¡Amor y paz!
Los invito, a leer y
meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que la Iglesia celebra
la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 9,9-13.
Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?". Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Comentario
El encuentro de Jesús con
Mateo, el publicano, fue piedra de escándalo para los escribas y fariseos que
andaban ya espiando los pasos de Jesús para indisponerle con el pueblo. El
territorio de Cafarnaúm era paso obligado para los traficantes de Mesopotamia y
de las ricas regiones de Tiro y Sidón con Palestina y con Egipto. Por esa razón
eran varios los pequeños publicanos o recaudadores de impuestos y
contribuciones que tenían arrendada a los grandes recaudadores del Imperio la
exacción de tributos en determinados puestos de la región. Estos publicanos o
alcabaleros tenían entre sí cierta organización. San Lucas nos habla de Zaqueo,
jefe de publicanos (19, 2).
Como pasa en todas partes, eran mal vistos del
pueblo; pero de modo especial de los puritanos escribas y fariseos, porque
consideraban humillante para el pueblo de Israel pagar tributos al Imperio
romano y también porque los publicanos se veían obligados a tratar con paganos
y gente extraña a Israel, incurriendo con ello en impureza legal. De ahí que era
corriente juntar en expresión estereotipada a publicanos con meretrices,
pecadores y gentiles (Mt. 18, 17; 21, 31-2; Lc. 18, 10; Mc. 2, 15, etc.).
Dado este descrédito
popular, los evangelistas Marcos y Lucas, al narrar el llamamiento de Jesús a
Mateo, le dan su segundo nombre de Leví al publicano, sin identificarle
expresamente con Mateo, con cuyo nombre figurará siempre en la lista de los
doce apóstoles (Mt. 10, 3; Mc. 3, 18; Lc. 6, 15). Sólo el humilde San Mateo,
para resaltar más la bondad y misericordia de Jesús, se identifica a sí mismo
con Leví y se da el nombre de Mateo el publicano.
Jesús rompe con
aquellos prejuicios farisaicos y al pasar junto al puesto de recaudación de
Leví-Mateo le invita a seguirle. Mateo, que sin duda había visto y oído predicar
en varias ocasiones a Jesús, se decide a abandonar su puesto y a seguirle
definitivamente, y gozoso, como hará en otra ocasión Zaqueo, le invita, junto
con varios compañeros de recaudación, a comer a su casa. Desde entonces la casa
de Mateo será la escogida por Jesús para descansar en Cafarnaúm de sus
excursiones apostólicas en Galilea.
Pocos meses después,
de entre sus varios discípulos Jesús escoge los doce apóstoles, a quienes
dedica sus mejores cuidados en prepararlos para encomendarles su Iglesia y la
conversión del mundo. San Mateo, uno de los doce, permanecerá siempre al lado
de Jesús durante los dos años aproximadamente que le restan de ministerio.
Después de la
resurrección y ascensión de Jesús, San Mateo permanece algún tiempo con los otros
apóstoles en Palestina. Bajo la dirección de Pedro, Mateo con los demás
apóstoles catequiza a los nuevos cristianos que por centenares y millares,
recordando los milagros y las enseñanzas de Jesús, se presentan a pedir el
bautismo y recibir orientación de nueva vida. Se agrupan entre sí formando el
primer núcleo de la Iglesia alrededor de los apóstoles.
La fortaleza y
decisión de éstos después de la venida del Espíritu Santo se comunica a los
nuevos discípulos, que si un día, bajo la influencia de los pontífices y de los
fariseos, habían abandonado al Divino Maestro, ahora se le adhieren fielmente
desafiando las iras de quienes le habían dado muerte, los cuales van quedando
aislados y sin el apoyo del pueblo.
La predicación de
los apóstoles toma forma de catequesis como explicación de la doctrina y de los
hechos de Jesucristo y el relato de su muerte y resurrección. No pocos son los
que ponen por escrito aquella predicación (cf. Lc. 1, 1-2). Entre ellos San
Mateo, testigo inmediato del ministerio de Jesucristo. Acostumbrado a redactar
esquemáticamente los datos de su antigua aduana, expone en estilo breve los
hechos que él mismo había presenciado y con mayor detenimiento recoge las
parábolas y discursos del Señor, especialmente los de Galilea. Su libro es el
primer evangelio, escrito en hebreo, o mejor dicho en arameo, la lengua popular
que usó Jesucristo, traducido muy pronto al griego y probablemente ampliado,
que es el que hoy poseemos, reconocido por la Iglesia como inspirado por el
Espíritu Santo.
Este evangelio, como
los de San Marcos y San Lucas, con mayor o menor dependencia entre sí, contiene
en realidad el resumen de la catequesis primitiva de San Pedro y demás
apóstoles en Palestina. Su valor histórico y apologético es indestructible y
definitivo.
Las circunstancias
en que San Mateo escribió su libro y el destino inmediato que le dio dejaron
impresas en él algunas características que le distinguen de los demás
evangelios. Mateo escribe en Palestina para los primeros cristianos convertidos
del judaísmo, en contacto inmediato con los demás judíos que alimentaban su
espíritu con la lectura de los libros de la antigua ley, con su historia y sus
profecías, y tenían puesta su esperanza en el Mesías prometido a Abraham, a
Moisés, a David, renovada la promesa a través de los siglos.
Mas desde años
atrás, los dirigentes del pueblo de Israel, saduceos, pontífices, fariseos,
humillados por haber perdido la independencia de Israel y verse subyugados por
el Imperio romano, olvidándose de la misión espiritual del futuro Mesías, se
fingen un Mesías temporal, poderosísimo, que les libere del yugo romano y que
establezca en Jerusalén el imperio universal dirigido por los israelitas: una
nueva era perpetua de prosperidad y de riqueza y bienandanza terrenal. Sin excluir
al Dios verdadero, que será reconocido y adorado por todas las naciones; pero
será el Dios de Israel para honra y gloria de los israelitas.
En estas
circunstancias expone San Mateo la predicación de Jesús en Galilea y explica
por qué rehuye proclamarse públicamente el Mesías enviado por Dios, y cómo a
través de su predicación, de sus parábolas, va cambiando paulatinamente el
falso concepto popular del Mesías, sustituyéndole por el verdadero, que aún
conservaban personas escogidas, como Zacarías e Isabel, el anciano Simeón, Ana
la profetisa y otras varias.
Después de la
ascensión de Jesús quedaba aún flotando en el ambiente palestinense la
pregunta: ¿pero, al fin, era Jesús el verdadero Mesías prometido?
Además de la
dificultad de comprender la misión espiritual del Mesías, bastardeada por los
escribas y fariseos, se les hacía también difícil juntar en una sola persona
los rasgos que en diversas ocasiones y épocas atribuían los profetas al que
había de ser enviado por el Señor. Unas veces se anunciaba que había de ser el
mismo Dios creador y protector de Israel quien había de realizar la obra que
otras veces se atribuye al prometido hijo de David. Por otra parte, Isaías lo
presenta como redentor que con su pasión y muerte satisface por los pecados de la
humanidad y establece un nuevo reino de Dios que rebasa las fronteras de
Israel. Jesús en su predicación da por supuesto que en Él se realizan estas
profecías y unas veces alude a un aspecto y otras a otro. En el último período
de su ministerio ya habla abiertamente a los apóstoles y sólo a ellos de su
pasión y muerte, añadiendo siempre que al tercer día había de resucitar. Los
apóstoles, a pesar de su buena voluntad, quedan como desconcertados. Tienen fe
en Jesús, confirmada con multitud de milagros y con la bondad y santidad del
Maestro. Cuando les pregunta si también ellos quieren abandonarle, como los de
Cafarnaúm, San Pedro rápidamente responde: "¿Y a quién iremos?: Tú tienes
palabras de vida eterna". Sólo cuando captan la doctrina de la Encarnación
del Hijo de Dios se hacen con la llave de estos misterios y aciertan a
coordinar en la persona de Jesús los diversos aspectos de las profecías.
Todo ello explica
por qué San Mateo, a diferencia de los otros evangelistas, escribiendo en
Palestina para los israelitas cristianos, pone especial empeño en hacer
resaltar el carácter mesiánico de Jesús, anotando en multitud de pasajes de su
vida, desde la genealogía y nacimiento virginal hasta su pasión y muerte, los
lugares de los profetas en que ya lo anunciaban. Jesús es el verdadero Mesías
prometido a los patriarcas y profetas. Los judíos no tienen ya por qué esperar
otro Mesías salvador.
Ante la ausencia de
datos históricos en que pudiéramos basar la semblanza del apóstol y evangelista
Mateo, parece que debiéramos recurrir a su libro para captar los rasgos de su
personalidad: mas ni él ni los otros evangelistas hablan nunca de sí mismos ni
transparentan sus sentimientos. Si alguna vez hacen una levísima alusión a su
persona lo hacen de modo velado y anónimo. Su única preocupación, consiste en
transmitirnos fielmente los hechos y la doctrina de Jesús. Esta "divina
impasibilidad" nos impide hacer de San Mateo un análisis psicológico
basado en su libro. Mas, si no sobre su persona, sí podemos entrever en qué
aspecto de la predicación de Jesús se fijó San Mateo con preferencia a los
otros evangelistas. El de San Mateo es el evangelio del reino de Dios, el
evangelio de la Iglesia, que Jesucristo fundaba. En multitud de parábolas que
recoge de labios de Jesús manifiesta las diversas facetas de este reino. No
menos de cincuenta veces menciona el reino de Dios o reino de los cielos,
expresión más acomodada al uso de los judíos.
Este reino de Dios
se inicia ya en este mundo; lo inaugura Jesús al infundir a sus discípulos un
nuevo espíritu. Es el nuevo pueblo con nuevo espíritu que sustituye al pueblo
de Israel. Es la buena nueva, el evangelio del reino, que será anunciado a
todas las naciones, invitándolas a entrar en él. Israel como pueblo escogido ha
terminado su misión. Los israelitas, antes que nadie, son invitados
individualmente a formar parte del nuevo reino, que será universal.
A este nuevo reino
de Dios, de que hablan también los otros evangelistas, sólo San Mateo le da el
nombre de Iglesia, constituida como cuerpo social, con sus autoridades (Mt. 18,
17), fundada sobre la roca que es Pedro, contra la cual nada podrán los poderes
del infierno (Mt. 16, 18).
Esta doctrina de
Jesús recogida por San Mateo será explanada por San Pablo en sus epístolas.
Pero no ha sido San Pablo el que inventó la eclesiología, como pretenden los
protestantes liberales. Por San Mateo nos consta que fue Jesucristo quien fundó
la Iglesia y enseñó explícitamente cuáles eran sus elementos constitutivos
esenciales. En los Hechos de los Apóstoles nos describe San Lucas la puesta en
marcha y primer desarrollo de este nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia.
De la vida
apostólica de San Mateo tenemos muy pocos datos ciertos. De entre la variedad
de tradiciones y leyendas, la Iglesia escoge en el breviario las que cuentan
con mayor apoyo tradicional, preferidas también por los Bolandistas.
Después de unos años
de apostolado y catequesis en Palestina, San Mateo se trasladó a Etiopía de
Egipto, donde confirmaba su predicación con multitud de milagros, entre los
cuales sobresalió la resurrección de una hija de Egipo, rey de Etiopía. Movido
el rey y su familia por este portento, abrazaron la religión cristiana, que se
extendió rápidamente por todo el reino.
Después de la muerte
del rey, su sucesor Hirtaco pretendió casarse con Epigenia, hija de su
predecesor en el reino. Mas, habiendo ésta consagrado a Dios su virginidad por
consejo de San Mateo, airado Hirtaco al no conseguir que el apóstol la
persuadiera a acceder a sus deseos, ordenó dar muerte a San Mateo mientras
celebraba el santo sacrificio, uniendo así el apóstol el sacrificio de su vida
al de Cristo crucificado.
Las reliquias del
santo apóstol fueron trasladadas a Salerno, donde se veneran con gran devoción.
Francisco
Barbado Viejo, O. P.
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