jueves, 23 de agosto de 2012

¿Qué nos ocupa como para ignorar la invitación del Señor?

¡Amor y paz!

Omitiendo otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), leemos hoy en el Evangelio otra parábola: la de los invitados a la boda. Este texto se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús, quien anuncia, cada vez más claramente, el rechazo de que es objeto por parte del pueblo escogido.

¿Qué tan grandes e importantes son nuestras ocupaciones como para ignorar la invitación que nos hace Dios Padre a celebrar la alianza de su Hijo Jesucristo con la humanidad? En todo caso, si deseamos aceptar la invitación, debemos participar revestidos de gracia y santidad.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este jueves de la XX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga,

Evangelio según San Mateo 22,1-14.
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos". 
Comentario

Tanto Mateo como Lucas narran sustancialmente la misma parábola. Pero Mateo la ha interpretado y adaptado a sus lectores inmediatos. Ha hecho de ella un compendio alegórico de la historia de la salvación. Jesús ha venido a inaugurar ese tiempo del reino, pero muchos de los que habían sido invitados anteriormente a participar en esta celebración han rechazado la invitación.

Aquí, el rey es Dios que ofrece la celebración del reino a los invitados, el pueblo de Israel. Los siervos enviados a llamar a los invitados representan a los profetas, que desde el exilio llamaron al pueblo a regresar a Dios para realizar el objetivo que Dios le había marcado. Sin embargo, Israel no escuchó a los profetas. Otros profetas fueron enviados para llamar a los invitados, expresando mayor urgencia, pues “todo está a punto”; pero de nuevo los invitados resultaron estar más interesados en sus propias ocupaciones. Otros insultaron a los profetas y los mataron. La destrucción de los incrédulos a manos de los ejércitos del rey, y la quema de su ciudad, es una repetición de la situación de Israel antes que Jerusalén fuera destruida por el “siervo” de Dios Nabucodonosor (Jr 25,8-9). El mensaje a los jefes de Jerusalén es que su rechazo de la invitación pronto conducirá a una renovación de esa destrucción.

No obstante, la celebración seguirá su curso, y esta vez los siervos de Dios, profetas, apóstoles, evangelistas, invitarán a participar, no sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, sino también a los publicanos, pecadores y gentiles (cf. 28,19). No todos responderán con veracidad. La parábola de Mateo tiene la peculiaridad del “traje de boda”, sin el cual asistió al banquete uno de los invitados. Este traje de boda es un rasgo parabólico. No conocemos que existiese un traje especial para asistir a las bodas. Indica simplemente un traje decente y limpio. Este vestido indica y simboliza la acción de Dios sobre el ser humano: “me vistió con vestiduras de salud y me envolvió en el manto de la justicia...” (Is 61,10). Los textos bíblicos que hablan del vestido o traje de boda (Ap 19,8; 22,14) hacen referencia a la justicia o santidad de Dios participada por el ser humano, en la gracia santificante. Quien no asiste con este traje queda excluido del banquete: “átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera a las tinieblas”.

La celebración nupcial signo de alegría, vida y esperanza, fue con frecuencia una imagen utilizada por los hagiógrafos (escritores sagrados) para describir el futuro reino mesiánico. Así en su ambiente histórico y literario, esta parábola anuncia (con la invitación al banquete) la presencia del reino mesiánico; mientras que el rechazo de los invitados representan la actitud de Israel con respecto a Jesús, presentado aquí como hijo del rey (vv. 1-6). Esta parábola retrata la actitud negativa frente al reino. Actitud de soberbia. La de aquellos que confían en su propia justicia, la que pueden adquirir por su esfuerzo personal aplicado a cumplir meticulosamente la Ley, y rechazan, en cambio la verdadera justicia, los caminos de la salud, que proceden de Dios.

Aquí descubrimos también la voluntad de Dios por que todos los seres humanos se salven: Él llama a todos, buenos y malos (vv. 8-9; cf. 13,38.47), a formar parte de su Iglesia. El “traje o vestido de bodas” es la vida llevada con dignidad. El compromiso cristiano, cuando se forma parte del Reino, debe mostrarse en nuestras buenas obras.

La parábola, como boceto de la iniciativa de Dios y de las respuestas de los seres humanos, tiene un valor perenne y universal. Muestra primero que todos son invitados al banquete de bodas del Mesías-rey; pero muchos rechazan la invitación, con diversas motivaciones y actitudes. Los que aceptan la invitación insistente, “entran” al banquete. Después, con una perspectiva escatológica (del final de los tiempos), la parábola muestra que el participar en el banquete supone un cambio; hay que ser diferentes de lo que se era antes. Sin embargo, no todos responden con sinceridad de fe. Un hombre que no tiene traje de boda es alguien que no está dispuesto a cambiar. Ha venido por las ventajas que puede obtener para sí, pero no obedece la palabra de Dios.

El “traje de bodas” que hace falta para entrar en el banquete eterno significa las “obras de justicia” que cada uno debe hacer (Mt 5,20; 7,21s; 13,47s; 21,28ss). Cuando venga el rey, será la separación definitiva de buenos y malos (13,38s; 41ss; 48ss). Nosotros participamos ya en el banquete de la Eucaristía, anticipo del banquete eterno. ¿Cuál es nuestro atuendo? ¿Cuáles son nuestras obras? Jesús nos recuerda que los “escogidos” son los que responden con fidelidad a la llamada (cf. Is 41,9; 42,1).

Servicio Bíblico Latinoamericano

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