¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este
miércoles de la 19ª semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice...
Lectura del santo
evangelio según san Mateo 18,15-20
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.
Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a
otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres
testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni
siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro
que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que
desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si
dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi
Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos.»
Comentario
1.1 El
evangelio de hoy nos invita a meditar en la grandeza y el misterio de la
reconciliación. El Card. Alfonso López Trujillo nos brinda una enseñanza
intitulada "El Cristo Reconciliador", de la que extraemos estos
apartes, conservando sin embargo nuestro modo de numeración:
1.2 En la
Segunda Carta a los Corintios escribe S. Pablo: "Todo es de Dios, el cual
nos ha reconciliado consigo mediante Cristo... Ha sido Dios, en efecto, quien
reconcilió al mundo consigo en Cristo... A Aquel que no conoció el pecado, lo
hizo pecado por nosotros..." (Il Cor. 5, 18-19.21) Hay una clara alusión a
la figura del Siervo de Yahveh, inocente, que muere por los pecados del pueblo
para liberarlo (Cfr. Is. 53, 21). Cristo se hace pecado por nosotros al asumir
el efecto del pecado, que es la muerte. Se opera la liberación en la
justificación "para que pudiéramos ser justicia de Dios en El" (V. 2 1).
1.3
Cristo realiza la reconciliación en la Cruz cuando éramos sus enemigos:
"... cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios en virtud de la
muerte de su Hijo" (Rom. 5, 10).
1.4 La
reconciliación como pacificación y superación de la enemistad es presentada
también en la Carta a los Efesios: "Ahora en Cristo Jesús, vosotros, en un
tiempo lejano os habéis tornado vecinos, gracias a la sangre de Cristo. Él, en
efecto, es nuestra paz, que ha hecho de los dos pueblos una solo unidad
abatiendo el muro divisorio, anulando en su carne la enemistad" (Efe. 2,
13-14). Se elude a la imagen del muro divisorio que en el Templo de Herodes dividía
físicamente el recinto de los paganos y de los judíos. Nace una nueva unidad
espiritual en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Los dos grupos, antes
separados, se convierten en miembros del Cuerpo del Crucificado.
1.5 Por
eso la unidad de la Iglesia toma vida en la confesión de fe del Cristo
reconciliador en el misterio de la Cruz. Así como en la realidad de la Cruz
tiene lugar nuestra liberación, no por mediaciones abstractas, así ha de ser
real y concreta la unidad de la Iglesia, hecha también de Cruz, en la comunidad
cristiana. La unidad de la Iglesia es signo de esta reconciliación. Comenta H.
Urs van Balthasar: "Esta unidad es al mismo tiempo, en cuanto fundada como
don y sacrificio de Cristo, indestructible, y, en cuanto formada por pecadores,
extremamente precaria... La singularidad-irrepetibilidad de la unidad de Cristo
se rompe si en su lugar penetran potencias unificantes de humana invención que
quitan a la Iglesia o a sus partes la credibilidad" (TeoDrammatica, Vol.
3, pag. 394).
1.6 Cristo
es centro de reconciliación universal. Si por el pecado ha habido la ruptura de
la armonía y de la unidad del cosmos por la Cruz se reencuentra la pacificación
universal: "Pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud, y
reconciliar con Él y para Él todas las cosas, pacificando mediante la sangre de
su cruz, lo que hay en el cielo, en la tierra y en los cielos" (Col. 1,
19, 20).
1.7 Hay
una inmensa y notable diferencia entre esta realidad de la reconciliación y las
que proponen habitualmente las ideologías. Estas arrancan de su peculiar visión
antropológica. La fe cristiana nos muestra, con una concepción del hombre desde
la revelación divina, cómo, creado por Dios, perdida su dignidad de hijo por el
pecado, solamente Cristo puede restituirle tal dignidad, pacificándolo en su
propio ser por el perdón de Dios y restableciendo la armonía truncada con sus
hermanos y con la misma naturaleza. Por eso las palabras del Apóstol son eco
vibrante de la llamada de Cristo: "Os suplicamos en nombre de Cristo:
reconciliaos con Dios" (Il Cor. 5, 20).
2.
Sacramento de la Reconciliación y unidad entre los creyentes
2.1 Y el
Papa Juan Pablo II nos invita a reconocer el vínculo entre el perdón que Dios
nos da y la capacidad de la Iglesia para reconstruir su propio tejido, que
resulta lastimado y herido por nuestros pecados. Es lo que encontramos en el
texto que sigue, tomado de su catequesis del 22 de septiembre de 1999.
2.2
Queremos hoy profundizar en una dimensión que caracteriza intrínsecamente al
sacramento de la penitencia: la reconciliación. Ese aspecto del sacramento se
presenta como antídoto y medicina con respecto al carácter lacerante propio del
pecado. En efecto, al pecar, el hombre no sólo se aleja de Dios. También
siembra gérmenes de división dentro de sí mismo y en las relaciones con sus
hermanos. Por ello, el movimiento de regreso a Dios implica una reintegración
de la unidad dañada por el pecado.
2.3 La
reconciliación es don del Padre. Sólo él puede realizarla. Por eso, representa
ante todo una llamada que viene de lo alto: "En nombre de Cristo, os
suplicamos: reconciliaos con Dios" (2 Co 5, 20). Como Jesús nos explica en
la parábola del Padre misericordioso (cf. Lc 15, 11-32), para él perdonar y
reconciliar es una fiesta. El Padre, en ese pasaje evangélico, como en otros
muchos, no sólo ofrece perdón y reconciliación; también muestra que esos dones
son fuente de alegría para todos.
2.4 En el
Nuevo Testamento es significativo el vínculo que existe entre la paternidad
divina y la gran alegría del banquete. Se compara el reino de Dios a un
banquete donde el que invita es precisamente el Padre (cf. Mt 8, 11; 22, 4; 26,
29). La culminación de toda la historia salvífica se expresa asimismo con la
imagen del banquete preparado por Dios Padre para las bodas del Cordero (cf. Ap
19, 6-9).
2.5 En
Cristo, Cordero sin mancha, entregado por nuestros pecados (cf. 1 P 1, 19; Ap
5, 6; 12, 11) se concentra la reconciliación que procede del Padre. Jesucristo
no sólo es el reconciliador, sino también la reconciliación. Como enseña san
Pablo, el que hayamos llegado a ser criaturas nuevas, renovadas por el
Espíritu, "proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos
confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios
reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los
hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación" (2 Co
5, 18-19).
2.6
Precisamente por el misterio de la cruz de nuestro Señor Jesucristo se supera
el drama de la división que existía entre el hombre y Dios. En efecto, con la
Pascua, el misterio de la misericordia infinita del Padre penetra en las raíces
más oscuras de la iniquidad del ser humano. Allí tiene lugar un movimiento de
gracia que, si se acoge libremente, lleva a gustar la dulzura de una plena
reconciliación.
2.7 El
abismo del dolor y de la renuncia de Cristo se transforma así en una fuente
inagotable de amor compasivo y pacificador. El Redentor abre un camino de
vuelta al Padre que permite experimentar de nuevo la relación filial perdida y
confiere al ser humano las fuerzas necesarias para conservar esta comunión
profunda con Dios.
2.8 Por
desgracia, también en la existencia redimida existe la posibilidad de volver a
pecar, y eso exige una continua vigilancia. Además, incluso después del perdón,
quedan las "huellas del pecado" que han de borrarse y combatirse
mediante un programa penitencial de compromiso más intenso por el bien. Ese
compromiso exige, en primer lugar, la reparación de las injusticias, físicas o
morales, infligidas a grupos o personas. La conversión se transforma así en un
camino permanente, en el que el misterio de la reconciliación realizado en el
sacramento se presenta como punto de llegada y punto de partida.
2.9 El
encuentro con Cristo que perdona desarrolla en nuestro corazón el dinamismo de
la caridad trinitaria que el ordo
paenitentiae describe así: "Por medio del sacramento de la penitencia
el Padre acoge al hijo arrepentido que vuelve a él, Cristo toma en sus hombros
a la oveja perdida para llevarla al redil, y el Espíritu Santo santifica
nuevamente su templo o intensifica en él su presencia. Signo de eso es la
participación, renovada y más fervorosa, en la mesa del Señor, en la gran
alegría del banquete que la Iglesia de Dios convoca para festejar el regreso
del hijo alejado" (n. 6; cf. también nn. 5 y 19).
2.10 El
"Rito de la penitencia" expresa en la fórmula de absolución el
vínculo que existe entre el perdón y la paz, que Dios Padre ofrece en la Pascua
de su Hijo y "por el ministerio de la Iglesia" (ib., 46). El
sacramento, a la vez que significa y realiza el don de la reconciliación, pone
de relieve que no sólo daña a nuestra relación con Dios Padre, sino también a
la relación con nuestros hermanos. Son dos aspectos de la reconciliación
íntimamente vinculados entre sí. La acción reconciliadora de Cristo tiene lugar
en la Iglesia. Ésta no puede reconciliar por sí misma, sino como instrumento
vivo del perdón de Cristo, en virtud de un mandato preciso del Señor (cf. Jn
20, 23; Mt 18, 18). Esta reconciliación en Cristo se realiza de modo eminente
en la celebración del sacramento de la penitencia. Pero todo el ser íntimo de
la Iglesia en su dimensión comunitaria se caracteriza por la apertura
permanente a la reconciliación.
2.11 Es
preciso superar cierto individualismo al concebir la reconciliación: toda la
Iglesia contribuye a la conversión de los pecadores, a través de la oración, la
exhortación, la corrección fraterna y el apoyo de la caridad. Sin la reconciliación
con los hermanos la caridad no se hace realidad en la persona. De la misma
manera que el pecado daña el tejido del Cuerpo de Cristo, así también la
reconciliación restablece la solidaridad entre los miembros del pueblo de Dios.
2.12 La práctica penitencial antigua ponía de relieve el aspecto
comunitario-eclesial de la reconciliación, especialmente en el momento final de
la absolución por parte del obispo, con la readmisión plena de los penitentes
en la comunidad. La enseñanza de la Iglesia y la disciplina penitencial
promulgada después del concilio Vaticano II exhortan a redescubrir y a destacar
de nuevo la dimensión comunitaria-eclesial de la reconciliación (cf. Lumen gentium, 11; y también Sacrosanctum Concilium, 27) sin
descuidar la doctrina sobre la necesidad de la confesión individual.
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