domingo, 13 de septiembre de 2009

¿QUIÉN ES JESÚS PARA TI? ¿QUÉ SIGNIFICA SEGUIRLO?

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y luego el comentario, en este domingo de la XXIV semana del tiempo ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 8,27-35.

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas". "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías". Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.


COMENTARIO

1. Quién es Jesús...

El evangelio de este domingo lo podemos dividir en dos partes: en la primera, Jesús se revela a sí mismo y nos dice quién es él y cómo debemos pensarlo y concebirlo. En la segunda, él mismo indica quiénes somos nosotros en cuanto seguidores suyos, qué implica seguirlo y cuándo alguien puede llamarse su discípulo. Esta segunda parte se refiere al verdadero rostro del cristiano.

Mientras Jesús se dirigía hacia la ciudad de Cesarea de Filipo, ciudad construida en el nacimiento del Jordán como homenaje del rey Filipo al César romano, creyó oportuno hacerles a los discípulos la gran pregunta: Qué pensaban de él. La proximidad de la ciudad levantada en homenaje al dominador del pueblo judío, con sus templos paganos y su estilo de vida tan opuesto al ideal judío, parecía casi insinuar la pregunta y poner sobre el tapete la cuestión del Mesías. ¿Hasta cuándo el pueblo de Dios continuaría dominado bajo el yugo romano? ¿Es que Dios se había olvidado de los suyos? ¿No había venido ya Juan, cual nuevo Elías, preparando el camino al Enviado de Dios? ¿No tenía Jesús todas las apariencias y toda la popularidad necesaria como para iniciar la guerra santa y poner en marcha los tiempos mesiánicos?

Seguramente Jesús adivinó aquellos pensamientos que quisieron hacer eclosión después de la multiplicación de los panes, y él mismo introdujo la pregunta; pero no quiso interpelarlos ex abrupto, así que comenzó rodeando el problema con una pregunta introductoria: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ya conocemos la respuesta. Pero la pregunta puesta en boca de Jesús es, de alguna manera, la pregunta que siempre la Iglesia hizo mirando a su alrededor: ¿Qué se piensa en el mundo sobre Cristo? ¿Cómo lo ven los demás pueblos? ¿Qué se opina sobre él en un país cristiano por tradición?

El gran misterio de este texto no está en la incredulidad de los de fuera, sino en la resistencia que la misma Iglesia pone a Jesús como Mesías sufriente y humilde. Tan cierto es esto que -según relato de Marcos- Pedro se enfadó mucho con Jesús, se sintió profundamente defraudado por palabras tan peregrinas, y entonces lo tomó aparte y lo reprendió por lo que estaba diciendo; le discutió ese punto de vista que, bajo ningún aspecto, estaba dispuesto a aceptar.

La tentación demoníaca se ha hecho carne en la comunidad cristiana y tiene ya una precisa formulación. Hay que rechazar toda forma de cristianismo sufriente, hay que oponerse a que seamos perseguidos por la fe, hay que concluir con las formas humildes y pacíficas. Queremos seguir a Cristo Rey y queremos el poder, tanto el político como el religioso. Queremos gobernar el mundo con el cetro de Cristo; necesitamos bienes y riquezas para expandir el Evangelio y demostrar así quién es el más fuerte y quién el más rico. Si triunfamos, es porque Dios nos bendice...

Ninguno de nosotros ignora que, a lo largo de los siglos, la Iglesia estuvo sometida a la tentación de este Satanás que tan solapada y subrepticiamente se ha escurrido en el templo, en las curias, en las parroquias, en las congregaciones religiosas, en las instituciones cristianas, en la literatura religiosa y en los catecismos. La página de hoy de Marcos es una voz de alarma: ¡Cuidado! ¡Satanás se ha infiltrado en la Iglesia para que rechacemos al Cristo de la humildad, del dolor y de la pobreza! También puede haberse infiltrado en esta pequeña comunidad que hoy está aquí reunida. De aquí la pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?»

2. Quién es discípulo de Jesús

En la segunda parte del texto evangélico, Jesús se dirige no sólo a los apóstoles, sino a toda la multitud de gente que quiera seguirlo. En pocas palabras, nos traza un ideario cristiano que no puede ser otro que el mismo ideario de Jesucristo.

-- «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo». El que quiera seguirme... Cada uno debe elegir entre los pensamientos de Dios y los pensamientos de los hombres sobre el Mesías. Es razonable pensar que haya otras formas más fáciles de vivir una religión; también hay otras maneras de encarar la misión de la Iglesia en el mundo. Jesús no ejercerá el poder para obligarnos a una forma u otra. La decisión la debe tomar cada uno desde su interior. Seguir a Jesús, a este Jesús tal cual él se presenta, debe ser un acto libre y consciente. Debe ser el fruto de una decisión personal. Supone que analicemos el problema, que estudiemos el Evangelio, que comprendamos las palabras de Jesús y que escuchemos otras doctrinas. Y después, decidirnos. Mas quien quiera seguirlo, que sepa que deberá hacerlo de acuerdo con el modo indicado por el mismo Jesús. No podemos fabricar un cristianismo sin este Cristo.

Que se niegue a sí mismo... Renunciar a algo es abandonar una cosa por otra considerada mejor. Pues bien, Jesús nos dice que quien quiera ser su discípulo, debe negarse, renunciar a sí mismo. No sólo a unas horas por el día o a tal descanso, sino a todo, las 24 horas de todos los días.
Alguno podrá pensar que esto ya es inaceptable, pues nos alienaría totalmente. ¿Acaso no se ha afirmado que el cristianismo valora la persona humana y quiere el crecimiento total del hombre? ¿Cómo conciliar dicha afirmación con esta otra de que nos tenemos que renunciar y negar a nosotros mismos? La objeción no es nueva y la respuesta no es tan simple.

En efecto, si la expresión «negarse a sí mismo» significara: anularse a uno mismo como persona, no ser capaz de tomar una decisión, esperar que alguien piense y decida por nosotros, someternos incondicionalmente a la autoridad religiosa y otras cosas por el estilo, es obvio que ningún hombre digno podría aceptarla. Porque de nada nos vale que nos libremos de tal o cual dominación -llámese del pecado o de Satanás- para caer bajo la esclavitud de Dios o de la Iglesia. Un cambio de amo no nos haría más libres. Sin embargo, si hay un dato por demás claro en los evangelios, es que Jesús nos trae la plena libertad como personas y como comunidad. Veamos, entonces, si desde este ángulo arrojamos luz sobre el texto en cuestión.
Jesús ha rechazado como venido del mismo Satanás el reproche de Pedro y su insinuación para que asumiera su mesianismo como una forma de poder. El poder es un «pensamiento de los hombres, no de Dios», es la fuerza que nos esclaviza, el dios que nos aliena. El poder bajo sus diversas formas -político, religioso, económico, social- nos exige la total entrega, impidiendo de esta manera que nos podamos sentir personas libres.

Todo régimen opresor aliena al hombre. Mas hay una particularidad: cuando nos adherimos a esas formas de poder -por ejemplo, del dinero o del status-, no nos damos cuenta de que estamos bajo su dominio; a tal punto nos identificamos con ese poder, que llegamos a tener la ilusión de que somos más en la medida que más disponemos de ese poder. Nos creemos, por ejemplo, más personas por tener más dinero, un cargo importante o un título profesional. Es una trampa sutil, porque el enemigo está dentro de nosotros y se hace pasar por nosotros mismos.

Es que toda tentación externa tiene su aliado en algo que está dentro del hombre: su egoísmo. El egoísmo nos aprisiona y nos traiciona. Pedro y los demás apóstoles corrieron el riesgo de traicionar a Dios y su plan redentor, por egoísmo; Judas traiciona a Jesús por egoísmo; y por egoísmo podemos traicionar a la esposa, a los hijos, a un amigo o a la comunidad entera. Por lo tanto, es inútil pensar en la liberación del hombre -en una liberación de algo exterior al hombre- si no comenzamos por la liberación interior. Digamos que Satanás no sólo se ha infiltrado en la Iglesia como comunidad, sino en cada uno de sus miembros. Y es en el interior de cada uno donde ha de librarse la primera y principal batalla.

Siguiendo estas reflexiones, tratemos de descubrir el sentido de la expresión: «Que se niegue a sí mismo.»

El pensamiento de Jesús es realmente genial en este pasaje. La vida humana se nos presenta como un enigma que descifrar: ¿Cómo ser libre y feliz? Aparentemente, la respuesta es: afirmando nuestro ego, convirtiéndonos en el centro, acaparando, dominando a los otros para que nos sirvan. Y la respuesta es la inversa: la enigmática respuesta del Hombre Nuevo que nos trae la libertad interior: demos muerte al enemigo que está dentro y desaparecerán todos los enemigos.

--«Que cargue con su cruz y que me siga, porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.» El enigma de la vida continúa. Las apariencias vuelven a engañarnos. Nada peor y más humillante que nos carguen con una cruz. Y Jesús lo confirma: que nadie te cargue una cruz. Tómala tú mismo. La cruz es un modo de encarar la vida, y ese modo debe ser aceptado desde el corazón. Tomar la cruz es preguntarse cada día: ¿En qué puedo servir a mi hermano? ¿Qué debo dar hoy? ¿Cómo puedo engendrar vida en quien la necesita? Hay quienes se aferran de tal modo a sí mismos, que salvar su vida es su ideal. Todo es pensado y vivido en función de su egoísmo. Para Cristo, ese hombre está perdido; es un pobre hombre.

El discípulo de Jesús arriesga todo por su ideal. Si Cristo lo libera interiormente, justo es que por esa libertad lo arriesgue todo, hasta la misma vida. En efecto, ¿qué valor puede tener una vida sin libertad interior? Dicho lo mismo con otras palabras: hay vivir y vivir, hay vida y vida.

Hay dos maneras de encarar la existencia. El cristiano se decide por la forma de Cristo, aquella que sacrifica todo, que renuncia a todo, por la libertad de amar sin medida. Es la forma más arriesgada, más exigente y más comprometida. Pero está la otra forma... Y en el medio estamos nosotros. El que quiera, dice Jesús, que me siga... La cruz ya está armada, pero nadie nos podrá cargar con ella. Debe tomarla uno mismo. Si uno deja que se la impongan, es un esclavo cristiano. Esclavo al fin... Si no la toma, es esclavo de sí mismo. Si la toma, morirá en ella. Morirá como hombre libre. Esa es la paradoja...


SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 258 ss.