martes, 19 de agosto de 2014

Nos dejamos esclavizar de bienes pasajeros y descuidamos los eternos

¡Amor y paz!

La dificultad, el tropiezo en que se convierten las riquezas para quienes las poseen, nace del egoísmo, que impide abrir los ojos ante las necesidades del prójimo, que ha sido azotado por la injusticia, por la pobreza, por la discapacidad, por la edad o por la enfermedad.

Dios es el único que puede conceder la conversión del corazón. Y volver al Señor no puede llevarnos a abandonar aquellas cosas que poseemos. Dejarlo todo por Cristo significa poner sólo en Él nuestra confianza y dejar en sus manos nuestros bienes temporales. Y las manos de Cristo se extienden hacia nosotros en las manos de los necesitados, que reclaman de nosotros el pan que necesitan para sobrevivir, o nuestra voz para darles voz ante las injusticias o atropellos de que han sido víctimas.

Por Cristo ¿Seremos capaces de dejarlo todo en sus manos? ¿Hasta dónde llega nuestro amor por Él?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en reste martes de la XX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 19,23-30. 
Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos". Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible". Pedro, tomando la palabra, dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?". Jesús les respondió: "Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.  

Comentario

En la Eucaristía, el Señor se anonada a sí mismo, haciéndose menos que hombre, haciéndose un pedazo de pan que comparte con la humanidad entera. A eso llega el amor de todo un Dios por nosotros, criaturas pecadoras, pues nos quiere con Él eternamente. Esa es la dignidad con que contempla nuestra vida; ese es el precio en que nos ha valorado a nosotros, a quienes quiere como hijos suyos. Él no se reserva algo para sí mismo, sino que lo entrega todo por nosotros. Su amor, el amor del Todopoderoso y Dueño de todo, no convirtió la Encarnación en motivo de condenación, sino de salvación para nosotros. Aprovechemos este tiempo de amor y de gracia que Dios nos concede vivir en la Eucaristía.

El Señor nos pide abrir los ojos ante la realidad de pobreza y de opresión que afecta grandes sectores de nuestra sociedad. Los que creemos en Cristo no podemos secuestrar el amor, la alegría, la paz ni la dignidad humana de nuestro prójimo para lograr, mediante eso, nuestros intereses y elevarnos mientras pisoteamos a nuestro prójimo.

Ciertamente necesitamos personas que administren justamente, tal vez, grandes cantidades económicas, pues sin ellos sería imposible crear fuentes de trabajo para las clases trabajadoras. Sin embargo el empleo debe ser remunerado justamente; y el trabajador no puede ser considerado ni tratado como un en engranaje de la máquina productiva. Sus derechos como persona, y como parte de una familia han de ser respetados con todas las prestaciones de leyes justas y no manipulados a favor de los dueños del capital. Cuando no se le dé una limosna ofensiva al trabajador, sino que se comparta con Él los bienes que uno posee, entonces podremos decir que no hemos perdido la oportunidad que el Señor nos concede para salvarnos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber depositar únicamente en Él nuestra fe y nuestra confianza, de tal forma que, libres de la esclavitud a lo pasajero, sepamos compartir lo nuestro con los más desprotegidos, a imagen de Aquel que nos enriqueció con su pobreza, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Homiliacatolica.com