¡Amor y paz!
La parábola del trigo y la
cizaña recoge una larga experiencia del mundo agrícola. Pero se refiere a
cualquier mundo en el que ‘bien’ y ‘mal’, amor y desamor, prudencia e
imprudencia, justicia e injusticia, germinan, se cultivan, crecen juntos, y, al
final, reclaman clarificación, decisiones, ajuste de cuentas para salvar al
bien (Dominicos 2004).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, n este sábado de la XVI Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo
13,24-30.
Jesús propuso a la gente otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'. Él les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'. 'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'".
Comentario
En el mundo se ven siempre
dos tipos de hombre, el bueno o el malo. El campo es la tierra donde viven
juntos los hombres buenos con los malos. Si vemos los campos la forma del trigo
es casi la misma que la forma de la cizaña, pero están tan juntos que es
peligroso arrancar una sin hacer daño a otra. La cizaña roba agua y minerales
de la tierra destinados al trigo.
Es una parábola que se
refiere nuestro mundo. Aquí las apariencias engañan. Nosotros también somos
tierra fértil donde se puede sembrar cizaña, viene el enemigo cuando no lo
esperamos, a veces sutilmente envuelto en medias verdades o para nuestro bien
aparente. Sin embargo, estos dos campos diferentes, el mundo y nosotros mismos,
están continuamente guardados por el Sembrador. Él quita las yerbas que crecen
en nuestra tierra, nos protege como plantas débiles.
Pero podemos dejar todo el
trabajo a Él, como dice san Agustín “el que te creó sin ti no te salvará sin
ti”. Por eso debemos orar y velar para que no sembremos con una mano trigo y
con la otra cizaña. Debemos dar fruto de conversión para escuchar estas
palabras del sembrador: “la podaré y pondré abono para que dé más fruto”.
Fuente:
Catholic.net
Autor:
Luis Felipe Nájar
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