¡Amor y paz!
Una pregunta del apóstol
Felipe ofrece a Jesús la ocasión propicia para dar cuenta de su íntima unidad
con el Padre: Quien ve a Cristo, ve al Padre y el Padre habla y actúa en Cristo
y los discípulos de Éste actuarán por Él, resucitado, y su oración será
escuchada. No quedan desamparados.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la IV Semana de
Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 14,7-14.
Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto.» Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.» Jesús le respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto; o si no, créanlo por las obras mismas. En verdad les digo: El que crea en mí hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores. Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré, de manera que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y también haré lo que me pidan invocando mi Nombre.
Comentario
Hoy, cuarto Sábado de
Pascua, la Iglesia nos invita a considerar la importancia que tiene, para un
cristiano, conocer cada vez más a Cristo. ¿Con qué herramientas contamos para
hacerlo? Con diversas y, todas ellas, fundamentales: la lectura atenta y
meditada del Evangelio; nuestra respuesta personal en la oración, esforzándonos
para que sea un verdadero diálogo de amor, no un mero monólogo introspectivo, y
el afán renovado diariamente por descubrir a Cristo en nuestro prójimo más
inmediato: un familiar, un amigo, un vecino que quizá necesita de nuestra
atención, de nuestro consejo, de nuestra amistad.
«Señor, muéstranos al
Padre», pide Felipe (Jn 14,8). Una buena petición para que la repitamos durante
todo este sábado. “Señor, muéstrame tu rostro”. Y podemos preguntarnos: ¿cómo
es mi comportamiento? Los otros, ¿pueden ver en mí el reflejo de Cristo? ¿En
qué cosa pequeña podría luchar hoy? A los cristianos nos es necesario descubrir
lo que hay de divino en nuestra tarea diaria, la huella de Dios en lo que nos
rodea. En el trabajo, en nuestra vida de relación con los otros. Y también si
estamos enfermos: la falta de salud es un buen momento para identificarnos con
Cristo que sufre. Como dijo santa Teresa de Jesús, «si no nos determinamos a
tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada».
El Señor en el Evangelio
nos asegura: «Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14,13). Dios es mi
Padre, que vela por mí como un Padre amoroso: no quiere para mí nada malo. Todo
lo que pasa —todo lo que me pasa— es en bien de mi santificación. Aunque, con
los ojos humanos, no lo entendamos. Aunque no lo entendamos nunca. Aquello —lo
que sea— Dios lo permite. Fiémonos de Él de la misma manera que se fio María.
Rev.
D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España)
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