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lunes, 14 de mayo de 2018

“No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”


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¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este lunes en que celebramos la fiesta de San Matías, apóstol.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (1,15-17.20-26):

Uno de aquellos días, Pedro se puso en pie en medio de los hermanos y dijo (había reunidas unas ciento veinte personas): «Hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo, por boca de David, había predicho en la Escritura acerca de Judas, que hizo de guía a los que arrestaron a Jesús. Era uno de nuestro grupo y compartía el mismo ministerio. En el libro de los Salmos está escrito: "Que su morada quede desierta, y que nadie habite en ella," y también: "Que su cargo lo ocupe otro." Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión.»
Propusieron dos nombres: José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías.
Y rezaron así: «Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cuál de los dos has elegido para que, en este ministerio apostólico, ocupe el puesto que dejó Judas para marcharse al suyo propio.» Echaron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 112,1-2.3-4.5-6.7-8

R/.
 El Señor lo sentó con los príncipes de su pueblo

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R/.

De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos. R/.

¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra? R/.

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-17):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

Palabra del Señor

Comentario

El Evangelio de hoy viene precedido por la comparación que Jesús hace de la relación entre la vid y los sarmientos, aludiendo a su relación con los discípulos. Así como la savia de la vid pasa por los sarmientos y los nutre, en nuestra vida de fe existe una savia que la nutre y nos vincula al amor insoslayable de Dios hacia nosotros. Hay como una especie de circularidad vital entre el Padre, el Hijo y nosotros, sus discípulos.
Por eso, el amor en nuestras relaciones no es otro que el amor que tiene su origen y meta en Dios. El amor fraterno no es otra cosa que la expresión del único Amor que existe: Dios. Es así como San Juan define a Dios y el modo de conocerlo: “Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor” (1Jn 4,8). Cuando amamos lo que hacemos es comunicar este amor a los demás.
Pero la condición para que esto ocurra lo dice Jesús claramente: “permaneced en mi amor” (Jn 15,9). En el capítulo 15 del Evangelio de Juan el verbo “permanecer” aparece 11 veces y recuerda relaciones, afecto, acogida. La permanencia hace referencia adonde el corazón desea vivir. Por lo tanto, permanecer en Jesús significa definir el hogar adonde el corazón desea hacer su morada, la vida busca su sentido y el amor encuentra su fuente.
La unión con Dios en el amor, es decir, participar de la relación filial que Jesús nos regala entre Él y su Padre, tiene consecuencias en la vida cotidiana: hacer que el amor a través nuestro alcance en gestos concretos nuestros hermanos y hermanas. Aunque las palabras sean importantes, como los sentimientos también lo son, lo que cuenta, al fin y al cabo, son los hechos. ¿Y cuál sería la medida del amor que Jesús nos pide?
Ya no somos nosotros la medida, “amar al prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18; Mc 12,31), sino el propio Jesús, como él nos ha amado (Jn 15,12). Y el modo que Jesús nos ha amado lo encontramos en su entrega, la entrega de su vida, por amor a nosotros. Por eso, es necesario aprender de Él el modo de amar, de entregarse. Y solo permaneciendo largos ratos con el aprenderemos su modo de amar. Santa Teresa de Jesús nos da la clave para permanecer: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. (Vida, 8, 2).
Después de leer el texto otra vez y contemplarle a Jesús y su amor hacia nosotros, te pregunto: ¿Y tú? ¿Conoces personas en tu ambiente que hayan dado la vida por amor a los demás? ¿Qué enseñanzas te deja esa enorme generosidad? ¿En qué medida estás dispuesto a dar la vida por los demás?

Eguione Nogueira, cmf

domingo, 6 de mayo de 2018

«Esto os mando: que os améis unos a otros»


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¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este Domingo 6º de Pascua - Ciclo B.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48):

Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo: «Levántate, que soy un hombre como tú.»
Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.»
Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.
Pedro añadió: «¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?»
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97,1.2-3ab.3cd-4

R/.
 El Señor revela a las naciones su salvación

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas;
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10):

Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-17):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

Palabra del Señor


En la última cena Jesús les dijo a sus discípulos: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

1. “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí”

Doce veces aparece en este pasaje del Evangelio de Juan la referencia explícita al amor (incluido el término amigos). El significado del mandamiento del amor -Ámense los unos a los otros como yo los he amado, que aparece tres veces en el mismo Evangelio (13, 34; 15, 12; 15, 17), constituye el núcleo de las enseñanzas de Jesús y nos remite ante todo a la vivencia de Dios como un Padre que nos ama infinitamente, y que a través de su Hijo nos comunica lo que es Él mismo en su propia esencia: “Dios es amor”, dice la segunda lectura (1ª Juan 4, 7-10), no dando una definición -porque el Infinito no puede ser definido-, sino intentando expresar así lo que en el lenguaje humano puede describir mejor el ser de Dios que se manifiesta en su acción salvadora.

Toda la vida terrena de Jesús fue una revelación de la acción salvadora de Dios como la de un Padre amoroso, misericordioso, compasivo, bondadoso, completamente distinto de la imagen lejana y regañona que suelen presentar quienes conciben la relación del Creador con sus criaturas como la de un amo que oprime a sus esclavos. Lo que Jesús les dice a sus discípulos al emplear la contraposición entre los siervos y los amigos, implica en este sentido una elección que es iniciativa suya y no nuestra: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los escogí a ustedes”. Es la misma idea expresada en la segunda lectura: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó…”

2. “No los llamo siervos… Los llamo mis amigos”

En Jesús se manifiesta la cercanía de Dios como amigo, sin exclusiones, tal como lo muestra la primera lectura en el relato del bautismo del militar romano Cornelio, quien siendo de una raza y nación distintas de la judía, fue recibido en la primera comunidad cristiana (Hechos de los Apóstoles 10, 25-26.34-35.44-48). Por otra parte, la explicación que en el Evangelio les da Jesús a sus apóstoles de la forma de querer relacionarse con ellos, nos remite a la comunicación que se da entre los amigos: “El siervo no sabe lo que hace su amo. Yo los llamo mis amigos porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho”. En otras palabras: entre los verdaderos amigos no hay secretos, trastiendas, recovecos ni tapujos, sino una transparencia total que le permite a cada cual conocer y reconocer al otro como es. Así se nos manifiesta Dios en Jesucristo, y así espera Él que nosotros le correspondamos.

San Ignacio de Loyola escribió en sus Ejercicios Espirituales que “el amor consiste en la comunicación de las dos partes”, es decir, en dar y comunicar el uno al otro todo lo que tiene, sin reservarse nada, superando completamente cualquier forma de egoísmo. Por eso cuando Jesús llama “amigos” a sus discípulos -y a través de ellos también lo hace con nosotros-, nos está invitando a corresponder a lo que Él nos ha entregado: ¡nada menos que su propia vida!

3. Mi mandamiento es este: que se amen unos a otros como yo los he amado…”
Nuestra respuesta al amor de Dios que se nos ha manifestado personalmente en Jesucristo, consiste en amarnos unos a otros. A primera vista esto no parece lógico. Uno supondría que la respuesta al amor de Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas y personas, y punto. Pero resulta que, aunque Él mismo se ha revelado en Jesucristo y está en medio de nosotros por su Espíritu Santo, no lo vemos, y en cambio a nuestros prójimos los tenemos a la vista constantemente. Por otra parte, ¿qué mejor muestra de amor a un padre o a una madre que amar y respetar a sus hijos e hijas? Por eso es perfectamente lógico que el “mandamiento” de amarnos unos a otros como Dios mismo nos ha mostrado que nos ama en la persona de Jesús, sea la única forma válida de nuestra correspondencia al amor con que Dios nos ama.

En esta perspectiva si situó el Papa Emérito Benedicto XVI al publicar en diciembre de 2005 su primera Encíclica con el título Dios es amor: “La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas (Dt 6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un ‘mandamiento’, sino la respuesta al don del amor…” (No. 1).

Y esta es también la perspectiva que durante todo su pontificado ha venido caracterizando al Papa Francisco, quien al inaugurar el Año de la Misericordia (2016) propuso como su lema una frase de Jesús, en quien se nos revela personalmente el amor compasivo de Dios hasta el punto de ser él mismo el “rostro de la misericordia”, con el mismo sentido del mandamiento del amor: “Sean ustedes misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lucas 6, 27-36).

Habiendo comenzado el martes pasado el mes de mayo con la celebración del trabajo humano del cual se hizo solidario el carpintero de Nazaret, y al dedicar este mismo mes a María, la Madre de Dios hecho hombre en la persona de Jesús, celebrando también el amor de las madres -que la tienen como ejemplo-, y asimismo la labor de los educadores, tengamos presente de una manera especial la importancia de la familia como primera instancia educadora en la que, con la colaboración de las instituciones escolares, se debe aprender el valor del trabajo y el amor verdadero mediante el ejemplo de laboriosidad, de respeto mutuo y de construcción de auténticas relaciones humanas.

El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.