¡Amor y paz!
Mateo sitúa la confesión de fe de Pedro al final del ministerio de Jesús en Galilea, momento crucial de su itinerario hacia Jerusalén. El lugar es Cesárea de Filipo, región pagana, fuera de Palestina. En primer lugar, la ‘gente’ reconoce a Jesús como profeta y espera obras inmediatas e interesadas; para el pueblo, Jesucristo es con frecuencia el Señor de los milagros. En cambio, los discípulos han de confesar la fe en el Mesías, Hijo del Dios vivo, ligada al anuncio de la pasión del Señor. Sin proclamar la fe en Jesús, con todas sus consecuencias de sufrimiento injusto, no se puede ser discípulo cristiano.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXI Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 16,13-20.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Comentario
Amigos míos, no leeremos ni escucharemos el evangelio, si seguimos hablando de la respuesta de la gente de entonces o de hoy, ni tampoco lo habremos escuchado del todo, si escudriñamos en la respuesta de Pedro. Sólo habremos escuchado el evangelio si, como Pedro, nos sentimos interpelados por la pregunta de Jesús: ¿Qué decimos nosotros, qué dices tú, qué digo yo? Y mejor aún: ¿Qué dice nuestra vida, nuestras obras, nuestros proyectos, nuestras metas, nuestras intenciones? ¿Qué tiene que ver Jesús en nuestra vida? ¿Qué tiene que ver nuestra vida con el prójimo? Es ahí donde el Evangelio suena con fuerza. Con tal fuerza que no podemos sofocar esa pregunta. Porque esa respuesta es nuestra vida. Y en esa respuesta está la vida de todos los demás. De nuestra respuesta depende el futuro. Si nos sentimos cristianos, tenemos que responder, no podemos callar en un mundo injusto, no podemos encogernos de hombros ante el hambre, no podemos ser felices en medio de tanta pobreza e infelicidad. Tenemos que responder.
Tenemos que dar la cara por Jesús, por el hombre, por todos y por cada uno.
EUCARISTÍA 1990/40
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