¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario,
cuando celebramos la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María.
Dios nos bendice...
Primera Lectura
Lectura del libro del
Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab
Se abrió en el cielo el
santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de su alianza. Después
apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna
por pedestal, coronada con doce estrellas.
Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.
El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera.
Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios.
Se oyó una gran voz en el cielo:
–«Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo.»
Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.
El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera.
Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios.
Se oyó una gran voz en el cielo:
–«Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo.»
Salmo
Sal 44, 10be. 11-12ab.
16
R. De pie a tu derecha
está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
Hijas de reyes salen a tu
encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir. R.
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir. R.
Escucha, hija, mira:
inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor. R.
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor. R.
Las traen entre alegría y
algazara,
van entrando en el palacio real. R
Segunda Lectura
van entrando en el palacio real. R
Segunda Lectura
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 20-27a
Hermanos:
Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.
Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque Dios ha sometido todo bajo sus pies.
Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.
Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque Dios ha sometido todo bajo sus pies.
Evangelio de hoy
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 1, 39-56
En aquellos días, María se
puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
–«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
–«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
–«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
–«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Comentario
Contemplamos a María
plenamente inserta en las obras de Dios, que pueden resumirse en cuatro:
creación, providencia, redención y glorificación.
María es fruto de la
acción creadora de Dios, que se realiza por el Verbo y para el Verbo, tal
como transmite el prólogo del Evangelio según San Juan: Todo se hizo por y
para la Palabra que estaba al principio junto a Dios. «Sin ella nada se hizo»
(Jn 1, 3). Por ella ha sido creada la humanidad y, dentro de la misma, ha
hecho brotar la figura de María, a imagen y semejanza de la Trinidad, con la
plenitud de dones naturales que serán el soporte de la gracia divina.
Parafraseando a Santa
Catalina de Siena, puede decirse que Dios concedió a María una aguda
inteligencia para conocer la verdad divina, firme memoria para acordarse
especialmente de Dios en todos los instantes de su vida y decidida voluntad
para amarle sobre todas las cosas. —Sin menoscabo de las demás criaturas
humanas, el Verbo modeló en ella desde el principio las características
sublimes y difícilmente expresables de la que iba a ser su Madre, de la que
él iba a tomar una naturaleza humana verdadera. El evangelio de esta
solemnidad la muestra solidaria con prontitud, en el ascenso a una población
que se hallaba en una región montañosa, familiar, comunicativa, servicial.
Sobre todo, dichosa por el tesoro de la fe que portaba como valor supremo.
La acción providencial,
que gobierna la obra de la creación, conduce a la criatura racional hacia el
fin que le es propio. Este es para todos la perfección más alta. Para María,
en concreto, el acompañamiento providencial estuvo en conformidad con la
misión que estaba llamada a realizar en la plenitud de los tiempos. Para tal
cometido, sobre todo, fue preservada de toda mancha de pecado. Colaboró,
siempre en sintonía con la voluntad de Dios, por medio de una diligente
escucha de la Palabra revelada. La frecuencia a las asambleas de la sinagoga
fue lo más asidua posible. Su mente y corazón le ayudaron a contemplar las
Escrituras del Antiguo Testamento siempre en clave mesiánica, de tal modo que
en los libros santos descubrió cuando contienen: los rasgos anticipados del
Redentor y los suyos propios, como asociada representando a toda la nueva
humanidad.
La acción reparadora de
Dios se presenta a María como necesitada de su libre colaboración. Su
libertad se hallaba muy madurada por la dimensión teologal. Iluminada por la
fe y fortalecida por la esperanza y la caridad, sintonizó plenamente con el
diseño de salvación que Dios tenía trazado para los hombres. Durante toda su vida
se mantuvo en la palabra dada a su Señor, que consistió en no separarse del
Verbo de Dios encarnado, desde la anunciación hasta la crucifixión y
glorificación. Muchas veces la fe plasmada en el arte la ha presentado junto
a la cruz redentora con rostro sereno marcado, ciertamente, por un
profundísimo dolor, la mirada concentrada, a ejemplo de quien medita en el
alcance del supremo amor de Jesús en que se ha mantenido perseverante hasta
el extremo. Se vuelve en ligero movimiento hacia su Hijo, como para indicar
que con él lo comparte todo: paz en el dolor, seguridad de que el fruto del
sacrificio expiatorio es la redención que conseguirán los que se acerquen y
entren por esta puerta, aceptación del misterio y, por tanto, del
incomprensible camino diseñado por el Padre para atraer a todos hacia sí.
María, en fin, entra de
la mano de Jesús resucitado en la acción glorificadora de Dios. Inseparable
de él en los misterios desarrollados en su peregrinación terrena, lo es
también en el misterio de su resurrección y ascensión a la gloria celeste. En
la Asunción y coronación en los cielos el Señor premia su colaboración con la
voluntad divina como criatura, como beneficiaria de su amorosa providencia y
como activa asociada al misterio de la redención de la humanidad.
Hoy, en comunión con
María, todo invita a la alabanza, a la alegría y bendición al Señor por este
regalo hecho a María como Madre de la Iglesia. Unida a Cristo también ella
será para nosotros pasarela que eleva a los cielos, para utilizar otra
expresión de Santa Catalina de Siena.
A lo largo de los siglos la piedad
cristiana invoca a María, en relación con el misterio que hoy se celebra, la
«sola esperanza de los que esperan», «aderezadora de la paz eterna»,
«restablecedora de los débiles», «suavísima consoladora», «suavísima
respiración de los pecadores», «ayuda en toda necesidad y miseria», «fuente
de misericordia», «consoladora piadosísima de los atribulados», «Señora
venerabilísima del mundo», «eficacísima medicina de las almas heridas»,
«dulcísima Madre de Dios», «iluminadora de los ciegos», «ayuda en las
angustias», «Madre que toma en brazos a los niños», «estrella del mar»,
«mediadora entre Dios y los hombres»… Son estos algunos títulos, muchos de
ellos usados en superlativo, que recogen cuanto ha revelado el Señor en torno
al misterio de su Madre y nuestra Madre. Pero se ha de convenir que nuestros
superlativos —aunque lo intenten— no llegan a abarcar el misterio. Son
insuficientes de todo punto para acercarnos a la realidad más profunda de
María. A ella hemos de honrar en esta solemnidad de la Asunción, con el
propósito de invocarle cada día con mayor fervor.
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