¡Amor y paz!
Todos los seres humanos
somos hermanos. Así de fácil y difícil a la vez. Pues nuestra idea de
fraternidad viene lastrada de prejuicios de consanguinidad, de racismo y
modernamente de nacionalismo. De modo que si resulta difícil creer en Dios
Padre, mucho más lo es creer en una fraternidad universal. Eso es tan utópico,
tan irrenunciable como única salvación posible, que hace imposible añadir al
nombre del Padre la palabra Nuestro.
Mientras no creamos en
Dios Padre, difícilmente podremos aceptar que somos hermanos. Pero mientras no
erradiquemos todo lo que nos impide ser hermanos, sólo podremos seguir diciendo
padrenuestros, pero no podremos decir de verdad y con sentido: Padre Nuestro...
(L. Betes, 1992).
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este XVII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 11,1-13.
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos". Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación". Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".
Comentario
El Evangelio de Lucas
comienza en clima de oración en el Templo (Lc 1, 1-10) y termina en ese
mismo clima, con los Doce bendiciendo a Dios en el Templo (24, 53). Aquí
tenemos el mejor indicio de la extraordinaria importancia que el
evangelista concede a la oración. El Evangelio de Lucas es llamado el
Evangelio de la oración. Este es uno de sus rasgos más bellos y
característicos.
Lucas, consciente de que
la oración, es una actitud esencial en la vida del cristiano y de la
comunidad cristiana, se complace en presentarnos a Jesús frecuentemente en
oración. Los momentos más importantes del ministerio público de Jesús
están precedidos, preparados e impregnados por la oración: el Bautismo de
Jesús (3, 21), la elección de los doce (6, 12), la confesión de Pedro (9,
18), la transfiguración (9, 28), la última Cena (22, 32), la agonía en el
huerto de los Olivos (22, 41), sus últimos momentos en la cruz (23, 46).
Pero Jesús, en el
Evangelio de Lucas, no sólo aparece orando en los momentos más
culminantes, sino que la oración acompaña, envuelve y sostiene toda su
actividad, toda su vida. Jesús gusta retirarse a lugares solitarios (5,
16); o sube al monte y pasa la noche en oración (6, 12). La noche y el
monte son el tiempo y el lugar preferidos por Jesús para su incesante
diálogo con el Padre. Al presentar el evangelista la ya citada oración de Jesús
en el huerto, leemos este precioso detalle: "Salió entonces y se
dirigió, como de costumbre, al monte de los Olivos" (22, 39). Era una
costumbre en Jesús retirarse a la montaña para pasar la noche en oración.
Con esta complacencia en
presentar a Jesús en oración, el evangelista ofrece al lector un eximio
ejemplo de actitud orante, al mismo tiempo que le exhorta, de la forma
más delicada y persuasiva, a la oración. La oración tiene una clara
finalidad: «Orad para no desfallecer en la prueba» (22, 40). Las pruebas,
las dificultades, las tribulaciones -que constituyen, en los escritos de
Lucas, una dimensión esencial de la vida cristiana (He. 14, 22)- acompañan
siempre al seguidor de Jesús.
La oración no sólo tiene
un relieve singular en el Evangelio de Lucas, sino también en el libro de
los Hechos, que es como la segunda parte o una especie de continuación de
aquél (He. 1,1). "Todos -se refiere a los Doce- perseveraban
unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la madre de Jesús
y sus hermanos» (He. 1, 14). Esta es la primera presentación que hace el
libro de los Hechos de la primitiva comunidad cristiana. Y las
referencias a la oración de la comunidad, como un rasgo fundamental de la
misma, se repiten, una y otra vez, a lo largo de todo el libro, como un
estribillo.
-La
más bella petición
El texto evangélico de hoy
nos presenta un precioso y preciso momento de la vida orante de Jesús.
Jesús se ha apartado del grupo para orar. Los discípulos lo contemplan
sumido en profunda oración al Padre. Están tan absortos y sobrecogidos
viendo a Jesús en oración, que no se atreven a interrumpirlo.
Dejan que
Jesús concluya su oración. «Y cuando acabó», uno de los discípulos,
fascinado por aquel singular estilo de orar de Jesús, le dirige la más
bella y conmovedora de las peticiones: «Señor, enséñanos a orar». Y fue
entonces cuando Jesús enseñó a los Doce, como viva expresión de su
actitud orante, el Padre-nuestro. Desde aquel momento, nunca se
encontrará ya completamente solo y desamparado el creyente. En las
circunstancias más adversas tendrá siempre el maravilloso recurso de
poder decir: «Padre nuestro que estás en el cielo...». Al entregarnos el espléndido
regalo del Padre-nuestro, nos dio a todos un inefable remedio para todo nuestro inmenso desamparo existencial.
Evoquemos, junto a la
oración del Padre-nuestro, las otras oraciones de Jesús recogidas en el
Evangelio de Lucas (10, 21-24; 22, 42; 23, 46) y hagamos esta constatación:
todas comienzan con la misma invocación: «¡Padre!». Tenemos la suerte de
saber cuál era la palabra aramea correspondiente a «Padre», que estaba
siempre en los labios de Jesús, cuando se dirigía a Dios Padre y nos
mandaba dirigirnos a Dios Padre. Es la palabra «Abbá». Esta palabra
pertenecía al vocabulario profano y familiar. En las innumerables
oraciones judías que han llegado a nosotros, en ninguna aparece Dios invocado como "Abbá". Esta palabra fue una revolucionaria y original innovación de
Jesús. Era algo insólito, inimaginable; expresaba la máxima confianza,
cercanía y ternura. Llamó tan poderosamente la atención de todos los
oyentes que se nos ha conservado la mismísima palabra aramea.
Con esa palabra se abría
un mundo nuevo en las relaciones de Dios para con el hombre. De todas las
revoluciones del Evangelio, la más profunda, la más radical fue la operada
en la imagen de Dios: Dios como amor, como el Padre más cariñoso y entrañable.
Del nuevo concepto de Dios brotan unas relaciones nuevas del hombre con
Dios y, por consiguiente, el nuevo estilo de la oración cristiana, hecha
de confianza, abandono y obediencia filial, reflejadas en el «abbá» con
que invocamos a Dios, siguiendo el ejemplo y el mandato de Jesús. La vida
cristiana está bañada de la alegría de sabernos hijos de Dios.
-El
don del Espíritu Santo
Después de enseñarnos el
Padre-Nuestro, Jesús dirige una conmovedora exhortación a la oración
confiada, inspirada en lo que sucede entre los hombres, entre amigos y
entre padres e hijos. Y saca la conclusión: «Si vosotros, aun siendo
malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?». Retengamos esta
última afirmación. La oración no es un seguro a todo riesgo. Jesús nos
asegura que nos concederá su Espíritu. Así viviremos como hijos ante Dios
y como hermanos de nuestros hermanos. Este es el sentido de la oración.
Vicente
García Revilla
Dabar 1992, 39
Dabar 1992, 39
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