poder caminar
con su bendición (D. Bonhoeffer, Vida en Comunidad, Salamanca
1983, 61 s).
http://www.mercaba.org/LECTIO/CUA/semana3_jueves.htm