¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este viernes de la quinta semana del tiempo
ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Marcos 7,31-37.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Abrete". Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
Comentario
En el concepto de enfermedad mental judía atribuida
ordinariamente en el lenguaje popular a posesión demoníaca, se enfrentaban a
quienes sufrían episodios recurrentes como en el caso de la epilepsia; en medio
del ataque eran posesos y en los de lucidez libres de posesión. Pero también se
consideraba enfermos mentales los sonámbulos, quienes durmieran en un
cementerio, quien rompiera sus vestiduras, quien destruyera sus bienes, los
desaseados a propósito. En tales estados estaban exentos de deberes religiosos
y de responsabilidad frente a la ley; pero por otro lado sus testimonios eran
inválidos y eran tenidos por menores de edad junto con sordos y mudos. A veces
se tenían episodios de sordera, ceguera, mudez como castigo de Yahvéh. Así aparece en el caso de Zacarías, aunque
Jesús en su vida pública no presenta ningún caso de milagro punitivo o de
castigo.
En el anuncio del reinado de Dios se espera que los
sordos oigan, los mudos, hablen, los ciegos vean, los tullidos salten, los
leprosos queden limpios. El relato de hoy tiene algunos detalles dignos de
resaltar. Lo primero es que el hecho sucede en la Decápolis a donde había sido
enviado a predicar el endemoniado de Gerasa, en territorio gentil.
Sin embargo no se habla de posesión de demonio
sordo o mudo como en otros y la descripción literal es de sordo y tartamudo. Es
sabido médicamente que la sordera trae aparejada la mudez aún con el aparato
vocal sano. Podemos suponer que la sordera aquí es disminución auditiva. No le
piden a Jesús que lo libere de demonio ninguno, ni siquiera que lo cure, sino que
le imponga las manos, cosa que no se describe que haga Jesús. Este no hace un
espectáculo público de la terapia sino que lo lleva aparte, lejos de la gente.
Así se enfatiza la relación personal entre el limitado y Jesús. Este es un
detalle igualmente singular pues ordinariamente Jesús hace sus curaciones en
presencia de los discípulos y los manda luego a curar entre otros oficios, pero
en el caso de hoy cura sin su presencia. Además, cuando se retira
ordinariamente es para orar pero hoy lo hace para curar.
El rito de curación es bastante singular metiendo
el dedo en los oídos y poniendo saliva en la lengua. El sordomudo es una buena
imagen de la angustia que puede sentir una persona encerrada en sí misma e
incomunicada con Yahvéh y con los hombres. Yahvéh era el dios de la Palabra que
era necesario escuchar. El sordo físico estaba bastante peor que el sordo
funcional o sea el que oyendo no oía porque no atendía las palabras del
profeta. Los profetas de Israel usaban con frecuencia la sordera como una metáfora
provocativa para hablar de la cerrazón y la resistencia del pueblo a Yahvéh.
Israel “tiene oídos, pero no oye” lo que Yahvéh le está diciendo. Por eso, un
profeta llama a todos a la conversión con estas palabras: «Sordos, escuchad y
oíd» (Is 35:5). Jesús suspira antes de pronunciar el effatá, ábrete. Pero antes
levanta sus ojos al cielo que también es una característica de las curaciones y
otros gestos de Jesús. No pide propiamente al Padre que realice la curación
sino que da gracias por ella. No es su misión centrar el interés del oyente en
su persona sino en el Padre que se revela a través de su persona. Es la función
de siervo y no la del señor, del servidor y no del que es servido, del Hijo y
no la del Padre que es uno y único para todos los hombres. Este rito fue
asumido en el ritual del bautismo pre-Vaticano unido a la saliva del sacerdote
en los oídos del bautizando .
El estado final del limitado como «se le soltó la
lengua y empezó a hablar correctamente» es una transliteración de la esperanza
mesiánica o escatológica. Se conocen textos extra bíblicos en donde se registra
que meter el dedo en el oído y poner saliva en la lengua era ritos usados por
otros curanderos de la época. Estos detalles no tienen más que un valor
descriptivo y no mayor valor porque los haga Jesús. Tampoco hay misterio en la
palabra ¡Effetá! que inmediatamente es traducida para evitar que le dieran un
poder mágico a una palabra desconocida. Como en otras ocasiones Jesús pide al
sordomudo o sordo-gago que no diga nada igual que a otros que se pudieron
enterar. Es el recurrente “secreto mesiánico” en Marcos que ha tenido más de
una interpretación. En el caso de hoy la orden de silencio también es
quebrantada como en otros casos. Es claro en el evangelio de Marcos que Jesús
no quiere ser tenido por taumaturgo sino por quien vive la voluntad del Padre
como camino de la pasión. Marcos narra otra curación, esta vez de un ciego, con
saliva en los ojos e imponiéndole la mano. Aquí la curación se mueve por
etapas. Así, en dos episodios de curaciones, el elemento físico está presente
mientras que en la mayoría de las curaciones es la palabra el agente principal.
La materialidad del gesto se volverá conflictiva en el Concilio de Trento
cuando se aplica a los sacramentos, en su doble explicación de materia y forma.
La materia quedó definida: el agua para el bautismo, el aceite para la
confirmación, la hostia para la Eucaristía, el pecado para la reconciliación,
la imposición de manos para la ordenación, los novios para el matrimonio y la unción
para los enfermos. Algunas iglesias reformadas eliminaron la materia y dieron a
la vida sacramental el sentido más espiritual de gracia en concordancia con la
fe, así como de realce a las palabras de la Escritura.
No es casual que los evangelios narren tantas
curaciones de ciegos y sordos. Son como una invitación a dejarse llevar por
Jesús para abrir como él los ojos al necesitado y como él a la voz del Padre
que habla externa e internamente. Unos seguidores sordos a su mensaje apenas si
pronunciaran algo mínimo del evangelio, tartamudearán el mensaje. El imperativo
¡ábrete! desprovisto de poder mágico, puede resonar en cada creyente. Cuando no
escucha los anhelos más humanos de su corazón, cuando no se abre al amor,
cuando, en definitiva, se cierra al misterio último que llamamos Dios, la
persona se vuelve sorda, autista, auto referencial, narcisista, egoísta que no
vive sino en sí misma y para sí misma. Los demás solamente valen para
satisfacer tal deseo. Hoy es un diagnóstico palpable de múltiples maneras. El
yo no se reprime sino que se desboca hasta el infinito: mi (my en inglés), yo
(I en inglés) es el componente indispensable en las aplicaciones comunicativas:
Me gusta (I like), mi página (My Facebook), mi computador (My Personal
Computer), mi I-pad, I-pod, selfie (Self = mismo) y en formas aún más
camufladas como el Twitter. Quizás metafóricamente necesitas el dedo del otro
en nuestro oído para que lo escuchemos y su saliva en la nuestra para que
degustemos otros sabores. El sordomudo o sordo-gago del evangelio de hoy puede
seguir sirviendo de motivador para repensar nuestra relación con Dios, con al
Escrituras y por supuesto con los demás.
Luis
Javier Palacio Palacio, S.J.
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