¡Amor y paz!
Muchas veces es necesario
callar para escuchar la voz de Dios en nuestro propio interior. Debemos
apropiárnosla, debemos dejarla producir fruto abundante en nosotros mismos. La
Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros, nos santifica. Y eso ha de ser como un
idilio de amor, en silencio gozoso, con Aquel que nos ama.
Pero no podemos quedarnos
siempre en silencio, pues nuestro silencio se haría mudez y eso no es algo que
el Señor quiera de nosotros.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la Feria de Adviento: semana antes de Navidad (23 dic.)
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Lucas 1,57-66.
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
Comentario
Después de experimentar la
Palabra de Dios en nosotros hemos de reconocer a nuestro prójimo por su propio
nombre; reconocer que, a pesar de que muchas veces le veamos deteriorado por el
pecado, lleva un nombre que no podemos dejar de reconocer: es hijo de Dios por
su unión a Cristo. Ese reconocimiento nos ha de llevar a hablar, no sólo con
palabras articuladas con la boca, sino con el lenguaje de actitudes llenas de
cariño, de amor, de respeto, dándole voz a los desvalidos y preocupándonos del
bien de todos. Entonces seremos motivo de bendición para el Santo Nombre de
Dios desde aquellos que reciban las muestras del amor del mismo Dios desde
nosotros. Tratemos de vivir abiertos al Espíritu de Dios para que sea Él el que
nos conduzca por el camino del servicio en el amor fraterno, a imagen del amor
que Dios nos manifestó en Jesús, su Hijo.
Quienes participamos de la
Eucaristía estamos llamados a ser motivo de bendición y no de maldición para
todos los pueblos. Dios nos quiere portadores de su Evangelio. La Palabra de
Dios no puede quedar oculta bajo nuestras cobardías. El Señor nos llama no sólo
para instruirnos, sino para transformarnos como hijos suyos, por nuestra unión
a su único Hijo, Jesús, a través del cual tenemos abierto el acceso a Dios como
Padre.
Pero no podemos sólo disfrutar de Dios de un modo personalista; Dios se
ha hecho hombre para poder llegar a todos en cualquier tiempo y lugar. Y la
Iglesia de Cristo tiene la responsabilidad de hacerlo presente en todas partes
con su amor santificador y salvador. Una Iglesia que en lugar de ocuparse de
que el Evangelio llegue a todos, se quedara muda en su testimonio, sería una
comunidad de inútiles, incapaces de cumplir con la misión que el Señor nos ha
confiado.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser portadores del amor de Dios tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma. Amén.
www.homiliacatolica.com
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser portadores del amor de Dios tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma. Amén.
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