¡Amor y paz!
La escena que hoy recoge
el texto evangélico la hemos comentado ya en varias ocasiones. Juan Bautista,
profeta denunciador de pecados, voz de trueno que remueve conciencias,
precursor del Señor, es objeto de caprichos femeninos llenos de odio y
venganza, que piden en una bandeja la cabeza del pregonero de la verdad.
Hagamos una pausa, y
consideremos cuántas veces en la historia habrá sucedido este hecho: que quien
denuncia la mentira y defiende la verdad, que quien condena el pecado y
proclama la virtud, que quien fustiga la injusticia y pregona la dignidad
humana, haya sido objeto de burla y condenado ante tribunal impío. Ni siquiera
el Precursor se libró de ello. Mas ¿por qué encarecemos lo de “el precursor”,
si Jesús mismo fue condenado injustamente por decirse Hijo del Padre,
Mesías y Salvador? (Dominicos, 2003)
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles en que la
Iglesia celebra la memoria del martirio de San Juan Bautista.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 6,17-29.
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Comentario
Hoy la Iglesia recuerda y
celebra el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Cristo, antesala,
preludio, anunciador del Mesías que el pueblo judío estaba esperando. Los
evangelios le recuerdan como un hombre austero, solitario, que finalmente
entregó su vida por aquello que configuró su misión: anunciar la Verdad -que es
Cristo- y todas las "verdades" por molestas que sean de escuchar. "Convertíos…"
Por eso, de algún modo,
San Juan Bautista no sólo anuncia la cercanía del Reino que llega con Cristo,
sino que también con su muerte anuncia la Pascua, el Misterio cristiano. No es
fácil vivir dando sentido a la muerte, y menos cuando nos encuentra
violentamente. Por eso las palabras de Jeremías: no les tengas miedo…
porque Yo estoy contigo para librarte; no les temas, que si no, yo te meteré
miedo de ellos. Es muy curiosa esta frase. ¿Cuántas veces son nuestros
propios temores ante algo o alguien lo que nos hace realmente apocados,
pusilánimes, cobardes?
Jeremías experimentó que
es este mismo Dios que lucha en nuestras luchas y nos acompaña en nuestras
empresas, quien nos deja "atrapados" en el miedo, y todo porque no
somos capaces de ver más allá, de poner nuestra confianza y nuestras fuerzas en
el Señor que nos envía. Recordad a Moisés, a Abraham, o al mismo David ante
Goliat: cuando luchamos creyendo firmemente que la batalla es de Dios y no
nuestra, no sólo no tememos al mayor de los gigantes, sino que además,
cualquier escudo y coraza nos parece demasiado pesado y preferimos seguir con
nuestra pequeña onza.
San Juan Bautista no murió
por confesar a Cristo y, sin embargo, la Iglesia, desde el principio, le
considera mártir, testigo. Pues bien, hoy puede ser para nosotros una fuerte
llamada a cuestionar nuestro testimonio en el mundo. ¡Tantas veces no será necesario
hablar expresamente de Cristo para anunciarle!, ¡tantas ocasiones para
denunciar lo que vemos desde el Evangelio, aún sabiendo que nuestra
"cabeza" (en todos los sentidos) puede ponerse a disposición del
capricho de cualquier Herodías, o de la sumisión e incoherencia de un Herodes
cualquiera.
Como
rezamos hoy en el salmo:
Sé tú, Señor, nuestra roca de refugio,
nuestra peña, nuestra seguridad, nuestra única defensa.
Porque no siempre es fácil vivir desde ti y enfrentarnos a lo que nos amenaza
sin perdernos en nuestros propios miedos.
Ayúdanos, Señor.
Rosa Ruiz, rmi
Claretianos
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