miércoles, 31 de diciembre de 2014

Hagamos hoy un balance del amor que dimos y del que nos faltó dar

¡Amor y paz!

Hoy es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este 7º. Día de la Octava de Navidad, cuando concluye el año 2014.

A todos los lectores habituales y ocasionales de este blog les deseamos un nuevo año lleno de bendiciones, amor, salud y prosperidad.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Juan 1,1-18. 
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.  

Comentario

La Palabra eterna del Padre, es Palabra creadora. Dios pronuncia su Palabra, Dios envía su Palabra a la tierra y no volverá al cielo con las manos vacías, sino con la abundancia de los frutos del amor, de la bondad, de la justicia, de la paz que proceden de Dios. A pesar de que tal vez no hemos sido un buen terreno, y que esperando Dios de nosotros frutos de buenas obras sólo hemos producido espinos y abrojos, Dios no nos ha abandonado, sino que su amor por nosotros es un amor eterno.

Por eso le damos gracias, porque se ha dignado poner su morada en nuestros corazones. Ojalá y no lo rechacemos, sino que se convierta en nosotros en el único Camino mediante el cual lleguemos a ser hijos de Dios y, guiados por su Espíritu, podamos revelarle al mundo quién es Dios, no sólo porque le hablemos con discursos bellamente estructurados, sino porque nuestra vida misma se convierta en una manifestación del amor de Dios para todos los pueblos.

Dios ha salido a nuestro encuentro para entrar en diálogo amoroso con nosotros. Él nos comunica su Vida y su Espíritu y habita en nuestros corazones como en un templo. Desde esa presencia salvadora de Dios en nosotros, también nosotros debemos aprender a poner nuestra morada en medio de los hombres para caminar con ellos en sus penas y alegrías, en sus gozos y esperanzas, en su dolor y en su pobreza. La Iglesia de Cristo no puede solo quedarse como espectadora en medio de todo aquello que aqueja a la humanidad. La Voz de la Iglesia es la primera que ha de resonar en la búsqueda de la paz y de una mayor justicia social. Estar en el mundo sin ser del mundo; es decir, sin dejarse dominar por los criterios deshumanizantes, injustos o pecadores que muchas veces se han apoderado de quienes viven con una conciencia destruida por el egoísmo o por la maldad. Cristo nos quiere como signos claros de su amor, de su alegría, de su bondad, de su paz, de su misericordia para nuestros hermanos.


Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir comprometidos con el Señor y su Evangelio, aceptando todas las consecuencias que se nos vengan por nuestra fidelidad al amor de Dios y al amor del prójimo y a la misión que se nos confió: Proclamar la Buena Nueva de salvación a todos los hombres.

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martes, 30 de diciembre de 2014

Jesús llegó para liberarnos del pecado, la desesperación y el miedo

¡Amor y paz!

La alegría del nacimiento de Cristo tiene que ser una noticia de salvación para todos los que se encuentran prisioneros por el pecado, la desesperación, la angustia, el temor y el miedo.

De la misma manera que Ana, la profetisa, comenzó a hablar de Jesús, nosotros también debemos compartir con los demás la alegre noticia de que Jesús es una realidad en nuestra vida y en nuestro mundo; que él es la única oportunidad que tiene el hombre para ser feliz, pues sólo en él están la Vida, la paz y la perfecta armonía interior (Pbro. Ernesto María Caro).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este día sexto de la Octava de Navidad.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 2,22.36-40. 
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.  
Comentario

I. La historia de la Encarnación se abre con estas palabras: No temas, María (Lucas 1, 30). Y a San José le dirá también el Ángel del Señor: José, hijo de David, no temas (Mateo 1, 20). A los pastores les repetirá de nuevo el Ángel: No tengáis miedo (Lucas 2, 10). Más tarde, cuando atravesaba el pequeño mar de Galilea ya acompañado por sus discípulos, se levantó una tempestad tan recia en el mar, que las olas cubrían la barca (Mateo 8, 24) mientras el Señor dormía rendido por el cansancio. Los discípulos lo despertaron diciendo: ¡Maestro, que perecemos! Jesús les respondió: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? (Mateo 8, 25-26). ¡Qué poca fe también la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad! Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad, trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente. Olvidamos que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro alcance. Jesús no se olvida de nosotros: “nunca falló a sus amigos” (Santa Teresa, Vida), nunca.

II. Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos; siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará” (J. Escribá de Balaguer, Camino). Y nosotros le decimos que no queremos dejarle. “Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza (Salmos 42, 2). Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente” (Idem, Amigos de Dios) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades.

III. En toda nuestra vida, en lo humano y en lo sobrenatural, nuestro “descanso” nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser (Suma Teológica). Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la serenidad. Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de Dios; también en las circunstancias más adversas.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


lunes, 29 de diciembre de 2014

En Jesús, toda la humanidad tiene el camino abierto hacia Dios

¡Amor y paz!

Dios ha cumplido sus promesas de salvación; en Jesús no sólo los judíos tienen el camino abierto hacia Dios, sino los hombres de todos los tiempos y lugares, pues el Señor vino como luz de las naciones y gloria de su Pueblo Israel. Jesús es el consagrado al Padre, y como tal está dispuesto a hacer en todo su voluntad.

María misma, la humilde esclava del Señor, participará también de esa fidelidad amorosa a la voluntad del Padre que le llevará a estar al pie de la cruz, con el alma atravesada por una espada de dolor, pero segura en las manos de Dios, que cumplirá en ella cuanto le fue anunciado.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Día Quinto de la octava de Navidad. Casualmente es el mismo texto que leímos ayer, pero aprovechemos su variedad de enfoques y gran riqueza.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 2,22-35.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones. “Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma." 
Comentario

La Iglesia encuentra en María el camino de fidelidad a Dios: Cristo Jesús, el cual no ha de ser para nosotros motivo de ruina sino de salvación, pues Él no vino para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Quienes estamos consagrados a Dios por medio del Bautismo, que nos une en la fe a Jesucristo, debemos ser luz para todas las naciones y nunca motivo de condenación, de destrucción, de muerte, de sufrimiento; pues el Señor no nos envió a destruir la paz ni la alegría, sino a construir su Reino de amor a pesar de que en ese empeño tengamos que tomar nuestra propia cruz, ir tras las huellas de Cristo para que, pasando por la muerte, lleguemos junto con Él a la participación de la Gloria que le corresponde como a Unigénito de Dios Padre.

Jesucristo ha venido a nosotros. ¿Lo hemos recibido con amor? ¿Lo reconocemos como nuestro Dios y Salvador? Cristo, Luz de las naciones, no sólo ha de iluminar nuestra vida, sino que, por nuestra unión a Él, debemos ser también nosotros luz del mundo. Nuestros padres ya pueden morir en paz cuando vean que aquel compromiso de educarnos en la fe, para que vivamos como hijos de Dios, ha llegado a su cumplimiento en nosotros. Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado; pues la perfección consiste en el amor que llega en nosotros a su plenitud.


No nos conformemos con llamarnos hijos de Dios, sino que seámoslo en verdad de tal forma que, mediante nuestras buenas obras, manifestemos desde nuestra vida a Aquel que habita en nuestros corazones, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Aquel que vive pecando, aquel que se levanta en contra de su hermano para asesinarlo, para perseguirlo, para calumniarlo, para dejarlo morir de hambre, por más que se arrodille ante Dios no puede ser, en verdad, su hijo, pues Dios es amor, y es amor sin límites. Amemos a nuestro prójimo en la forma como el Señor nos ha dado ejemplo, pues en la proclamación del Evangelio sólo el amor es digno de crédito.

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domingo, 28 de diciembre de 2014

Dime qué familia tienes y te diré qué sociedad quieres

¡Amor y paz!

La Sagrada Familia nos invita a revisar el clima de amor, comprensión y comunicación en nuestra propia familia o comunidad. El mundo de hoy hace difícil esta comunión, pero la Navidad nos invita a que en verdad «la caridad empiece por casa», por haber experimentado la cercanía del amor de Dios.

La salud de una familia cristiana, su equilibrio y trabazón, tiene un factor decisivo en su actitud ante Dios: la escucha obediente a su Palabra, la oración, la «presentación en el Templo» y el encuentro con Dios en la Eucaristía dominical: esto es lo que da solidez al amor mutuo y firmeza a una fe que no pocas veces atraviesa momentos difíciles. (J. Aldazabal).

Los invito, hermanos a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, Jesus, Maria y José.

Dios nos bendice...

Evangelio según San Lucas 2,22-40.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeon, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Comentario

Un matrimonio de profesionales jóvenes, con dos hijos pequeños, fue asaltado un día por un familiar cercano con una pregunta que nunca se habían esperado: –¿Estarían ustedes dispuestos a prestarle el carro nuevo a la empleada del servicio durante todo un día? Ellos, sin entender para dónde iba el interrogatorio, respondieron casi al tiempo y sin dudar ni un momento: “Ni de riesgos. ¡Cómo se le ocurre! ¡No faltaba más!” El familiar, dejando escapar una sonrisa de satisfacción al ver cómo habían caído redonditos, les dijo: “Y, entonces, ¿cómo es que dejan todo el día a sus dos hijos en manos de la misma empleada del servicio?”

No se trata de juzgar la forma de ejercer la paternidad o la maternidad en los tiempos modernos. Ni soy yo el más indicado para decir qué está bien y qué está mal en la educación de los hijos, puesto que no los tengo; pero cuando escuché esta historia me conmoví interiormente y pensé mucho en la forma como se van levantando actualmente los hijos de matrimonios conocidos.

La familia es el núcleo primordial en el que crecemos y nos vamos desarrollando como personas. Lo que aprendemos en la casa nos estructura interiormente para afrontar los retos que nos plantea la vida. Lo que no se aprende en el seno del hogar es muy difícil que luego se adquiera en el camino de la vida. Los primeros años de nuestro desarrollo son fundamentales y tal vez a veces lo olvidamos.

Es muy poco lo que los Evangelistas nos cuentan sobre la vida familiar de Jesús, José y María; sin embrago, por lo poco que se sabe, ellos tres constituyeron un hogar lleno de amor y cariño en el que se fue formando el corazón del niño Jesús. Y, a juzgar por los resultados, ciertamente, tenemos que reconocer que debió ser una vida familiar que le permitió al Niño crecer hasta la plenitud de sus capacidades: “Y el niño crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios”.

Que nuestros niños crezcan también fuertes y llenos de sabiduría, gozando del favor de Dios, de tal manera que no tengan que rezar a Dios con las palabras que leí alguna vez en una revista:

"Señor, tu que eres bueno y proteges a todos los niños de la tierra,
quiero pedirte un gran favor: transfórmame en un televisor.
Para que mis padres me cuiden como lo cuidan a él,
para que me miren con el mismo interés
con que mi mamá mira su telenovela preferida o papá el noticiero.
Quiero hablar como algunos animadores que cuando lo hacen,
toda la familia calla para escucharlos con atención y sin interrumpirlos.
Quiero sentir sobre mí la preocupación que tienen mis padres
cuando el televisor se rompe y rápidamente llaman al técnico.
Quiero ser televisor para ser el mejor amigo de mis padres y su héroe favorito.
Señor, por favor, déjame ser televisor aunque sea por un día".

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

sábado, 27 de diciembre de 2014

El apóstol de la Palabra nos enseña a ser hermanos ‘en comunión’

¡Amor y paz!

San Juan es el gran cantor de la Encarnación de la Palabra Divina, y por eso tiene particular sentido que su fiesta quede incorporada dentro de la gran fiesta del Nacimiento del Señor, que se extiende por ocho días, es decir, a lo largo de la Octava de Navidad.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que celebramos la fiesta de San Juan, apóstol y evangelista.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Juan 20,2-8. 
El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. 

Comentario

Dos características destacan indudablemente en los escritos del apóstol Juan; dos notas que parecen contradecirse en términos físicos, pero se complementan bellamente cuando se trata de espiritualidad: altura y profundidad, es decir: ojo a lo alto y mirada a lo profundo.

Este es el evangelista que hunde su mirada en el misterio admirable del Verbo y arranca del Cielo palabras que parecían prohibidas a los mortales. La audacia de su mensaje compite con la belleza de su expresión, de modo que el corazón creyente, cuando de veras lee a Juan, llega a sentir esa especie de embriaguez deliciosa que se siente en los lugares altísimos, cuando todo se hace visible y adquiere por así decirlo su lugar en el conjunto sobrecogedor e imponente.

Nadie piense, sin embargo, que estamos hablando de un poeta de fantasías o de un novelista de seres o sensaciones imaginarias. Apegado a lo concreto y a lo real, mira qué nos ofrece: "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida...". No es un vendedor de quimeras, no es un soñador atorado en sus ilusiones: es ante todo un testigo.

Estar en comunión

Es difícil saber cuál podría ser la "gran palabra", el concepto clave de la enseñanza de Juan: ¿la Palabra?, ¿la pareja ver-creer?, ¿la vida? Lo más seguro es decir que, más que una palabra o una única idea, en el corazón de la doctrina de Juan tenemos un conjunto armonioso y complementario de experiencias vividas desde Dios y hacia Dios. En este sentido el término clave sería "comunión".

Estar "en comunión" es precisamente participar-de, recibir y compartir, aprender y ejercer un lenguaje, vivir lo mismo aunque no en la misma forma, en fin, llegar a ser con el otro. Es algo tan central en el mensaje de Juan, que llega a decirnos: "eso les anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros" (1 Jn 1,3).

Es preciso que nuestra fe católica redescubra la potencia de esas expresiones. "Estar en comunión", "comulgar", que es su equivalente, significa mucho más que participar de un rito, asentir a una doctrina o permanecer bajo una disciplina eclesiástica, aunque todo ello tiene también su valor. Es respirar de un mismo Espíritu, tener unas referencias experienciales comunes, haber aprendido juntos un modo de hablar sobre el Señor, llorar con las lágrimas del hermano y reír con su sola sonrisa.


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viernes, 26 de diciembre de 2014

Serán odiados, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará

¡Amor y paz!

Nos ofrece la Iglesia, nuestra Madre, al día siguiente de la solemne celebración del nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, la fiesta de san Esteban. Según narra con bastante detalle el libro de los Hechos de los Apóstoles, Esteban derramó su sangre hasta la muerte por declarar su fidelidad a Jesucristo, mientras fue brutalmente apedreado.

Los enemigos de Jesucristo no se conformaron con la muerte del Hijo de Dios, sino que quisieron acabar también con sus seguidores, los cristianos. Pero no podían resistir la sabiduría y el Espíritu con que hablaba –afirma el libro sagrado a propósito de Esteban–. Sobornaron entonces a unos hombres que dijeron: —Nosotros le hemos oído proferir palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes, en que celebramos la fiesta de San Esteban Protomártir.

Dios nos bendice….

Evangelio según San Mateo 10,17-22. 
Jesús dijo a sus apóstoles: Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. 

Comentario

Cuando los hombres no quieren, en modo alguno, aceptar la verdad como fuerza que impuse sus vidas, acaban empleando la violencia: la fuerza de la mentira. Ante todo y primeramente sucede esto en el propio interior, contraviniendo los dictados de la conciencia personal; luego con los demás que son justos y leales con la verdad, que se hacen intolerables: se convierten en un enemigo insufrible, pues su inapelable virtud los pone en evidencia ante el mundo y es preciso acabar con ellos.

Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios. Estas palabras de Esteban, que garantizaban su sinceridad de conciencia ante Dios, resultaron inadmisibles para sus enemigos y precipitaron su ejecución. Unos momentos después estaba gozando de la intimidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los argumentos de Esteban se apoyaron para su defensa en la Escritura revelada, que todo judío conocía bien y aceptaba. Por eso, entonces clamaron a voz en grito, se taparon los oídos y se lanzaron a una contra él. Es el ímpetu de la violencia que arrasa la serenidad verdadera. ¿No nos sucede –en otro orden de cosas– algo así de vez en cuando a nosotros? ¿No hacemos "oídos sordos" a las acusaciones inapelables de nuestra conciencia, a las necesidades evidentes de algunos que nos rodean, a Dios mismo presente en el sagrario.

En estos días del Tiempo de Navidad nos resulta, si cabe más fácil, la contemplación de Dios en su misterio. Nos basta fijarnos en José y en María, que, admirados de la grandeza divina, que quiso esconderse en el Recién Nacido, se desviven en adorarle y amarle. Ciertamente no se les ahorró ni la fatiga ni el abandono de los hombres. Nadie, sin embargo, como ellos ha podido gozar de la dicha inmensa –en medio del dolor, hay que recalcarlo– de saberse con la mayor riqueza posible, tan inmensa que la mente humana no es capaz de imaginar. Valía la pena cualquier pérdida, cualquier fatiga, cualquier desprecio, cualquier dolor..., con tal de tener a ese Niño, con tal de entregar segundo a segundo la vida por Él.

Así serían los pensamientos de Esteban. Así deben ser los nuestros de ordinario, ya que en todo momento podemos estar en oración –debemos estarlo–, contemplando a Dios que nos contempla, y contemplando asimismo esa circunstancia que nos toca vivir: que debemos convertir, –como se reza en la oración para la devoción san Josemaría– en ocasión de amar a Dios, y de servir con alegría y con sencillez a la Iglesia, al Romano Pontífice y a las almas, iluminando los caminos de la tierra con la luminaria de la fe y del amor. Nada es pequeño para un alma de fe y coherente; no hay fracasos si aquello se hizo buscando agradar Dios.

Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Jesús advierte a sus discípulos de la fuerte oposición que encontrarán. Se trata de una realidad habitual, de todos los tiempos. No han cambiado en absoluto esas circunstancias a la vuelta de veinte siglos. También hoy, en diversos lugares del mundo, hay mártires, que confiesan con su sangre, a costa de su vida terrena, la fe en Jesucristo. Pues, Nuestro Señor, no nos advierte del peligro para que –temerosos– nos escondamos; sino, más bien, para lo contrario, en cierto sentido. Nos previene para que no nos parezca extraño que muchos se opongan decididamente a su Persona y a su Doctrina, al Evangelio. Es lo que podemos observar hoy, como corriente ideológica establecida, en bastantes sectores de la sociedad.

Ese ambiente hostil ha sido y será siempre un estímulo para el discípulo de Cristo: la realidad palpable de que tiene mucho por hacer. Sigue pues siendo actual, quizás más actual que nunca, el mandato animante de nuestro Maestro: Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Los cristianos de hoy no tenemos derecho a contemplar a san Esteban como si fuera un personaje del pasado y extraño del todo a nuestra cultura, a nuestro modo actual de vivir. Su fortaleza y su coherencia con la fe –su amor a Jesucristo– son hoy tan necesarios como hace veinte siglos, no han perdido vigencia y nos toca hacer de ellos una realidad que ilumine el mundo. Que no nos importe que pueda parecer un destello deslumbrante para muchos, como lo fue la vida de los primeros cristianos.

Nos encomendamos a José y María, para que nos enseñen a contemplar más y más a ese Dios que no quiere apartarse nunca te nuestro lado.

Fluvium
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jueves, 25 de diciembre de 2014

¡Aleluya! ¡Ha nacido nuestro Salvador! ¡Aleluya!

¡Amor y paz!

Para todos los lectores, habituales y ocasionales, de este blog, ¡una muy feliz y santa Navidad! Mi deseo es que con la celebración jubilosa de este gran acontecimiento de nuestra fe, vayamos recuperando el verdadero sentido y dimensión del Amor, que tanta falta hace en muchos hogares y en nuestra sociedad.

Que se refuercen los lazos fraternales de la gran familia humana y la paz y la concordia reinen en nuestros corazones. Si el mundo anda mal, es porque le ha dado la espalda a Dios.

¡Que caigan las caretas, se derrumben los ídolos, cesen las intrigas, se acaben los odios y le pongamos punto final al resentimiento! Volvamos nuestra mirada al adorado huésped de Belén e inspirémonos en su gran amor, humildad y ternura para construir entre todos un mundo mejor.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves en que celebramos la solemnidad de la Natividad del Señor.

Dios nos bendice…

Evangelio según san Juan 1,1-18
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer]. 
Comentario


El lenguaje que triunfa no es el de los hombres. Las palabras humanas desfallecen persiguiéndose unas a otras. Son como las olas, que en su vaivén viajan sin llegar y se mueven sin cambiar. La Palabra Divina es distinta, porque tiene una fuente y un término, a saber, el misterio de Dios, misterio que no se esconde al revelarse pero que en su revelación nos desborda con su riqueza, profundidad y hermosura.

Navidad es un tiempo precioso para adorar. En esta noche santa y en este día santo hay tanto que admirar, tanto que meditar y tanto que celebrar que el alma cristiana quisiera resumirlo todo en un solo acto de donación y de fusión con el Amado. Por eso la Navidad es tiempo de adoración.

Adorar es dejarnos conquistar por el amor, dejarnos invadir por la belleza, abrir las puertas a la pureza y darle permiso a la humildad para que irrumpa suavemente llenando todo de orden y sentido. El alma humana necesita adorar porque si no tiene hacia dónde dirigirse se precipita monstruosamente sobre sí misma, y se recome en su egoísmo y su nada.

Mas, ¿qué o quién es digno de adoración? La respuesta brota en Navidad: hay Uno que es adorable. Uno que no engaña si le creemos, que no decepciona si en él confiamos; hay Uno que cumple todo lo que promete y que rebasa nuestros mejores deseos; Uno que nos ama bien y que desde su primer hálito hasta su último suspiro sólo conoce el lenguaje del amor. Hoy es Niño en el pesebre, mañana Sacerdote en la Cruz. Se llama Jesús.

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miércoles, 24 de diciembre de 2014

¡Ya llega el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas!

¡Amor y paz!

Zacarías rompió el silencio de su obstinación para entonar un himno a la esperanza y a la alegría. La expectativa, durante tantos años contenida, se hacía realidad precisamente en el momento en que todos pensaban que era el fin de Israel. Las promesas de Dios se hacían realidad en la humildad de un acontecimiento cotidiano: nacía un niño, revivía una esperanza.

Dios irrumpía en el silencio del hogar con el canto jubiloso de un recién nacido. La legión de profetas que desde antiguo animaban la fe de Israel, hoy tenía una nueva voz. Una voz que lucharía en el desierto de la desidia y la obstinación humanas. Una voz, que sin embargo, estaba destinada a anunciar la irrupción del Reinado de Dios de la mano de un hombre íntegro: Jesús de Nazaret (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la Feria privilegiada de Adviento (24 de dic.)

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 1,67-79
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz."
Comentario

El "Benedictus" de Zacarías hace pareja con el "Magnificat" de María. Ambos son cánticos de acción de gracias a Dios por las maravillas de su salvación en Jesucristo. Ambos se cantan diariamente en el oficio divino de la iglesia, el 1º en la mañana y el 2º en la tarde. Ambos nos invitan en esta Navidad a que también nosotros demos gracias a Dios.

Seguramente serán muchos los motivos que tengamos para exponer ante él confiadamente nuestras necesidades. Pero serán también muchas las razones para agradecerle en esta víspera del nacimiento de su Hijo en carne humana: agradecerle por el mismo Jesucristo, por sus palabras en el Evangelio, por su predilección por los pobres, los humildes y los sencillos, por (…) habernos enseñado los caminos que más agradan a Dios: el del amor a los hermanos y el del perdón. Por habernos convocado en la Iglesia para ser hermanos y darle al mundo un testimonio de fraternidad. Por entregarnos su Palabra, en las Sagradas Escrituras y en las palabras de nuestros hermanos los pobres que nos enseñan y nos ayudan a entenderlas.

Y muchos más motivos de acción de gracias a Dios. Para cantarlas como María y como Zacarías en estos días de Navidad que ya mañana comienzan y para los cuales nos estábamos preparando hasta hoy.

Zacarías saluda en su cántico a "el sol que nace de lo alto", al mismo Jesucristo, de quien Juan Bautista, el hijo de Zacarías, será precursor. Dicho sol brillará sobre "los que viven en tinieblas y en sombras de muerte", es decir sobre todos aquellos que hasta ahora se han visto privados, a causa de sus pecados, de la amistad con Dios; y sumidos en un mundo de violencia e injusticia, de mentira y opresión, enfermedad y muerte, que son los frutos del pecado. Pero este sol anunciado por Zacarías disipará todas las sombras, "a su luz caminarán las naciones", como decía Isaías. "Guiará nuestros pasos por el camino de la paz". Este sol es Jesús cuyo nacimiento estaremos celebrando dentro de pocas horas.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica). 

martes, 23 de diciembre de 2014

Callemos para escuchar a Dios, pero luego no podremos quedarnos mudos

¡Amor y paz!

Muchas veces es necesario callar para escuchar la voz de Dios en nuestro propio interior. Debemos apropiárnosla, debemos dejarla producir fruto abundante en nosotros mismos. La Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros, nos santifica. Y eso ha de ser como un idilio de amor, en silencio gozoso, con Aquel que nos ama.

Pero no podemos quedarnos siempre en silencio, pues nuestro silencio se haría mudez y eso no es algo que el Señor quiera de nosotros.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la Feria de Adviento: semana antes de Navidad (23 dic.)

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 1,57-66.
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.  Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. 
Comentario

Después de experimentar la Palabra de Dios en nosotros hemos de reconocer a nuestro prójimo por su propio nombre; reconocer que, a pesar de que muchas veces le veamos deteriorado por el pecado, lleva un nombre que no podemos dejar de reconocer: es hijo de Dios por su unión a Cristo. Ese reconocimiento nos ha de llevar a hablar, no sólo con palabras articuladas con la boca, sino con el lenguaje de actitudes llenas de cariño, de amor, de respeto, dándole voz a los desvalidos y preocupándonos del bien de todos. Entonces seremos motivo de bendición para el Santo Nombre de Dios desde aquellos que reciban las muestras del amor del mismo Dios desde nosotros. Tratemos de vivir abiertos al Espíritu de Dios para que sea Él el que nos conduzca por el camino del servicio en el amor fraterno, a imagen del amor que Dios nos manifestó en Jesús, su Hijo.


Quienes participamos de la Eucaristía estamos llamados a ser motivo de bendición y no de maldición para todos los pueblos. Dios nos quiere portadores de su Evangelio. La Palabra de Dios no puede quedar oculta bajo nuestras cobardías. El Señor nos llama no sólo para instruirnos, sino para transformarnos como hijos suyos, por nuestra unión a su único Hijo, Jesús, a través del cual tenemos abierto el acceso a Dios como Padre. 

Pero no podemos sólo disfrutar de Dios de un modo personalista; Dios se ha hecho hombre para poder llegar a todos en cualquier tiempo y lugar. Y la Iglesia de Cristo tiene la responsabilidad de hacerlo presente en todas partes con su amor santificador y salvador. Una Iglesia que en lugar de ocuparse de que el Evangelio llegue a todos, se quedara muda en su testimonio, sería una comunidad de inútiles, incapaces de cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser portadores del amor de Dios tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma. Amén.

www.homiliacatolica.com

lunes, 22 de diciembre de 2014

María nos enseña la virtud de la humildad

¡Amor y paz!

Hoy, el Evangelio de la Misa nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista.

Las palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos muestran la pureza de su corazón.

Cada día, la Iglesia las hace suyas en la Liturgia de las Horas, cuando rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la Feria de Adviento: semana antes de la Navidad

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 1,46-56.
María dijo entonces:  "Mi alma canta la grandeza del Señor,  y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,  porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.  En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".  Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:  ¡su Nombre es santo!  Su misericordia se extiende de generación en generación  sobre aquellos que lo temen.  Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.  Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.  Colmó de bienes a los hambrientos  y despidió a los ricos con las manos vacías.  Socorrió a Israel, su servidor,  acordándose de su misericordia,  como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".  María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa. 

Comentario

María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49).

Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.

Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.

Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España) 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Es vital realizar la vocación a la que el Padre nos llama

¡Amor y paz!

Vivimos afanados por muchas cosas, y una sola es necesaria (Lc 10,41s): realizar en nosotros la vocación a la que el Padre nos llama. Y para ello necesitamos iluminar nuestras vidas con la luz del evangelio, que es una profecía: revela lo que está pasando y pasará siempre.

Debemos leerlo a la luz de nuestra experiencia personal, pensando que todo lo que en él se cuenta pasa también en nuestra vida; que todo lo que les sucedió a los primeros testigos, nos sucede igualmente a nosotros; que los evangelios no han hecho más que traducir al lenguaje de su tiempo una experiencia que nos es común.

Dios camina con nosotros, vive en nuestra historia, está presente dondequiera que estemos, vive en nosotros, ama con nosotros. Toda nuestra vida está entretejida de llamadas de Dios y de respuestas o evasivas nuestras, llena de "ángeles", de mensajeros. Todas esas llamadas divinas a lo largo de la historia han sido "promesas" que en la mano de los hombres estuvo que se convirtieran en realidad (Francisco Bartolomé González).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Cuarto Domingo de Adviento.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Lucas 1,26-38. 
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios". María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. 

Comentario

Cuentan que una vez tres árboles jóvenes estaban conversando sobre lo que querían ser cuando fueran grandes. El primero decía: «A mi me gustaría ser utilizado en la construcción de un gran Palacio para servir de techo a Reyes y Príncipes». El segundo dijo: «A mi me gustaría ser el mástil mayor de un hermoso barco que surque los mares llevando riquezas, alimentos, personas y noticias de un lado a otro de los océanos». El tercero, por su parte, dijo: «A mi me gustaría ser utilizado para construir un gran monumento de esos que se colocan en medio de las plazas o avenidas y que cuando la gente me vea, admire a Dios por su grandeza».

Pasaron los años, los árboles crecieron y llegó el tiempo del hacha y la sierra. Cada uno de los tres árboles fue a dar a distintos sitios: El primero fue utilizado para construir la casita de un campesino pobre que con el tiempo fue destruida y abandonada. Con los restos se levantó un pequeño establo para que los animales se protegieran del frío y de la noche... El segundo fue utilizado para la construcción de la barca de un pobre pescador que se pasaba la mayor parte del tiempo amarrada a la orilla de un lago... El tercero fue utilizado para la construcción de una cruz, donde fueron ajusticiados varios hombres...

Dice san Lucas, que cuando María recibió el anuncio del ángel, “se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: –María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. María, sin salir de su asombro, preguntó: “–¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre? El ángel le contestó: –El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder de Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible”. La respuesta de María fue de total disponibilidad a pesar de que seguramente no entendió completamente el plan de Dios. “Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho”.

No es fácil aceptar los planes de Dios cuando no se acomodan a los nuestros. Siempre que Dios nos llama a realizar un proyecto, tenemos la tentación de pensar que será como nosotros lo hemos programado; pero el Señor tiene sus caminos, que no son los nuestros. Él se encarga de realizar nuestros sueños y nuestros planes, pero a su manera. Lo importante es que encuentre en nosotros la disposición necesaria para dejarnos guiar y conducir por Él a través de las vicisitudes de nuestra vida.

Que el Señor nos conceda ser dóciles a su voluntad; que nos de fe y perseverancia, de modo que aun cuando no nos toque ser un gran palacio, aceptemos sostener el portal del pesebre que en Belén abre sus puertas al que nos trajo una gran alegría para todo el pueblo.

Aunque no seamos el gran mástil de una hermosa embarcación, aceptemos ser la humilde barca de Pedro, que sirvió de púlpito para que a los pobres se les anunciara la Buena Nueva. Y aunque no seamos un gran monumento, aceptemos ser la cruz que sirvió de altar para que Dios nos mostrara el amor de Dios que llega hasta el extremo...

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá