miércoles, 20 de octubre de 2010

Fidelidad y prudencia, necesarias para la espera

¡Amor y paz!

Ya lo decíamos ayer y hoy lo reiteramos: el tiempo de la espera es un tiempo de servicio. En esta ocasión, el Señor se refiere a un administrador que debe ser fiel al Señor y a su Palabra. Y también prudente, porque algún día tendrá que rendir cuentas. El premio, tener parte en el Reino de Dios.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Miércoles de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 12,39-48.

Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada". Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?". El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.

Comentario

Pedro comienza en el evangelio de hoy preguntando si la parábola propuesta por Jesús en el evangelio de ayer, en la que invitaba al servicio dentro de la comunidad como camino de felicidad y realización de la utopía del Reino, es válida sólo para los discípulos judíos o también para los paganos, para el resto del mundo, diríamos hoy. Y Jesús le responde de modo indirecto diciendo que dentro de la comunidad somos administradores de los bienes que hemos recibido de Dios, no dueños ni propietarios.

Jesús alaba la figura del administrador “fiel y sensato”, o sea, de aquel que tiene conciencia de una doble servidumbre: a su amo y a los siervos de su amo, con la finalidad de que nada falte a las personas encomendadas a su administración. El administrador no es el dueño, ni puede tener una postura despótica o autoritaria (“pegar a los mozos y a las muchachas”) ni debe vivir centrado en sí mismo, de modo hedonista y egocéntrico, centrado en lo material (“comer, beber”) hasta perder el control de sí mismo (“y emborracharse”). Esto es lo más opuesto que hay a la actitud de vigilancia y servicio que Jesús recomienda a sus discípulos.

Pedro que tal vez esperaba privilegios, recibe de su maestro una única respuesta: en la comunidad no hay otro privilegio que el servicio.

Quien sirve así se sitúa al mismo nivel de su señor, como se nos decía ayer: “¡Dichosos esos siervos si el señor al llegar los encuentra despiertos! Os aseguro que él se pondrá el delantal, los hará recostarse y les irá sirviendo uno a uno” (Lc 12, 37).

Y si el Señor sirve a quienes en teoría son sus siervos, esto quiere decir que dentro de la comunidad no hay ya señores ni siervos, sino amigos y hermanos, igualados por el afán de servicio por amor que acaba con toda clase de autoritarismo, violencia, dominación y poder, palabras que habría que desterrar para siempre del léxico cristiano y eclesiástico.

Servicio Bíblico Latinoamericano

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