lunes, 2 de noviembre de 2020

“Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros”

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este lunes de la 31ª semana del Tiempo Ordinario, ciclo A. Conmemoramos a los Fieles Difuntos.

 

Dios nos bendice...

 

Lecturas de hoy Conmemoración de los fieles difuntos

Hoy, lunes, 2 de noviembre de 2020

 

Primera lectura

Lectura del libro de las Lamentaciones (3,17-26):

Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha; me digo: «Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.» Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! El Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

Palabra de Dios

 

Salmo

 

Sal 129,1-2.3-4.5-6.7-8

R/.
Desde lo hondo a ti grito, Señor

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón
y así infundes respeto. R/.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora. R/.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa. R/.

Y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.

 

Evangelio de hoy

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

Palabra del Señor

 

Reflexión

 

      Ayer celebrábamos a los santos. Todos los Santos de la historia de la Iglesia. Pero hoy celebramos a los difuntos, y estos son como más nuestros. La mente y el recuerdo se nos van a nuestros difuntos, los que hemos conocido, los que han sido de nuestra familia, los que han formado parte de nuestra historia personal. Con ellos hablamos, tuvimos relación. Quizá hasta nos enfadamos y discutimos. Son nuestros difuntos. Y cuando murieron, un poco de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestro ser, murió con ellos. 

      

Es una memoria agradecida. La relación con nuestros difuntos, de los que nos acordamos, fue una relación de cariño. Hasta podríamos decir que esa relación no solo fue, sino que es. Está presente en nuestros corazones y en nuestras mentes. Nos acordamos de ellos. No se trata sólo de que tengamos su foto en la cartera. Ellos están con nosotros. Es otra forma de presencia. 

      

Es una memoria dolorosa. Porque su partida nos dejó marcados. Un trozo de nuestra propia y personal historia se fue con ellos. Alguien que formaba parte de nosotros, de nuestro yo, se fue y nos dejó más solos. Desde entonces experimentamos con más fuerza esa soledad que forma parte intrínseca de la vida de toda persona. Nos sentimos huérfanos porque ellos cuidaban de nosotros, su amistad y su cariño nos mantenía firmes y nos ayudaba a vencer las dificultades de la vida. Nos hemos quedado más solos y lo sentimos. 

 

      Es una memoria esperanzada. Porque desde la fe creemos que esta vida no termina en  estos límites que impone la duración de nuestro cuerpo. La fe en Jesús nos invita a mirar más allá del horizonte de la muerte. No sabemos bien cómo pero creemos que hay vida más allá de la muerte. Estamos convencidos de que tanto amor, tanta amistad, tanto cariño, no puede desaparecer de golpe. Que Jesús resucitó es la afirmación más importante de nuestra fe. Desde ella todo el Evangelio cobra sentido. Amar, servir, entregarse por los demás, tiene un sentido nuevo. Nada es en vano. Nos encontraremos más allá –no sabemos de qué manera– y ese amor, esa amistad, ese cariño llegará a su plenitud. 

 

      Por eso, hoy recordamos a nuestros difuntos. Y, aunque nos duela su memoria y su recuerdo, sabemos que la vida de Dios es más fuerte que la muerte. Cuando escuchamos el mandato evangélico de amarnos unos a otros, sabemos que ese amor no se perderá. Porque Dios es amor y es vida. Y nosotros mantenemos alta la mirada y firme la esperanza. Aunque nos duela el recuerdo de nuestros seres queridos. 

 

Fernando Torres cmf

Ciudad Redonda