domingo, 27 de junio de 2021

Contigo hablo, niña, levántate

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos, a leer y meditar Palabra de Dios, en este Domingo XIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

 

Dios nos bendice...

 

Primera lectura

 

Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo

 

Sabiduría  1, 13-15;2,23-24

 

Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella.

 

Salmo responsorial

 

Salmo 29


R. / Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

  • Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.
  • Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. R/.
  • Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

 

Segunda lectura

 

Vuestra abundancia remedia la carencia de los hermanos pobres

 

Segunda carta de san Pablo a los Corintios 8,7.9.13-15

 

Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.»

 

Evangelio

 

Contigo hablo, niña, levántate

 

Evangelio según san Marcos 4, 35-41

 

Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies,  rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».  Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.  Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor.  Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto,  pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.  Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: « ¿Quién me ha tocado el manto?».  Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».  Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto.  La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.  Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».  Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe».  No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.  Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos  y después de entrar les dijo: « ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña,  la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).  La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.  Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

Comentario

 

1. El evangelio de hoy acopla dos milagros en una única narración. El leccionario prevé una lectura abreviada, pero debe ser recomendable leer el texto entero. De hecho, los tres sinópticos engarzan las dos curaciones en una relación seguida y no sin intención. Veámoslo: a) la mujer lleva doce años enferma (¡toda una vida!); la niña muere justamente a los doce años; b) la mujer va perdiendo la vida poco a poco (recordemos que la sangre es vida); la niña la pierde de golpe; c) la mujer actúa a escondidas (porque el flujo de sangre la convertía en "impura" y tocar a alguien era contagiarle su impureza) y con una mezcolanza de fe y de magia; el padre de la niña se presenta a Jesús y le pide su intervención; d) la mujer, al sentirse descubierta, tiembla atemorizada, pero Jesús la tranquiliza y le dice que es su fe la que la ha salvado y no el simple contacto físico; el padre de la niña es exhortado a tener fe y a no temer ni a la misma muerte.

 

2. Como el domingo pasado, nos hallamos, pues, ante una catequesis sobre la fe. La fe salva a aquella mujer de su enfermedad. Ya antes le había llevado a transgredir la ley (atravesar una barrera religioso-legal) y acercarse a Jesús hasta tocarle. Jairo es conducido por la fe a atravesar la barrera definitiva: "Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?", le dicen las plañideras escandalosas; es decir, ante el muro de la muerte no hay nada que hacer. Pero Jesús le dice: "No temas; basta que tengas fe". Los representantes de la muerte se ríen de él. Jairo, acompañado de Jesús, atraviesa el muro y recupera a la hija con vida.

 

3. "Dios no hizo la muerte. El abismo no impera en la tierra. Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propio ser". No es extraño que Jesús sea portador de vida y triunfe sobre la muerte. El Reino de Dios que anuncia es un reino de vida. Atención al salmo responsorial: "Cambiaste mi luto en danzas". Y en la colecta: nos has hecho hijos de la luz; que vivamos en el esplendor de la verdad.

 

4. Pablo pide a los Corintios que sean generosos, como Jesús: nos viene a buscar allí donde estamos (el dominio de la muerte) y nos enriquece con su pobreza; sometiéndose a la muerte nos abre a una vida plena; nos devuelve a la imagen original (el Dios inmortal), borrada por el pecado. El texto nos invita también a hablar de una manera muy realista y muy humana de la comunicación de bienes. Y no sólo a escala doméstica; también a escala mundial: entre los países de la abundancia y los países del hambre. Al fin y al cabo Jesús nos ha enriquecido a todos con su pobreza.

 

Algunas indicaciones

 

1. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser (1. lectura). La muerte es una cuestión siempre abierta. La fe de Israel, expresada en la narración del paraíso, es que Dios no quiere la muerte sino la vida; que el hombre no está destinado a la muerte, sino que su destino original -es decir, en el designio de Dios, que es el verdadero origen del hombre- es la vida plena: por algo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. No obstante (y en contra de la letra de la lectura), el hombre, la tierra y el universo entero creado (según los científicos) son el dominio de la muerte. Es una lección de sana humildad que nos reconozcamos formando parte de esta tierra y de este universo perecederos. Que reconozcamos que la inmortalidad es un don gratuito, que va más allá de todas las posibilidades y las fuerzas del universo del que formamos parte. Y que las ansias de vida inscritas en nuestro corazón tienen su origen en aquel que nos ha creado y apuntan hacia el don gratuito e inesperado que nos da en Jesucristo, el Señor.

 

2. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado (salmo). ¡Qué oración más extraordinaria! Para recitarla cuando nos sentimos librados de una pena (la enfermedad, la enfermedad de una persona amada, una desgracia que nos oprimía...). Para recitarla en el momento de la muerte de un amigo creyente. Para cantarla con el Señor celebrando su Pascua. Para reconocer que por mucho que suframos -y hay personas y familias que sufren mucho-, por mucho que nos sintamos abandonados de Dios -y Jesús mismo se sintió abandonado: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?-, "su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa".

 

3. Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres (2. lectura). San Pablo se nos muestra muy humano y sensato. Los bienes de la tierra son para todos: practiquemos, pues, la ley de los vasos comunicantes. Una exhortación especialmente apremiante en nuestra situación mundial. ¿Qué podemos hacer? A los cristianos, el ejemplo de Jesucristo no nos puede dejar tranquilos. Si él nos ha enriquecido con su pobreza (asumiendo la pobreza humana, hasta la muerte y muerte en cruz), no podemos ser insensibles a la miseria extrema de aquellos hermanos por los cuales también ha muerto el Señor.

 

4. La niña no está muerta, está dormida (evangelio). También hoy se ríen de los creyentes cuando decimos esto. Como los "impíos" de que habla el capítulo segundo del libro de la Sabiduría (léanse íntegros los capítulos 1 y 2). Así como nos sentimos perdidos ante la naturaleza desatada, que no dominamos (domingo pasado), también nos sentimos desamparados ante la enfermedad, que nos arranca la vida poco a poco, y ante la muerte. Pero el Señor nos salva de estas situaciones extremas. El evangelio y las demás lecturas son una invitación a nuestra fe: Jesús nos salva de estas situaciones desesperadas y hace brillar esplendorosamente la imagen del Dios inmortal, inscrita en nuestro ser desde el primer momento de nuestra existencia.

 

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1994, 9

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