martes, 28 de enero de 2014

«El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre»

¡Amor y paz!

Después del altercado con los escribas "venidos de Jerusalén", Marcos reemprende el relato comenzado en el versículo 21 y que leímos el sábado último: "su familia vino para llevárselo, pues afirmaban: "Está fuera de sí”.

Más adelante va a relatar (Mc 4. 1-9) la parábola de la semilla que cae en diferentes terrenos. Pero ya de antemano la ilustra diciéndonos que la familia de Jesús no fue necesariamente el terreno ideal. La fe no se confunde con el contexto sociológico; no se reduce a sentimientos humanos, aun cuando estos sean fraternos o familiares (Maertens-Frisque).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este martes de la tercera semana del tiempo ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 3,31-35. 
Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera". Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Comentario

Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.

Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.

En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.

Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.

Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 76-80

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