¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este miércoles de la 3ª semana de Pascua.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Juan 3,16-21.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Palabra de Dios
Comentario
El amor en el judaísmo tiene su polo a tierra en el
amor entre el hombre y la mujer, entre el padre y los hijos, ente una persona y
otro ser humano y entre un individuo y Dios. El amor erótico es tomado como una
alegoría del amor espiritual y esto lleva a incluir en el canon judío el libro
del Cantar de los Cantares.
Los profetas
usan el amor nupcial como metáfora del amor de Yahveh (masculino) por Israel
(femenino) especialmente en Oseas, también como el amor del padre por el hijo
pues Yahvéh era el padre de todo el pueblo, no de una persona en particular.
En el
judaísmo medieval se desarrolla el amor místico para enfatizar la relación con
Dios como una relación de amor y no de temor. Los demás amores quedan así
justificados y santificados como experiencias místicas.
En el cristianismo la historia del amor ha sido más
accidentada, pues aunque comparte con el judaísmo que el amor a Dios y al
prójimo es el resumen de la ley, el énfasis de muchos cristianos en la
condición “caída” del ser humano, llevó a la sospecha pecaminosa de las demás
expresiones de amor, excepto el amor a Dios, quien castigaba el desamor. El
amor de Dios como gratuito, irrestricto y eterno terminó en buena medida
condicionado al amor humano que no es tan fácilmente gratuito, irrestricto y
eterno.
El abanico
del amor (en griego tienen 5 palabras distintas, en hebreo 3 mientras en
español tenemos 1) termina enfrentando el amor “a las creaturas” y el amor a
Dios. En el evangelio de Juan tenemos una presentación del amor tan fecunda que
no excluye a ninguno. Juan utiliza la más sofisticada de las palabras griegas:
ágape.
Los profetas ya se habían aventurado a reducir
todas las actuaciones de Yahvéh con el pueblo como la liberación (Exodo), la
ley (Torah), las instituciones (jueces, reyes y profetas) a expresiones del
amor de Yahvéh por su pueblo. Ni siquiera la maldad personal o colectiva era
capaz de disminuir, no digamos cancelar, dicho amor.
En la
comunidad de Qumrán, algunas de cuyas ideas parece que compartía el Bautista,
la que habla de que Yahvéh ama a los hijos de la luz y “odia” a los secuaces de
Belial y en consecuencia que el hombre debe amar lo que Dios ama y odiar lo que
Dios odia.
Pero en el Nuevo Testamento ágape (amor) nunca
tiene el sentido negativo de no-amor, de odio. En el amor de Jesús aparece su
característica más singular y es que el amor mira siempre para abajo, pues le
está vedado mirar para arriba. La expresión más clara es: «Si de esta manera
nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4:11) en
donde esperaríamos que debemos amar a Dios que nos amó y la conclusión es bien
diferente: que pasemos gratuitamente el amor a quien lo necesita y no a Dios
que nos lo ha dado gratuitamente.
Jesús ama a
quienes lo crucifican, más aún, muere por ellos. El discípulos modelo en Juan
es “el discípulo amado”. El círculo culpa, pena, juicio se rompe cuando entra
el amor de Jesús en escena. Nos unimos a Dios por la fe en Pablo, Dios nos une
por el amor en Juan. Para muchos, incluidos muchos cristianos, al hacerse
añicos una determinada imagen del mundo y del hombre, la afirmación de un “Dios
de amor” resulta increíble y difícil de aceptar.
En vista de
lo que Dios “tolera” en este y otros tiempos y de lo que los hombres dicen y
hacen en su nombre, ante la crueldad, el odio, las guerras y el hambre, muchos
creen no poder hablar ya más del amor de Dios y prefieren el Dios del juicio,
da la condenación, de la venganza.
También en el judaísmo había literatura que hablaba
de un castigo previo a la venida del Mesías — los “dolores mesiánicos” —, pero
que en Jesús no se cumplen. El Bautista en su predicación si los incluye aún,
como parte de su judaísmo. Ante las dificultades y crisis del amor en la
pareja, en la familia, en las relaciones humanas es conveniente volver al
mensaje bíblico, en donde no se encuentra el carácter pecaminoso del amor
multiforme.
El Cantar de los Cantares que poco espacio ha
encontrado en la liturgia o en las citas bíblicas, enaltece el amor natural
como uno de los más altos dones . El erotismo y sexualidad son, con toda
evidencia, factores integrales del amor. En Jesús es imposible encontrar una
devaluación o desprecio de lo corporal, y por lo tanto de lo sexual, puesto que
en su mensaje está superado el dualismo cuerpo-alma. No obstante, ya desde un
principio, se introdujeron en la iglesia nuevas corrientes dualísticas que
produjeron una devaluación del amor sexual, y que continúan ejerciendo un
influjo perturbador aún en políticas públicas.
El viento que sopla cuándo y dónde quiere, que
sirvió para ilustrar la función del Espíritu en el diálogo con Nicodemo, ahora
tiene las características del amor en el mismo capítulo. Ya no es un diálogo
sino un monólogo de Jesús, como en la última cena. La creación recibe una nueva
razón más poderosa que los celos del jardín del Edén con sus prohibiciones y
amenazas. Por amor Dios ha creado el mundo y lo ha entregado en el clímax del
amor a Jesús, lo mejor de sí mismo para su salvación, no para juicio ni
condenación. Para enseñarle lo único que no podía por sí misma descubrir ni
inventar la humanidad: una forma extraña de amar, un amor sacrificial por el de
abajo.
Así como lo
primero que el Creador vio como bueno fue la luz, Juan ve la oscuridad como el
apego humano contrario a ese bien primero. «Vino la luz al mundo, y los hombres
amaron más las tinieblas». La primera luz era física: el sol, las estrellas,
las luminarias del cielo que bien iluminan por fuera, la segunda era interna
(el amor) que ilumina a la humanidad desde dentro.
El pecado en
Juan es el desamor, la violencia contra el hermano como en Caín y Abel. Ambos
judíos, ambos hijos del mismo padre, ambos cuidadores de la tierra y los
animales, ambos ligados por común destino: parte integral de la creación, pues
nada hizo en vano si lo hizo por amor.
Jesús completa el relato original con la dolorosa
pregunta a los creyentes: ¡Abel! ¿Dónde está tu hermano Caín? Cada uno debe dar
su propia respuesta, pues en el evangelio de Juan el juicio ya se ha realizado.
Es un juicio personal que se realiza en lo íntimo del corazón. El que no cree
se enfrenta a la oscuridad interior y a producir oscuridad para otros; el que
cree ilumina su interior y es capaz de iluminar a otros.
El lenguaje ciertamente se parece al de Qunrán y
los rollos del Mar Muerto, pero el mensaje es bien distinto. El renacer, nacer
de lo alto, nacer de arriba en última instancia es dejar que el Espíritu sople
y el amor penetre.
A la hora de recopilar el cuarto evangelio, sobre
el último decenio del siglo I, el evangelista habría visto similares
dificultades a las que nos enfrentamos hoy para aceptar el mensaje de Jesús.
Las tinieblas interiores son preferibles porque nos dan comodidad y “buena
conciencia” al excluir el amor sacrificial. En una frase tan escandalosa como
profunda dice Nietzsche que Dios tiene su propio infierno: su amor por la
humanidad. Así de fácil podemos confundir la luz con la oscuridad, el amor con
el egoísmo y vana la vida y muerte de Jesús por amor.
Apuntes del Evangelio.
Luis Javier Palacio, S.J.
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