viernes, 31 de agosto de 2012

Debemos preparar lo mejor posible nuestro compromiso con Cristo

¡Amor y paz!

En la práctica social, entre más importante es el evento, mayor es la preparación. Los atletas que participan en una competencia como los Juegos Olímpicos se preparan con mucha antelación y disciplina. En la música, si un pianista desea presentarse en audición para lograr un sitio en una orquesta sinfónica, se alista también con el mayor empeño y anterioridad. Quienes van a contraer nupcias realizan las mayores previsiones posibles porque saben que su vida cambiará a partir del compromiso matrimonial.

De igual forma, la vida del discípulo es transformada completamente por el retorno del Maestro. A partir del llamado, el discípulo comienza a prepararse para los momentos decisivos. El evangelio de hoy, nos insiste en el tema de la vigilancia.   

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este viernes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 25,1-13.
Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.  Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: 'Ya viene el esposo, salgan a su encuentro'. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: '¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?'. Pero estas les respondieron: 'No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado'. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos', pero él respondió: 'Les aseguro que no las conozco'. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora. 
Comentario

a) Sigue la enseñanza de Jesús sobre la vigilancia. Ayer ponía el ejemplo del ladrón que puede venir en cualquier momento, y el del amo de la casa, que deseará ver a los criados preparados cuando vuelva. Hoy son las diez jóvenes que acompañarán, como damas de honor, a la novia cuando llegue el novio.

La parábola es sencilla, pero muy hermosa y significativa. Naturalmente, como pasa siempre en las parábolas, hay detalles exagerados o inusuales, que sirven para subrayar más la enseñanza que Jesús busca. Así, la tardanza del novio hasta medianoche, o la negativa de las jóvenes sensatas a compartir su aceite con las demás, o la idea de que puedan estar abiertas las tiendas a esas horas, o la respuesta tajante del novio, que cierra bruscamente la puerta, contra todas las reglas de la hospitalidad oriental...

Jesús quiere transmitir esta idea: que todas tenían que haber estado preparadas y despiertas cuando llegó el novio. Su venida será imprevista. Nadie sabe el día ni la hora. Israel -al menos sus dirigentes- no supieron estarlo y desperdiciaron la gran ocasión de la venida del Novio, Jesús, el Enviado de Dios, el que inauguraba el Reino y su banquete festivo.

b) «Velad, porque no sabéis el día ni la hora». ¿Estamos siempre preparados y en vela? ¿Llevamos aceite para nuestra lámpara? La pregunta se nos hace a nosotros, que vamos adelante en nuestra historia, se supone que atentos a la presencia del Señor Resucitado -el Novio en nuestra vida, preparándonos al encuentro definitivo con él.

Que no falte aceite en nuestra lámpara. Es lo que tenían que haber cuidado las jóvenes antes de echarse a dormir. Como el conductor que controla el aceite y la gasolina del coche antes del viaje. Como el encargado de la economía a la hora de hacer sus presupuestos.

Se trata de estar alerta y ser conscientes de la cercanía del Señor a nuestras vidas. Todos somos invitados a la boda, pero tenemos que llevar aceite.

No hace falta, tampoco aquí, que pensemos necesariamente en el fin del mundo, o sólo en la hora de nuestra muerte. La fiesta de boda a la que estamos invitados sucede cada día, en los pequeños encuentros con el Señor, en las continuas ocasiones que nos proporciona de saberle descubrir en los sacramentos, en las personas, en los signos de los tiempos. Y como «no sabemos ni el día ni la hora» del encuentro final, esta vigilancia diaria, hecha de amor y seriedad, nos va preparando para que no falte aceite en nuestra lámpara. Al final, Jesús nos dirá qué clase de aceite debíamos tener: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo. El aceite de la fe, del amor y de las buenas obras.

Cuando celebramos la Eucaristía de Jesús, «mientras esperamos su venida gloriosa», se nos provee de esa luz y de esa fuerza que necesitamos para el camino. Jesús nos dijo: «el que me come, tiene vida eterna, yo le resucitaré el último día».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 320-323
www. mercaba.org

jueves, 30 de agosto de 2012

Estemos prevenidos, porque no sabemos cuándo vendrá el Señor

¡Amor y paz!

Esta semana concluiremos la lectura continua del Evangelio según San Mateo. De aquí al sábado, el tema será el gran discurso de Jesús sobre el final de los tiempos o discurso escatológico.

Hoy, el Señor nos pide que estemos prevenidos porque no sabemos el día de su venida. Se trata de que asumamos una vigilancia activa, del cumplimiento fiel, inteligente o prudente de la misión que Dios nos ha confiado.


Hoy se celebra la fiesta de Santa Rosa de Lima, virgen, Patrona de América Latina. Pidámosle a ella que interceda por nosotros ante Dios Nuestro Señor.


Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XXI semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 24,42-51.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa: 'Mi señor tardará', y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. 
Comentario

Convendría citar por entero el sermón 22 de Newman sobre la "vigilancia". He aquí algunos extractos: "Jesús preveía el estado del mundo tal como lo vemos hoy, en el que su ausencia prolongada nos ha inducido a creer que ya no volverá jamás... Ahora bien, muy misericordiosamente nos susurra al oído que no nos fiemos de lo que vemos, que no compartamos esa incredulidad general... sino que estemos alerta y vigilantes".

"Debemos no sólo "creer", sino "vigilar"; no sólo "amar", sino "vigilar"; no sólo "obedecer", sino "vigilar"; vigilar ¿por qué? Por ese gran acontecimiento: la venida de Cristo...

"¿Sabéis qué es estar esperando a un amigo, esperar su llegada y ver que tarda en venir? ¿Sabéis qué es estar con una compañía desagradable, y desear que pase el tiempo y llegue el momento en que podáis recobrar vuestra libertad? ¿Sabéis qué es tener lejos a un amigo, esperar noticias suyas, y preguntarse día tras día qué estará haciendo ahora, en ese momento, si se encontrara bien?... Velar a la espera de Cristo es un sentimiento parecido a estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo son capaces de representar los de otro mundo..."

-Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela... 

También vosotros estad preparados: porque en el momento que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre.

También el Padre Duval ha traducido maravillosamente esta espera en su canción. "El Señor volverá, lo prometió, que no te encuentre dormido aquella noche. "En mi ternura clamo hacia Él: Dios mío, ¿será quizá esta noche? "El Señor volverá, espéralo en tu corazón, ¡no sueñes en disfrutar lejos de Él tu pequeña felicidad!"

¡Jesús "viene"! Y nos advierte: ¡velad! porque vengo cuando no lo pensáis.
Podríais malograr esa "venida", esa cita imprevista, esta visita-sorpresa. Y para que nos pongamos en guardia contra nuestras seguridades engañosas, Jesús llega a compararse a un "ladrón nocturno". Inseguridad fundamental de la condición humana.

Jesús "vendrá"... al final de los tiempos en el esplendor del último día. Jesús "vendrá"... a la hora de nuestra muerte en el cara a cara de aquel momento solemne "cuando se rasgará el velo que nos separa del dulce encuentro".

Pero... Jesús "viene"... cada día, si sabemos "estar en vela". No hay que esperar el último día. Está allí, detrás del velo. Viene en mi trabajo, en mis horas de distensión, de solaz.

Viene a través de tal persona con quien me encuentro, de tal libro que estoy leyendo, de tal suceso imprevisto... Es el secreto de una verdadera revisión de vida.

-¿Dónde está ese "empleado" fiel y sensato encargado por el amo de dar a su servidumbre la comida a sus horas? Dichoso el tal empleado si el amo, al llegar lo encuentra cumpliendo con su obligación...

Sí, "velar", atisbar "las" venidas de Jesús, ¡no es estar soñando! Es hacer cada uno el trabajo de cada día, es considerarse, de alguna manera, responsable de los demás, es darles, cuando se requiera, su porción de pan, es amar.

En verdad eso concierne, muy especialmente, a los "jefes de comunidad", en la Iglesia o en otra parte. Y ¿quién no es jefe de una comunidad? Familia, equipo, grupo, clase, despacho, empresa, sindicato, club, colegas, clientes, etc.

Darles, cuando es oportuno, lo que esperan de mí.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 146 s.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Un homenaje a quienes dan su vida por defender la Verdad

¡Amor y paz!

La escena que hoy recoge el texto evangélico la hemos comentado ya en varias ocasiones. Juan Bautista, profeta denunciador de pecados, voz de trueno que remueve conciencias, precursor del Señor, es objeto de caprichos femeninos llenos de odio y venganza, que piden en una bandeja la cabeza del pregonero de la verdad.

Hagamos una pausa, y consideremos cuántas veces en la historia habrá sucedido este hecho: que quien denuncia la mentira y defiende la verdad, que quien condena el pecado y proclama la virtud, que quien fustiga la injusticia y pregona la dignidad humana, haya sido objeto de burla y condenado ante tribunal impío. Ni siquiera el Precursor se libró de ello. Mas ¿por qué encarecemos lo de “el precursor”,  si Jesús mismo fue condenado injustamente por decirse Hijo del Padre, Mesías y Salvador? (Dominicos, 2003)

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles en que la Iglesia celebra la memoria del martirio de San Juan Bautista.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 6,17-29.
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron. 
Comentario

Hoy la Iglesia recuerda y celebra el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Cristo, antesala, preludio, anunciador del Mesías que el pueblo judío estaba esperando. Los evangelios le recuerdan como un hombre austero, solitario, que finalmente entregó su vida por aquello que configuró su misión: anunciar la Verdad -que es Cristo- y todas las "verdades" por molestas que sean de escuchar. "Convertíos…"

Por eso, de algún modo, San Juan Bautista no sólo anuncia la cercanía del Reino que llega con Cristo, sino que también con su muerte anuncia la Pascua, el Misterio cristiano. No es fácil vivir dando sentido a la muerte, y menos cuando nos encuentra violentamente. Por eso las palabras de Jeremías: no les tengas miedo… porque Yo estoy contigo para librarte; no les temas, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Es muy curiosa esta frase. ¿Cuántas veces son nuestros propios temores ante algo o alguien lo que nos hace realmente apocados, pusilánimes, cobardes?

Jeremías experimentó que es este mismo Dios que lucha en nuestras luchas y nos acompaña en nuestras empresas, quien nos deja "atrapados" en el miedo, y todo porque no somos capaces de ver más allá, de poner nuestra confianza y nuestras fuerzas en el Señor que nos envía. Recordad a Moisés, a Abraham, o al mismo David ante Goliat: cuando luchamos creyendo firmemente que la batalla es de Dios y no nuestra, no sólo no tememos al mayor de los gigantes, sino que además, cualquier escudo y coraza nos parece demasiado pesado y preferimos seguir con nuestra pequeña onza.

San Juan Bautista no murió por confesar a Cristo y, sin embargo, la Iglesia, desde el principio, le considera mártir, testigo. Pues bien, hoy puede ser para nosotros una fuerte llamada a cuestionar nuestro testimonio en el mundo. ¡Tantas veces no será necesario hablar expresamente de Cristo para anunciarle!, ¡tantas ocasiones para denunciar lo que vemos desde el Evangelio, aún sabiendo que nuestra "cabeza" (en todos los sentidos) puede ponerse a disposición del capricho de cualquier Herodías, o de la sumisión e incoherencia de un Herodes cualquiera.
Como rezamos hoy en el salmo:

Sé tú, Señor, nuestra roca de refugio,
nuestra peña, nuestra seguridad, nuestra única defensa.
Porque no siempre es fácil vivir desde ti y enfrentarnos a lo que nos amenaza
sin perdernos en nuestros propios miedos.
Ayúdanos, Señor.


Rosa Ruiz, rmi 
Claretianos

martes, 28 de agosto de 2012

A veces, nos obsesionan los ritos, pero descuidamos la misericordia

¡Amor y paz!

Uno de las críticas que Jesús hace a los fariseos es que magnifican cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidan las que verdaderamente valen la pena. Ese es el tema del evangelio de hoy, que los invito a leer y meditar, en este martes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario.

Hoy se celebra la fiesta de San Agustín de Hipona, uno de los más grandes teólogos y líderes espirituales de la Iglesia Católica. Tras su conversión, el santo escribe una de las oraciones más hermosas y famosas, en su obra ‘Confesiones’ (X, 27, 38):

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz».

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 23,23-26.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera. 
Comentario

a) Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena.

Jesús se lo echa en cara: «pagáis el diezmo de la menta... y descuidáis el derecho, la compasión y la sinceridad». De un modo muy expresivo les dice: «filtráis el mosquito y os tragáis el camello». El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf. Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida.

Otra de las acusaciones contra los fariseos es que «limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno». Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.

b) Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. 
También los podemos tener nosotros.

En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia?

Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)». A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes.

También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro, el corazón lo tenemos impresentable.

Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 308-311

lunes, 27 de agosto de 2012

“¡Ay de ustedes, guías, ciegos,…!”


¡Amor y paz!

Esta semana, y desde el sábado, el Evangelio nos trae los llamados "ayes" de Jesús contra escribas y fariseos. Son ocho lamentaciones, que Mateo pone después de haber proclamado Jesús las Bienaventuranzas.

Las invectivas del Señor son especialmente dirigidas a quienes orientan a la comunidad. En el evangelio según San Lucas, Jesús lo ha dicho: “El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto recibirá un castigo severo“(Lc 12, 39ss).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 23,13-22. 
"¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes! ¡Ay de ustedes, guías, ciegos, que dicen: 'Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del santuario, entonces sí que vale'! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro? Ustedes dicen también: 'Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar'. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda? Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él. Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel que lo habita. Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.
Comentario

a) Los ataques de Jesús contra los fariseos empezamos a leerlos el sábado pasado («no hacen lo que dicen») y van a continuar durante tres días, con una serie de lamentaciones que les descalifican: «ay de vosotros...».

Las acusaciones de Jesús son muy directas:

- no entran en el Reino, ni dejan entrar a los demás: porque no quieren reconocer al que es la Puerta, Jesús, y atosigan al pueblo con interpretaciones rigoristas;

- con el pretexto de oraciones, «devoran los bienes de las viudas»;

- hacen proselitismo, pero cuando encuentran a una persona dispuesta, no la 
convierten a Dios, sino a sus propias opiniones;

- caen en una casuística inútil, por ejemplo, sobre los juramentos, perdiendo el tiempo y angustiando a los fieles con cosas que no tienen importancia.

Son «guías ciegos y necios». Mal van a poder conducir al pueblo.

b) Con las personas normales, por débiles y pecadoras que sean, Jesús no se suele mostrar tan duro. Pero sí, con los que son -deberían ser- guías del pueblo, o constituidos en autoridad: «vuestra sentencia será más severa».

Los que tenemos alguna responsabilidad en la vida de la familia o en el campo de la educación o de la comunidad eclesial, tenemos mayor obligación de dar ejemplo a los demás, de no llevar una «doble vida» (entre lo que enseñamos y lo que luego hacemos), de no ser exigentes con los demás y tolerantes con nosotros mismos (la «ley del embudo»), de no ser como los hipócritas, que presentan por fuera una fachada, pero por dentro son otra cosa...

Las acusaciones de Jesús nos las hemos de aplicar a nosotros, porque dentro de cada uno puede esconderse un pequeño o gran fariseo. ¿Qué actitudes farisaicas descubro en mí? Repasemos la lista y respondamos sinceramente si se nos podría tildar de «guías ciegos y necios», si buscamos «prosélitos» para vanidad nuestra más que para bien de los demás o para gloria de Dios, si perdemos el tiempo en inútiles discusiones de palabras, si hemos matado el espíritu con una casuística exagerada...

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 304-308

domingo, 26 de agosto de 2012

A quién creer: ¿A las palabras de hombre o a la Palabra de Dios?

¡Amor y paz!

Vivimos bajo el influjo permanente de las palabras, sobre todo en esta ‘sociedad de la información’. En efecto, todos los días pronunciamos palabras, leemos palabras, escribimos palabras, escuchamos palabras. Todas cargadas de significado, unas más importantes que otras.

¿Cuáles de esas palabras son las que me persuaden? ¿Cuáles me inspiran confianza? ¿Con qué criterio las selecciono? ¿Cómo utilizo el don de la palabra? ¿Son palabras destructivas o constructivas? ¿Llaman a la esperanza o a la desesperanza? ¿Con ellas abro caminos o cierro puertas? En fin. Qué bueno sería que analizáramos todo eso.

Y todo, a propósito del evangelio de hoy que nos habla de las palabras que hace más de 2.000 años pronunció Jesús y que fueron calificadas por muchos de sus discípulos como un “lenguaje duro”, pero que para Pedro y los Doce fueron consideradas como ‘palabras de Vida eterna”. En cada uno de nosotros está la decisión de si les damos más importancia a las palabras de hombre o a las únicas palabras de la historia que verdaderamente son ‘Espíritu y Vida’.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXI Domingo del Tiempo Ordinario. (Recuerden que entre semana leemos el evangelio según San Mateo y el domingo, según San Juan).

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 6,60-69.
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios". 

 Comentario

-¿A dónde iremos, Señor, si Tú tienes palabras de vida eterna?». Lo dijo Pedro de todo corazón. Yo no sé si le salió «de su carne y de su sangre» o «se lo reveló el Padre que está en los cielos». Sólo es que me entusiasma su frase. Y quisiera emplearla como leitmotiv (idea o tema central) de mi vida y como explicación de mi vocación cristiana.

Uno ha recorrido ya muchas etapas. Y, repasando los vaivenes de su vida, uno se da cuenta de que ha caminado siempre envuelto en palabras, penetrado por las palabras, orientado-desorientado por las palabras, azuzado, escandalizado, acariciado, abrumado, halagado, engañado, confortado, desanimado, impresionado, amado por las palabras. Y uno, a su vez, ha lanzado a los cuatro vientos, como bandadas de palomas, miles de palabras, « ¿palabras de amor, palabras...?» Mucho me temo que simplemente palabras, palabras, palabras.

Podríamos dibujar una estrella con muchas puntas, dentro de la cual estaría cada uno de nosotros. En cada punta pondríamos, por grupos, el tipo de palabras, según la influencia que han ejercido en nosotros. Pero, para no alargar la relación, consignemos los cuatro puntos cardinales desde los que nos han influido las palabras.

NORTE-LUZ.-¿Cómo no reconocer las palabras orientadoras de mis padres en mi infancia y siempre, las palabras educadoras de mis profesores, las palabras del saber y de la belleza de mis libros que ahí están en mi biblioteca ansiosos de venir a mis manos? Sí, he de reconocer que he recibido muchas palabras de luz, de orientación, de formación de criterios para mi vida.

SUR-OSCURIDAD.-Pero no es menos cierto que han llegado palabras desorientadoras que me oscurecían el camino. ¡Cuánta palabra hipócrita y mentirosa! ¡Cuánta propaganda de lo efímero, de lo «no» necesario como si fuera necesario! Vivimos en el mundo de la información. Y, sin embargo, reinan la des-información, la deformación, la malformaci6n, la antiformación. 

Cualquier hombre medianamente inquieto aspira a tener ideas claras y criterios sólidos como base de actuación. Pues, he ahí el drama. Desde mil tribunas se nos confunde, dictándonos posturas contrarias y contradictorias sobre un mismo tema. Y no me refiero a lo opinable y accidental. Me refiero a cosas sustanciales y básicas. El subjetivismo más conformista nos envuelve como una bufanda.

ESTE-AMOR.-He recibido, lo confieso con gratitud, muchas palabras de afecto, de ternura, de comprensión, de aliento, de solidaridad, de prudente alabanza. He recibido igualmente palabras que han conformado mi sensibilidad, la noble reacción de mis sentimientos. Me glorío de impresionarme y admirarme, de saber reír y saber llorar, de emocionarme y quedarme «cortado». Me gusta tener «un corazón grande para amar».

OESTE-DES-AMOR.-Pero me han llegado también palabras, como vientos fríos, que querían endurecer mi alma. Palabras de cinismo y de burla, palabras de crítica despiadada, palabras incitadoras al odio, a la apatía, al endurecimiento personal: «Allá cada cual con su problema. Tú, a lo tuyo». El mundo de la competitividad en que vivimos fabrica hombres duros, ejecutivos eficaces, que vayan por la vida como máquinas, dejando a un lado los sentimientos.

Luz y sombra, amor y desamor. He ahí las cuatro esquinas que han encuadrado mi vida. Pero resulta que yo también, como Pedro, me encuentro con Alguien que me dice: «Mis palabras son espíritu y vida». Alguien que viene a mí como Palabra de Dios, que toma labios humanos para pronunciar palabras trascendentes pero con sonidos humanos. Alguien que, después de ser «palabra encarnada», termina siendo «pan que da la vida eterna».

¿Qué haré, entonces, yo, caminante perdido entre los cuatro puntos cardinales de las palabras de mi vida? ¿No será, entonces, el momento definitivo para entregarme a Él y decirle: «¿A dónde iré, Señor, si Tú tienes palabras de vida eterna?».

ELVIRA-1.Págs. 174 s.

sábado, 25 de agosto de 2012

“El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado"

¡Amor y paz!

Con motivo de la celebración de la fiesta del apóstol san Bartolomé, saltamos ayer la lectura del Evangelio según San Mateo, que nos narraba cómo los fariseos le preguntaban a Jesús cuál es el mandamiento principal.

Los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor buena voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial.

La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».

Hoy, Jesús no se dirige a letrados y fariseos, sino a la gente y a sus discípulos. Su denuncia pretende abrirles los ojos para que conozcan la calidad de los que se proclaman maes­tros y aunque no pide que desoigan sus consejos sí los insta a no imitarlos porque no hacen lo que dicen.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 23,1-12. 
"Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente. En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado". 
Comentario

a) Ayer los fariseos le preguntaban a Jesús, seguramente con no muy buena intención, cuál era el mandamiento principal. Hoy escuchan un ataque muy serio de Jesús sobre su conducta: «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen».

Los fariseos eran buenas personas, deseosas de cumplir la ley, pero en su conducta mantenían unas actitudes que Jesús desenmascara repetidamente. 

Su lista empieza hoy y sigue durante tres días de la semana próxima:

- se presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;

- se creen superiores a los demás;

- dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no a lo interior;

- les gustan los primeros lugares en todo;

- y que les llamen «maestro», «padre» y «jefe»;

- quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la vida;

- son hipócritas: aparentan una cosa y son otra;

- no cumplen lo que enseñan: obligan a otros a llevar fardos pesados, pero ellos no mueven ni un dedo para ayudarles...

b) El estilo que enseña Jesús a los suyos es totalmente diferente. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía. Así empieza el Libro de los Hechos: «El primer libro (el del evangelio) lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch i, l ).

Hizo y enseñó. ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe cristiana?

¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos?

Repasemos, como mirándonos a un espejo, esta lista de defectos y con sinceridad respondámonos a nosotros mismos. Porque puede ser que también caigamos en lo de buscar los primeros lugares y lo de cuidar la apariencia exterior, y lo de no cumplir lo que recomendamos a los demás...

Jesús ataca, sobre todo, a los que de alguna manera son dirigentes en la sociedad, porque dicen una cosa y hacen otra. Él quiere que aquellos de entre nosotros que tengan alguna clase de autoridad no se hagan llamar «maestros, padres, jefes»: que entiendan esa autoridad como servicio («el primero entre vosotros será vuestro servidor»), que no se dejen llevar del orgullo («el que se enaltece será humillado»).

El mejor ejemplo nos lo dio el mismo Jesús, cuando, en la cena de despedida, se despojó de su manto, se ciñó la toalla y empezó a lavar los pies a sus discípulos: «si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14).

Tendremos que corregir lo que tengamos de fariseos en nuestras actitudes para con Dios y para con el prójimo.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 299-302

viernes, 24 de agosto de 2012

"¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?". "Ven y verás"

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este viernes en que la Iglesia celebra la fiesta del apóstol San Bartolomé.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 1,45-51.
Felipe encontró a Natanael y le dijo: "Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret". Natanael le preguntó: "¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?". "Ven y verás", le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez". "¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera". Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees. Verás cosas más grandes todavía".Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre".
 
Comentario

Tradicionalmente, el apóstol Bartolomé se identifica con Natanael. Este Natanael venía de Caná (Jn 21,2) y es pues, probable, que haya sido testigo del gran signo que Jesús hizo en este lugar (Jn 2, 1-11). La identificación de los dos personajes viene, probablemente, motivada por el hecho de que este Natanael, en la escena de la llamada que narra el evangelio de Juan, se encuentra al lado de Felipe, es decir, en el lugar que ocupa Bartolomé en las listas de los apóstoles que nos han dejado los otros evangelios.

A este Natanael, Felipe le había contado cómo habían encontrado “a aquél de quien hablan la ley de Moisés y los profetas: a Jesús, hijo de José, de Nazaret”. Como sabemos, Natanel le opone un prejuicio muy rápido: “¡De Nazaret! ¿Puede salir de allí algo bueno?” Esta especie de respuesta es, a su manera, importante para nosotros. En efecto, nos hace ver como, según las esperanzas judías, el Mesías no podía venir de un pueblo tan poco importante como Nazaret (cf Jn 7, 42). Pero al mismo tiempo, pone en evidencia la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas haciendo que le encontremos, precisamente, allí donde de ninguna manera le esperamos. Por otro lado, sabemos que Jesús no era, en realidad, exclusivamente “de Nazaret” sino que había nacido en Belén y que, al fin y al cabo, venía del cielo, del Padre que está en los cielos.

La historia de Natanael nos sugiere otra reflexión: en nuestra relación con Jesús no debemos contentarnos tan solo con palabras. En su respuesta, Felipe dirige a Natanael una invitación importante: “¡Ven y verás!”. Nuestro conocimiento de Jesús tiene necesidad, sobre todo, de una experiencia viva. Ciertamente es importante el testimonio de otro, pero, normalmente, toda nuestra vida cristiana comienza por el anuncio que nos llega gracias a uno o varios testimonios, más, enseguida, somos nosotros mismos quienes debemos estar personalmente implicados en una relación íntima y profunda con Jesús.

Papa Benedicto XVI
Audiencia general del 4•10•06
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jueves, 23 de agosto de 2012

¿Qué nos ocupa como para ignorar la invitación del Señor?

¡Amor y paz!

Omitiendo otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), leemos hoy en el Evangelio otra parábola: la de los invitados a la boda. Este texto se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús, quien anuncia, cada vez más claramente, el rechazo de que es objeto por parte del pueblo escogido.

¿Qué tan grandes e importantes son nuestras ocupaciones como para ignorar la invitación que nos hace Dios Padre a celebrar la alianza de su Hijo Jesucristo con la humanidad? En todo caso, si deseamos aceptar la invitación, debemos participar revestidos de gracia y santidad.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este jueves de la XX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga,

Evangelio según San Mateo 22,1-14.
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos". 
Comentario

Tanto Mateo como Lucas narran sustancialmente la misma parábola. Pero Mateo la ha interpretado y adaptado a sus lectores inmediatos. Ha hecho de ella un compendio alegórico de la historia de la salvación. Jesús ha venido a inaugurar ese tiempo del reino, pero muchos de los que habían sido invitados anteriormente a participar en esta celebración han rechazado la invitación.

Aquí, el rey es Dios que ofrece la celebración del reino a los invitados, el pueblo de Israel. Los siervos enviados a llamar a los invitados representan a los profetas, que desde el exilio llamaron al pueblo a regresar a Dios para realizar el objetivo que Dios le había marcado. Sin embargo, Israel no escuchó a los profetas. Otros profetas fueron enviados para llamar a los invitados, expresando mayor urgencia, pues “todo está a punto”; pero de nuevo los invitados resultaron estar más interesados en sus propias ocupaciones. Otros insultaron a los profetas y los mataron. La destrucción de los incrédulos a manos de los ejércitos del rey, y la quema de su ciudad, es una repetición de la situación de Israel antes que Jerusalén fuera destruida por el “siervo” de Dios Nabucodonosor (Jr 25,8-9). El mensaje a los jefes de Jerusalén es que su rechazo de la invitación pronto conducirá a una renovación de esa destrucción.

No obstante, la celebración seguirá su curso, y esta vez los siervos de Dios, profetas, apóstoles, evangelistas, invitarán a participar, no sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, sino también a los publicanos, pecadores y gentiles (cf. 28,19). No todos responderán con veracidad. La parábola de Mateo tiene la peculiaridad del “traje de boda”, sin el cual asistió al banquete uno de los invitados. Este traje de boda es un rasgo parabólico. No conocemos que existiese un traje especial para asistir a las bodas. Indica simplemente un traje decente y limpio. Este vestido indica y simboliza la acción de Dios sobre el ser humano: “me vistió con vestiduras de salud y me envolvió en el manto de la justicia...” (Is 61,10). Los textos bíblicos que hablan del vestido o traje de boda (Ap 19,8; 22,14) hacen referencia a la justicia o santidad de Dios participada por el ser humano, en la gracia santificante. Quien no asiste con este traje queda excluido del banquete: “átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera a las tinieblas”.

La celebración nupcial signo de alegría, vida y esperanza, fue con frecuencia una imagen utilizada por los hagiógrafos (escritores sagrados) para describir el futuro reino mesiánico. Así en su ambiente histórico y literario, esta parábola anuncia (con la invitación al banquete) la presencia del reino mesiánico; mientras que el rechazo de los invitados representan la actitud de Israel con respecto a Jesús, presentado aquí como hijo del rey (vv. 1-6). Esta parábola retrata la actitud negativa frente al reino. Actitud de soberbia. La de aquellos que confían en su propia justicia, la que pueden adquirir por su esfuerzo personal aplicado a cumplir meticulosamente la Ley, y rechazan, en cambio la verdadera justicia, los caminos de la salud, que proceden de Dios.

Aquí descubrimos también la voluntad de Dios por que todos los seres humanos se salven: Él llama a todos, buenos y malos (vv. 8-9; cf. 13,38.47), a formar parte de su Iglesia. El “traje o vestido de bodas” es la vida llevada con dignidad. El compromiso cristiano, cuando se forma parte del Reino, debe mostrarse en nuestras buenas obras.

La parábola, como boceto de la iniciativa de Dios y de las respuestas de los seres humanos, tiene un valor perenne y universal. Muestra primero que todos son invitados al banquete de bodas del Mesías-rey; pero muchos rechazan la invitación, con diversas motivaciones y actitudes. Los que aceptan la invitación insistente, “entran” al banquete. Después, con una perspectiva escatológica (del final de los tiempos), la parábola muestra que el participar en el banquete supone un cambio; hay que ser diferentes de lo que se era antes. Sin embargo, no todos responden con sinceridad de fe. Un hombre que no tiene traje de boda es alguien que no está dispuesto a cambiar. Ha venido por las ventajas que puede obtener para sí, pero no obedece la palabra de Dios.

El “traje de bodas” que hace falta para entrar en el banquete eterno significa las “obras de justicia” que cada uno debe hacer (Mt 5,20; 7,21s; 13,47s; 21,28ss). Cuando venga el rey, será la separación definitiva de buenos y malos (13,38s; 41ss; 48ss). Nosotros participamos ya en el banquete de la Eucaristía, anticipo del banquete eterno. ¿Cuál es nuestro atuendo? ¿Cuáles son nuestras obras? Jesús nos recuerda que los “escogidos” son los que responden con fidelidad a la llamada (cf. Is 41,9; 42,1).

Servicio Bíblico Latinoamericano