¡Amor y paz!
La influencia actual de variados
movimientos religiosos y pseudoreligiosos ha hecho que confundamos la espiritualidad
y la oración de cuño cristiano con otras prácticas. En la semana que acaba de
terminar, y en desarrollo de su misa cotidiana en la Casa Santa Marta, donde reside,
el Papa Francisco ha criticado la actual ‘cultura light’, que promueve una oración-magia a dioses abstractos y cósmicos.
En efecto, uno puede plantear:
“dime que concepción de Dios tienes y te diré qué clase de oración haces”. Por
eso, refiriéndose al aparte del Evangelio en que Jesús nos enseña el
Padrenuestro, Francisco dijo: "¡Tú debes rezar al Padre! Debes rezar a
quien te ha generado, a quien te ha dado la vida a ti". Agregó que todos tenemos un padre cercano que
nos abraza y por ello los afanes de la vida cotidiana, las preocupaciones que
pueden surgir, deben ser dejadas en manos del padre, porque "él sabe lo que
necesitamos".
Todo esto lo traigo a
colación porque el Evangelio nos habla nuevamente hoy de la oración. Es Jesús
el que se aparta un poco para orar y a continuación pregunta a sus discípulos quién
dice la gente y ellos mismos que es él.
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este XII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga.,..
Evangelio según San Lucas 9,18-24.
Un día Jesús se había apartado un poco para orar, pero sus discípulos estaban con él. Entonces les preguntó: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo?» Ellos contestaron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, y otros que eres alguno de los profetas antiguos que ha resucitado.» Entonces les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro respondió: «Tú eres el Cristo de Dios.» Jesús les hizo esta advertencia: «No se lo digan a nadie». Y les decía: «El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero tres días después resucitará.» También Jesús decía a toda la gente: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo, se perderá; y el que pierda su vida por causa mía, se salvará.
Comentario
Muchos textos evangélicos
hablan de la oración de Jesús. Otros nos presentan a Jesús orando o nos cuentan
lo que decía sobre esta práctica. El Evangelio según san Lucas, que estamos
siguiendo este año, insiste particularmente en esta dimensión orante de la vida
de Jesús. Podríamos hacerle muchas preguntas a Jesús sobre su oración: ¿Cómo
oraba? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quiénes lo hacía, o si lo hacía solo?
¿Cuánto tiempo dedicaba a ello? ¿Qué relación existía entre su oración y su
vida? No es difícil llegar a responder estas preguntas si estuviéramos
dispuestos a repasar los cuatro evangelios buscando los pasajes que hablan de
la oración de Jesús. Uno de ellos es el que nos presenta hoy la liturgia: “Un
día en que Jesús estaba orando solo (...)”.
Jesús, el hijo de María,
el carpintero de Nazaret, fue un hombre de su tiempo. Es verdad también que
confesamos a este hombre como la transparencia plena de Dios, en quien Dios se
hizo carne y habitó entre nosotros. Pero, como muy bien lo afirma el Concilio
Vaticano II, Jesús "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de
hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre" (Gaudium
et Spes 22). Por tanto, podemos también afirmar que su oración fue una
oración de hombre. Su encuentro frecuente con Dios en la oración respondió a
una necesidad vital de comunicación y de comunión con su Padre. No se trató
simplemente de un ejemplo para estimular nuestra oración. No fue una enseñanza
más o una recomendación hecha desde fuera. Digo esto, porque no es difícil
encontrar estudios en los que la práctica de la oración de Jesús se presenta
como algo añadido: "Jesús no tenía las mismas razones que nosotros para
orar. Él, en cierto sentido, no tenía necesidad de orar, pese a lo cual quiso
que su oración nos sirviera de ejemplo" (Bro, Enséñanos a orar, 1969:
113).
De la oración de Jesús
surgieron preguntas: “–¿Quién dice la gente que soy yo? (...) –Y ustedes,
¿quién dicen que soy yo?” La respuesta de Pedro parece completa: “–Eres el
Mesías de Dios”. Sin embargo, el mesianismo que soñaba Simón Pedro no
contemplaba lo que Jesús les anuncia: “–El Hijo del hombre tendrá que sufrir
mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por
los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará”. De esta
misma experiencia de oración nace también la frase con la que termina el pasaje
de hoy: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con
su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá;
pero que pierda la vida por causa mía, la salvará”.
Los aprendizajes vitales
que Jesús compartió con sus discípulos germinaron en horas de silencio y
soledad. Momentos de apertura dócil a la acción de Dios. Jesús vivió largos
momentos de contemplación para llegar a entender esta paradoja de un Mesías que
muere en cruz. Dimensiones aparentemente contrapuestas de una misma
manifestación histórica de la divinidad. Sólo desde la oración sencilla y
cotidiana, es posible vivir el misterio de nuestro camino de fe. Cuán lejos
estamos de alcanzar una vida de oración como la de Jesús. Tal vez convenga
preguntarnos hoy lo que le preguntamos a Jesús: ¿Cómo oramos? ¿Cuándo? ¿Por
qué? ¿Para qué? ¿Con quiénes? ¿Cuánto tiempo dedicamos a ello? ¿Qué relación existe
entre nuestra oración y nuestra vida?
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Decano
académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana –
Bogotá
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