¡Amor y paz!
Dios ha cumplido sus
promesas de salvación; en Jesús no sólo los judíos tienen el camino abierto
hacia Dios, sino los hombres de todos los tiempos y lugares, pues el Señor vino
como luz de las naciones y gloria de su Pueblo Israel. Jesús es el consagrado
al Padre, y como tal está dispuesto a hacer en todo su voluntad.
María misma, la humilde
esclava del Señor, participará también de esa fidelidad amorosa a la voluntad
del Padre que le llevará a estar al pie de la cruz, con el alma atravesada por
una espada de dolor, pero segura en las manos de Dios, que cumplirá en ella
cuanto le fue anunciado.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Día Quinto de la octava de
Navidad. Casualmente es el mismo texto que leímos ayer, pero aprovechemos su variedad de enfoques y gran riqueza.
Dios
nos bendice…
Evangelio según San Lucas 2,22-35.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones. “Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
Comentario
La
Iglesia encuentra en María el camino de fidelidad a Dios: Cristo Jesús, el cual
no ha de ser para nosotros motivo de ruina sino de salvación, pues Él no vino
para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Quienes estamos
consagrados a Dios por medio del Bautismo, que nos une en la fe a Jesucristo,
debemos ser luz para todas las naciones y nunca motivo de condenación, de
destrucción, de muerte, de sufrimiento; pues el Señor no nos envió a destruir
la paz ni la alegría, sino a construir su Reino de amor a pesar de que en ese
empeño tengamos que tomar nuestra propia cruz, ir tras las huellas de Cristo
para que, pasando por la muerte, lleguemos junto con Él a la participación de
la Gloria que le corresponde como a Unigénito de Dios Padre.
Jesucristo ha venido a nosotros. ¿Lo hemos recibido con amor? ¿Lo reconocemos como nuestro Dios y Salvador? Cristo, Luz de las naciones, no sólo ha de iluminar nuestra vida, sino que, por nuestra unión a Él, debemos ser también nosotros luz del mundo. Nuestros padres ya pueden morir en paz cuando vean que aquel compromiso de educarnos en la fe, para que vivamos como hijos de Dios, ha llegado a su cumplimiento en nosotros. Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado; pues la perfección consiste en el amor que llega en nosotros a su plenitud.
Jesucristo ha venido a nosotros. ¿Lo hemos recibido con amor? ¿Lo reconocemos como nuestro Dios y Salvador? Cristo, Luz de las naciones, no sólo ha de iluminar nuestra vida, sino que, por nuestra unión a Él, debemos ser también nosotros luz del mundo. Nuestros padres ya pueden morir en paz cuando vean que aquel compromiso de educarnos en la fe, para que vivamos como hijos de Dios, ha llegado a su cumplimiento en nosotros. Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado; pues la perfección consiste en el amor que llega en nosotros a su plenitud.
No
nos conformemos con llamarnos hijos de Dios, sino que seámoslo en verdad de tal
forma que, mediante nuestras buenas obras, manifestemos desde nuestra vida a
Aquel que habita en nuestros corazones, pues de la abundancia del corazón habla
la boca. Aquel que vive pecando, aquel que se levanta en contra de su hermano
para asesinarlo, para perseguirlo, para calumniarlo, para dejarlo morir de
hambre, por más que se arrodille ante Dios no puede ser, en verdad, su hijo,
pues Dios es amor, y es amor sin límites. Amemos a nuestro prójimo en la forma
como el Señor nos ha dado ejemplo, pues en la proclamación del Evangelio sólo
el amor es digno de crédito.
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