¡Amor y paz!
Muchos al leer el
evangelio de hoy quedarán desconcertados tratando de interpretar el sentido de
la felicitación que recibe el administrador injusto por la astucia con que
había procedido, al conceder rebajas a sus acreedores, renunciando a su propia
comisión. Pareciera que Jesús hace suya esta alabanza, pues lo pone como
ejemplo para los hijos de la luz.
¿Qué diremos nosotros? ¿Es
que puede presentarse como modelo a un sinvergüenza? ¿Jesús se pone de parte
del injusto? Si queremos comprender la enseñanza del Señor, es necesario
aclarar el sentido de la misma: el amo no aprueba la gestión de su
administrador, al que despide precisamente por fraude, sino que alaba su
previsión del futuro, queriendo ganarse amigos para los tiempos malos que se le
avecinan. Por tanto el administrador infiel es alabado por astuto, no por
injusto, es así que los hijos de la luz deben imitar la agudeza, astucia y
previsión que en sus negocios ponen los hijos de este mundo: no es la falta de
honradez y la corrupción lo que se pone de modelo, sino la sagacidad (C. E. de
Liturgia. Perú).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXV Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 16,1-13.
Decía también a los discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'. El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'. 'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'. Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero".
Comentario
Cuando Juan recibió su
sueldo, en dinero efectivo, como siempre lo hacía el primer día de cada mes,
contó cuidadosamente los billetes, uno a uno, agudizando sus ojos y untando el
dedo con saliva para despegar con fuerza los billetes. Se sorprendió al
percatarse que le habían dado 50.000 pesos más de lo que correspondía. Miró al
contador de reojo para asegurarse que no lo había notado, rápidamente firmó el
recibo, se guardó el dinero dentro del bolsillo y salió del sitio con la mayor
rapidez y discreción posibles, aguantándose, con esfuerzo, las ganas de saltar
de la dicha. Todo quedó así.
El primer día del mes siguiente hizo la fila y
extendió la mano para recibir el pago. La rutina se repitió y al contar los
billetes, notó que faltaban 50.000 pesos. Alzó la cabeza y clavó su mirada en
el cajero, y muy serio le dijo: –Señor, disculpe, pero faltan 50.000 pesos. El
cajero respondió: – ¿Recuerda que el mes pasado le dimos 50.000 pesos más y
usted no dijo nada? –Sí, claro –contestó Juan con seguridad–, es que uno
perdona un error, pero dos ya son demasiados.
Esta escena, poco común,
me vino a la memoria al leer el texto evangélico que hoy nos ofrece la
liturgia: “Y es que cuando se trata de sus propios negocios, los que pertenecen
al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz”. Esta es la conclusión
a la que llega el Señor después de haber contado la historia del mayordomo que
estaba malgastando los bienes de su señor. Y más adelante dirá: “El que se
porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el
que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho”. La honradez es
una virtud que apreciamos mucho en los demás, pero no siempre sabemos poner en
práctica en nuestras propias vidas. Nos damos perfectamente cuenta cuando los
demás no se portan como deberían, pero no somos capaces de reconocer nuestras
propias inconsistencias. Ya decía el Señor, que tenemos una capacidad infinita
de reconocer la pelusa que tiene nuestro vecino en su ojo, pero no somos
capaces de ver la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mateo 7, 3-5 y Lucas 6,
41-42). Así somos, aunque nos cueste reconocerlo.
Pero allí no queda la
cosa. Lo que el Señor quería enseñarnos con esta historia, era que tenemos que
utilizar adecuadamente los bienes de este mundo, para alcanzar una vida plena:
“De manera que, si con las riquezas de este mundo pecador ustedes no se portan
honradamente, ¿quién les confiará las verdaderas riquezas? Y si no se portan
honradamente con lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece?” En este
sentido, no debemos olvidar que los bienes de este mundo son solamente un medio
para alcanzar la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, de la
que habla san Ignacio en una de las meditaciones más conocidas de los
Ejercicios Espirituales (Cfr. EE 139).
“Ningún sirviente puede
servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y
despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas”, dirá el Señor
más adelante. Valdría la pena que nos preguntáramos si tenemos nuestro corazón
dividido entre el servicio de Dios y el servicio que prestamos a los bienes. Si
nos servimos de las riquezas para ir construyendo esa vida verdadera a la que
Dios nos llama, o si somos como el hombre de la historia, que calla o reclama,
de acuerdo a lo que más le conviene...
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.*
Decano académico de la
Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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