¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Domingo en que celebramos la solemnidad de la
Santísima Trinidad.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Mateo 28,16-20.
En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".
Comentario
1. La Gloria de la Trinidad en la Historia
1.1 El 9 de febrero del año 2000 el papa Juan Pablo
II nos regaló una reflexión preciosa sobre la presencia del misterio trinitario
en la historia. Ofrecemos un aparte de su enseñanza, aunque la numeración aquí
presentada es nuestra.
1.2 trataremos de ilustrar esta presencia de Dios
en la historia, a la luz de la revelación trinitaria, que, aunque se realizó
plenamente en el Nuevo Testamento, ya se halla anticipada y bosquejada en el
Antiguo. Así pues, comenzaremos con el Padre, cuyas características ya se
pueden entrever en la acción de Dios que interviene en la historia como padre
tierno y solícito con respecto a los justos que acuden a él. Él es "padre
de los huérfanos y defensor de las viudas" (Sal 68, 6); también es padre
en relación con el pueblo rebelde y pecador.
1.3 Dos páginas proféticas de extraordinaria
belleza e intensidad presentan un delicado soliloquio de Dios con respecto a
sus "hijos descarriados" (Dt 32, 5). Dios manifiesta en él su
presencia constante y amorosa en el entramado de la historia humana. En
Jeremías el Señor exclama: "Yo soy para Israel un padre (...) ¿No es mi
hijo predilecto, mi niño mimado? Pues cuantas veces trato de amenazarlo, me
acuerdo de él; por eso se conmueven mis entrañas por él, y siento por él una
profunda ternura" (Jr 31, 9. 20). La otra estupenda confesión de Dios se
halla en Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi
hijo. (...) Yo le enseñé a caminar, tomándolo por los brazos, pero no reconoció
mis desvelos por curarlo. Los atraía con vínculos de bondad, con lazos de amor,
y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba
hacia él y le daba de comer. (...) Mi corazón está en mí trastornado, y se han conmovido
mis entrañas" (Os 11, 1. 3-4. 8).
2. Junto a nosotros
2.1 Continúa enseñándonos el papa Juan Pablo II.
2.2 De los anteriores pasajes de la Biblia debemos
sacar como conclusión que Dios Padre de ninguna manera es indiferente frente a
nuestras vicisitudes. Más aún, llega incluso a enviar a su Hijo unigénito,
precisamente en el centro de la historia, como lo atestigua el mismo Cristo en
el diálogo nocturno con Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su
Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-17). El Hijo se inserta
dentro del tiempo y del espacio como el centro vivo y vivificante que da
sentido definitivo al flujo de la historia, salvándola de la dispersión y de la
banalidad. Especialmente hacia la cruz de Cristo, fuente de salvación y de vida
eterna, converge toda la humanidad con sus alegrías y sus lágrimas, con su
atormentada historia de bien y mal: "Cuando sea levando de la tierra,
atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Con una frase lapidaria la carta a
los Hebreos proclamará la presencia perenne de Cristo en la historia:
"Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8).
2.3 Para descubrir debajo del flujo de los
acontecimientos esta presencia secreta y eficaz, para intuir el reino de Dios,
que ya se encuentra entre nosotros (cf. Lc 17, 21), es necesario ir más allá de
la superficie de las fechas y los eventos históricos. Aquí entra en acción el
Espíritu Santo. Aunque el Antiguo Testamento no presenta aún una revelación
explícita de su persona, se le pueden "atribuir" ciertas iniciativas
salvíficas. Es él quien mueve a los jueces de Israel (cf. Jc 3, 10), a David
(cf. 1 S 16, 13), al rey Mesías (cf. Is 11, 1-2; 42, 1), pero sobre todo es él
quien se derrama sobre los profetas, los cuales tienen la misión de revelar la
gloria divina velada en la historia, el designio del Señor encerrado en
nuestras vicisitudes. El profeta Isaías presenta una página de gran eficacia,
que recogerá Cristo en su discurso programático en la sinagoga de Nazaret:
"El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, pues Yahveh me ha ungido, me
ha enviado a predicar la buena nueva a los pobres, a sanar los corazones
quebrantados, a anunciar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la
libertad, y a promulgar el año de gracia de Yahveh" (Is 61, 1-2; cf. Lc 4,
18-19).
2.4 El Espíritu de Dios no sólo revela el sentido
de la historia, sino que también da fuerza para colaborar en el proyecto divino
que se realiza en ella. A la luz del Padre, del Hijo y del Espíritu, la
historia deja de ser una sucesión de acontecimientos que se disuelven en el
abismo de la muerte; se transforma en un terreno fecundado por la semilla de la
eternidad, un camino que lleva a la meta sublime en la que "Dios será todo
en todos" (1 Co 15, 28). El jubileo, que evoca "el año de
gracia" anunciado por Isaías e inaugurado por Cristo, quiere ser la
epifanía de esta semilla y de esta gloria, para que todos esperen, sostenidos
por la presencia y la ayuda de Dios, en un mundo nuevo, más auténticamente
cristiano y humano.
2.5 Así pues, cada uno de nosotros, al balbucear
algo del misterio de la Trinidad operante en nuestra historia, debe hacer suyo
el asombro adorante de san Gregorio Nacianceno, teólogo y poeta, cuando canta:
"Gloria a Dios Padre y al Hijo, rey del universo. Gloria al Espíritu,
digno de alabanza y todo santo. La Trinidad es un solo Dios, que creó y llenó
todas las cosas..., vivificándolo todo con su Espíritu, para que cada criatura
rinda homenaje a su Creador, causa única del vivir y del durar. La criatura
racional, más que cualquier otra, lo debe celebrar siempre como gran Rey y
Padre bueno" (Poemas dogmáticos, XXI, Hymnus alias: PG 37, 510-511).
http://fraynelson.com/homilias.html.