domingo, 31 de octubre de 2010

"El Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido"

¡Amor y paz!

El Evangelio de hoy nos narra el conocido episodio del rico Zaqueo quien, aunque inicialmente no podía entrar en contacto con Jesús, con su firme intención logra, no sólo verlo, sino convertirse. Porque Jesús no vino sólo para que lo veamos rápidamente, para que conozcamos 'algo' de Él a través de su Palabra, sino que llegó para quedarse un nuestra vida.

El caso de este rico convertido nos viene bien para examinar qué es lo que en cada uno de nosotros puede estar impidiendo ver a Cristo plenamente y hacernos verdaderamente sus discípulos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este XXXI Domingo del tiempo Ordinario.

De otra parte, hay que decir que poco a poco ha ido tomando sitio en nuestras costumbres la celebración del 'Halloween', en contra de las tradiciones y cultura cristianas. Esta no es una 'noche de brujas' sino la 'Noche de los Niños', quienes sí merecen celebración. Mañana celebraremos la Solemnidad de Todos los Santos y el martes la conmemoración de los Fieles Difuntos, esto es, de quienes ya gozan de la vida eterna. La de esta noche, por tanto, es una celebración de la Vida, no de la muerte.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 19,1-10.

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa". Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador". Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más". Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

Comentario

Quería ver a Jesús, "pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura".

Pero Zaqueo tenía sus impedimentos. Uno era el de la estatura. Otro era el de la gente, que no le dejaba ver. Pero Zaqueo era un hombre decidido, y encontró la manera de superar estos problemas.

Zaqueo era bajito y pecador. Zaqueo quería ver a Jesús, pero la gente se lo impedía. Esto también nos pasa a nosotros. Por una razón o por otra, Zaqueo soy yo.

Zaqueo subió a un árbol. Es un hombre dispuesto a superar dificultades.

1º Reconocer que no damos la talla. "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel es y justo para perdonarnos los pecados y para purificarnos de toda iniquidad" (1 Jn 1,8s). La aceptación y reconocimiento del propio pecado es condición esencial para el descubrimiento de Jesús como Salvador. Lo que quiere decir que la incredulidad incluye también el no querer reconocer la propia culpa y la necesidad personal de salvación.

Los hombres necesitamos mucho tiempo para convencernos de nuestro pecado y de nuestra debilidad, para renunciar a la autojustificación y a la autosuficiencia.

"Donde entra mucho el sol, dice santa Teresa, el alma ve su miseria... toda se ve muy turbia".

Charles Peguy (poeta y escritor francés, 1914) meditaba una vez por qué la gracia divina obtiene triunfos inesperados en el alma del pecador más grande, mientras que con mucha frecuencia permanece inactiva en las gentes más honradas: "La razón está precisamente en que las gentes más honradas, o en definitiva a las que así se denomina y que gustosamente se designan como tales, no tienen puntos débiles en su armadura. Son invulnerables. Su piel moral constantemente sana les procura un pellejo impenetrable y una coraza sin fallos. "Por eso no hay nada tan contrario a lo que (con un nombre un tanto vergonzoso) se denomina religión como lo que se suele llamar moral. La moral reviste al hombre de una coraza protectora contra la gracia".

"Cristo no habita sino en los pecadores", llega a afirmar Lutero. No cuando te crees justo, sino cuando reconoces tu pecado, entonces te encuentras en la situación adecuada para que opere la salvación. Así el progreso se realiza "a la contra" de lo que espera el hombre, no cuando desaparecen nuestros defectos, sino cuando comprendemos mejor la gravedad de los mismos.

No hay que entender el pecado legalísticamente, sino como una incapacidad de amar, como fallo en el amor.

Por ello, cada vez que nos reunimos para celebrar el memorial de Jesucristo (la Santa Misa), empezamos reconociéndonos todos -todos- pecadores. No pedimos "por los pecadores" sino "por nosotros pecadores". Sin este primer paso, sin este inicial reconocimiento de nuestro pecado, no hay posibilidad de seguir adelante.

2º. La gente impide el descubrimiento de Jesús. Pero antes de empezar a subir, Zaqueo tuvo que quitarse la chaqueta. Quiero decir: se despojó de su propia dignidad. Desafía el ridículo con tal de ver a Jesús. Lo mismo que un hombre que tiene que transportar un armario, se quita la chaqueta y la deja en la percha, así Zaqueo, el director de aduanas, se quita la chaqueta de su propia respetabilidad y la cuelga en las narices de la gente. Se "desviste" de su propia dignidad, compostura, seriedad, prestigio. Se libra de todas las trabas sociales. A Zaqueo le importan un bledo todos los comentarios hirientes de la multitud. Desafía a las burlas, a las risas, con tal de ver quién era Jesús. El que quiera ver a Jesús, tiene que llevar a cabo una acción de ruptura con la gente.

Nosotros, como Zaqueo, hemos venido aquí también para ver a Jesús. Nos lo impedía la gente: las preocupaciones, las diversiones, los programas, los compromisos, los trabajos de cada día. Superados estos impedimentos, estamos aquí, no tanto para ver a Jesús, cuanto para que Jesús nos mire.

Él pasa siempre a nuestro lado. Y pasó Jesús. Pero Jesús no quería pasar, sino que quería quedarse con Zaqueo. Levantó los ojos Jesús para ver al pequeño Zaqueo. Y lo miró con simpatía y cariño, y llamó a la puerta de su corazón. «Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Este paso, mirada y llamada de Jesús son el principio de la salvación. Difícil escaparse a la mirada y a la llamada de Jesús. Él pasa siempre a nuestro lado.

Todos lo sabían. Ahora viene el otro impedimento, el más importante. Zaqueo era «un hombre pecador». Todos lo sabían. Y su pecado se llamaba injusticia. Se había hecho rico a costa de los pobres. Por eso todos lo miraban mal. Ninguna persona justa se atrevía a entrar en su casa. Pero Jesús sí se atrevió a entrar. Ha venido precisamente para eso, para buscar y salvar a los pecadores. Los busca; estén en el árbol o en el pozo o en la piscina o en la cruz; o en el puesto de trabajo o en la plaza pública o en la taberna o en el hospital o en la cárcel o en la chabola. No le importan nuestros pecados, sólo le importa nuestra salvación.

Dejar un poco de «basura»

Con alegría Zaqueo hizo sus donaciones "puesto en pie" y en un clima de fiesta y gozo incontenible. No es nada heroico dejar un poco de "basura", cuando se ha encontrado el verdadero tesoro. Para aquél que ha conocido a Cristo todo lo demás resulta paja o tiranía inaguantable.

Es un hombre nuevo que, decidido, cambia radicalmente el rumbo de su vida y todos sus esquemas, su modo de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente... Ha descubierto que puede "elevar" su estatura. Ha cogido la mano que Jesús le ha tendido y quiere caminar por su mismo camino. Hasta ahora sólo sabía usar y abusar del prójimo; ahora está decidido a compartir su vida y sus bienes con los pobres. Ha aprendido a decir "nosotros". Comprende que tiene que darle la vuelta a todo; comprende que el "tener" le impide "ser".

Lo malo para entrar en el Reino de Dios no es sólo la riqueza, sino especialmente, la "buena conciencia". La ventaja de Zaqueo frente a estos ricos, respetados en la sociedad, es que él no halla nada y a nadie que pueda justificar su riqueza. La marginación que padece le ayuda a no falsificar su conciencia, engañándose a sí mismo y teniéndose por un bendito de Dios. Considerado por todos como un pecador público, Zaqueo no se tiene a sí mismo por justo.

El gozo de la conversión. La conversión es la respuesta a la Buena Noticia, lo mismo que la fe. Es, por lo tanto, o debiera ser en cualquier caso, una respuesta gozosa. Zaqueo hace lo que debe y responde gozosamente al evangelio.

Su decisión se enmarca seguramente en una comida de fiesta, a la que se ha invitado Jesús. Podemos afirmar que aquello fue como una Eucaristía y que toda Eucaristía es un banquete en el que Jesús, el Señor, se sienta a comer con los pecadores. En efecto, la Eucaristía es una fiesta de reconciliación. No sólo de los hombres con Dios por medio de J.C., su enviado, sino también de todos los hombres en J.C., que es el hermano universal. Si la fracción del pan es el símbolo del amor y de la convivencia fraterna, el vino es el símbolo de la fiesta que celebra dicha convivencia. Si el pan es la vida compartida, el vino es la abundancia de la vida que Jesús ha venido a traer a la tierra.

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sábado, 30 de octubre de 2010

"El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado"

¡Amor y paz!

Jesús insiste hoy en algo que ya dijo otras veces... ¡Sean humildes! ¡Dispónganse a ser servidores de los demás! ¡Ocupen el último puesto! ¡Los pequeños son los más grandes! ¡Si no se hacen pequeños, no entrarán en el Reino de Dios!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Sábado de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 14,1.7-11.

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: "Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio', y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate más', y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado"
. Comentario

a) Invitado a comer en casa de un fariseo, Jesús aprovecha para darles una lección plástica de humildad.

No sabíamos decir si se trata de una parábola, o sencillamente, de un hecho observado en la vida. Lo de buscar los primeros puestos era, se ve, un defecto característico de los fariseos. Hace pocos días leíamos cómo Jesús se lo echaba en cara: "Ay de vosotros, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas" (Lc 11,43). Hoy les invita a elegir los lugares más humildes. La lección se resume al final: "porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".

b) No hace falta que seamos fariseos para merecer la reprimenda de Jesús. Porque a todos nos gusta aparecer y ser vistos y alabados por la gente. Eso no pasa sólo en los actos políticos y sociales, en que se sigue un riguroso orden protocolario, sino también en nuestra vida de cada día, en que cada uno intenta deslumbrar a los otros mostrando un nivel de vida y unas cualidades, que a veces son nada más apariencia, pero que provocan la admiración y la envidia.

Jesús nos ha enseñado una y otra vez que su estilo y, por tanto, el de sus discípulos, debe ser el contrario: la humildad y la sencillez de corazón. Aunque eso de ser humildes no esté de moda en el mundo de hoy. A los seguidores de Jesús no les tendría que importar ocupar los últimos lugares. Y no como un truco, para que luego nos inviten a subir, sino con sinceridad, por imitación del Maestro, que no vino a ser servido sino a servir.

¿O somos como los apóstoles, que no acababan de entender la lección de humildad, y discutían sobre quién iba a ocupar los puestos de honor? ¿no tendríamos que moderar nuestro afán de protagonismo y de aparecer?

Si fuéramos humildes, seríamos más felices: nos llevaríamos menos disgustos. Seríamos más aceptados por los demás: a los vanidosos nadie les quiere. Y más agradables a los ojos de Dios: él prefiere a los humildes.

Un ejemplo muy cercano lo tenemos en la Virgen María, la madre de Jesús. Humilde y discreta, ella pudo decir, resumiendo también el estilo de Dios en la historia: "enaltece a los humildes y a los ricos los despide vacíos". Y, hablando de sí misma, "ha mirado la pequeñez de su sierva".

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 236-240

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viernes, 29 de octubre de 2010

Primero el amor, luego la ley o tradición

¡Amor y paz!

Hoy Jesús hace una pregunta provocadora: “¿Es lícito curar en sábado?”. Este mismo interrogante se vienen haciendo los fariseos de todos los tiempos que prefieren enredarse en la interpretación de las normas para tratar de disculpar la desatención al enfermo o desvalido.

Es el interrogante que tantos hombres se hacen, de una u otra manera, para continuar cruzados de brazos mientras los pobres, los enfermos, los pecadores esperan angustiados la solución a sus problemas.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 14,1-6.

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Delante de él había un hombre enfermo de hidropesía. Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: "¿Está permitido curar en sábado o no?". Pero ellos guardaron silencio. Entonces Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió. Y volviéndose hacia ellos, les dijo: "Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca en seguida, aunque sea sábado?". A esto no pudieron responder nada.

Comentario

En la curación del hidrópico, Lucas quiere hacernos ver varios aspectos interesantes de las actitudes de Jesús. Una, Jesús se dejaba ver por todos, pero en todas sus actitudes había siempre una enseñanza para unos y otros. Por supuesto, que quienes seguían a Jesús para buscar una conversión, una palabra de aliento o para aprender a conocer a Dios, eran los verdaderos seguidores del Hijo del Hombre, pero, quienes lo observaban para criticarlo, para indisponerlo, para acusarlo ante el Sanedrín, eran los perseguidores de Jesús. Sin embargo, Jesús que podía leer en sus corazones actuaba con la mayor libertad y les enseñaba con su propio testimonio de vida.

Jesús pone a la persona humana por encima de las leyes absurdas de aquel entonces. Pareciera ser que durante toda la semana no hace cosa alguna y reserva sus actuaciones de liberación especialmente, para los días sábados en los que todo estaba prohibido. Cura, perdona y libera a quienes se encuentra en su camino y como conoce la dureza del corazón de sus perseguidores, les cuestiona sobre sus propios intereses si les afecta en un día sábado, para que comprendan que el proyecto de Dios está por encima de ellos y de sus mezquindades.

Cuánto no tendría Jesús que preguntarnos hoy, si echando un vistazo por la tierra y encontrándose con tantos cuadros de miseria humana, sabiendo que su Padre, quien todo lo hizo perfecto, dio a la humanidad lo suficiente para que todos viviéramos con dignidad, supliendo nuestras necesidades ahora y para el futuro; ve con tristeza que unos acaparan todo y la gran e inmensa mayoría se mueren de hambre o apenas tienen con qué sobre vivir.

Que la desmedida ambición y endiosamiento del ser humano le ha llevado a concebir la posibilidad de crear vida humana según su voluntad, desechando la vida de todos los que no sean perfectos a sus ojos. Tanta tecnología, ¿hacia dónde nos conducirá? El ser humano como máquina es reemplazado, descartado porque la eficiencia que exige cada vez, mayor técnica y eficacia, mayores ventas a menores salarios, limitando la posibilidad de la vivencia humana.

Servicio Bíblico Latinoamericano

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jueves, 28 de octubre de 2010

Jesús ora siempre y aún más antes de decidir

¡Amor y paz!

Hacemos hoy un alto en la lectura del capítulo 13 del Evangelio de San Lucas y retornamos al 6, cuando, luego de orar largamente, Jesús llama a sus discípulos y elige a los doce apóstoles. Esto, en razón a que la Iglesia celebra la fiesta de los apóstoles Simón y Judas.

Valga recordar que un apóstol es alguien escogido por Jesús para ser enviado. Es como el eslabón de una cadena. "Viene de" (elegido) y "va hacia" (enviado). Es alguien que no se convierte en centro sino que remite siempre al origen (Jesús) y al final (Jesús).

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 6,12-19.

En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor. Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Comentario

Jesús aparece con frecuencia orando en el evangelio de Lucas. Y lo hace siempre en los momentos más importantes de su vida, relacionados con la muerte que ha de aceptar, como camino para dar vida.

Después del bautismo, en el que se había comprometido a sumergirse en las aguas de la muerte, o lo que es igual, a dar la vida, mientras oraba, bajó sobre él el Espíritu Santo. Tras curar al leproso, “cuando se iba hablando de él cada vez más y grandes multitudes acudían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades”, dice el evangelista que solía retirarse a despoblado a orar, tal vez para no caer en la tentación de llegar a ser un mesías de triunfo y poder (5,15-16). Antes de llamar a sus discípulos, apunta Lucas que Jesús fue al monte a orar y se pasó la noche orando a Dios, quizás para pedirle acertar en la elección y que aquellos que él eligiese estuviesen dispuestos a seguir su camino de servicio hasta la muerte (6,12-17). Antes de anunciar su pasión y resurrección apunta de nuevo Lucas que estaba orando él solo (9,18). Ocho días más tarde, se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte a orar, monte en el que tiene lugar la transfiguración (Lc 9,28) y en el que se le ve entre Elías y Moisés, hablando de su éxodo o muerte.

Los discípulos, que sabían de la importancia que Jesús daba a la oración, un día, al terminar de orar Jesús, se le acercaron y le pidieron que los enseñase a orar (11,1). Jesús les enseñó entonces la oración del padrenuestro que termina diciendo: “y no nos dejes ceder a la tentación”, frase que remite a las tentaciones de Jesús en el desierto en las que Satanás le propone un mesianismo de gloria y poder a espaldas de Dios.

Para no ceder a esta tentación oraba Jesús y para ello es necesario que los cristianos oremos. En la oración sacaremos fuerzas de Dios para vencer esta tentación y aceptar, como Jesús, el camino del servicio hasta la muerte, si fuese necesario.

Servicio Bíblico Latinoamericano 2004

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miércoles, 27 de octubre de 2010

"Esforzaos en entrar por la puerta estrecha"

¡Amor y paz!

¿Son pocos los que se salvan? Para salvarse hay que seguir a Jesús en su camino hacia Jerusalén, lo que significa pasar por la muerte para alcanzar la glorificación. Y para seguir a Jesús se requiere tomar la cruz, decirle no a muchos de nuestros apegos y renunciar a todos nuestros egoísmos y maldades, con el fin de servir a Dios en los hermanos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Miércoles de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga….

Evangelio según San Lucas 13,22-30.

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". El respondió: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'. Y él les responderá: 'No sé de dónde son ustedes'. Entonces comenzarán a decir: 'Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas'. Pero él les dirá: 'No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!'. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos".

Comentario

a) Lucas nos recuerda que "Jesús va de camino hacia Jerusalén". Y, mientras tanto, nos va enseñando cuál es el camino que sus seguidores tienen que recorrer.

La pregunta tiene su origen en una curiosidad que siempre ha existido: "¿serán pocos los que se salven?". En la mentalidad del que preguntaba, la respuesta lógica hubiera sido: "sólo se salvarán los que pertenecen al pueblo judío". Pero a Jesús no le gusta contestar a esta clase de preguntas, y sí aprovecha para dar su lección: "esforzaos en entrar por la puerta estrecha". El Reino es exigente, no se gana cómodamente. En otra ocasión dirá que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que no un rico, uno lleno de sí mismo, entre en el Reino.

Y puede pasar que algunos de los de casa no puedan entrar, a pesar de que "han comido y bebido con el Señor" y que Jesús "ha predicado en sus plazas". No basta, no es automático. Otros muchos, que no han tenido esos privilegios, "vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios". O sea, hay personas que parecían últimas y serán primeras, y otras que se consideraban primeras -el pueblo de Israel, ¿o nosotros mismos?- serán últimas.

b) Esta clase de advertencias no sólo resultaba incómoda para los judíos que escuchaban a Jesús, sino también para nosotros.

Porque nos dice que no basta con pertenecer a su Iglesia o haber celebrado la Eucaristía y escuchado su Palabra: podríamos correr el riesgo de que "se cierre la puerta y nos quedemos fuera del banquete". Depende de si hemos sabido corresponder a esos dones.

En el sermón de la montaña ya nos había avisado: "entrad por la entrada estrecha, porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la vida!" (Mt 7,13-14). El Reino es exigente y, a la vez, abierto a todos. No se decidirá por la raza o la asociación a la que uno pertenezca, sino por la respuesta de fe que hayamos dado en nuestra vida. Al final del evangelio de Mateo se nos dice cuál va a ser el criterio para evaluar esa conversión: "me disteis de comer... me visitasteis". Ahí se ve en qué sentido es estrecha la puerta del cielo, porque la caridad es de lo que más nos cuesta.

El Apocalipsis nos dice que es incontable el número de los que se salvan: "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar" (Ap 7), gritando la victoria de Cristo y participando de su alegría. La puerta es estrecha pero, con la ayuda de Dios, muchos logran atravesarla. Los malvados, los idólatras y embusteros, caerán en el lago que arde con fuego (Ap 21,8), y los que han seguido a Cristo "entrarán por las puertas en la Ciudad" (Ap 22,14).

Es de esperar que nosotros estemos bien orientados en el camino y que lo sigamos con corazón alegre. Para que al final no tengamos que estar gritando: "Señor, ábrenos", ni oigamos la negativa "no sé quiénes sois", sino la palabra acogedora: "venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros".

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 224-228

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martes, 26 de octubre de 2010

Dios se vale de lo sencillo para expandir su Reino

¡Amor y paz!

En verdad, nos gusta lo espectacular, lo extraordinario. A eso nos tienen acostumbrados los medios de comunicación, para los que no hay noticia en lo pequeño y común y corriente. Ese, sin embargo, no es el estilo de Dios, que se vale de lo más sencillo y humilde para anunciar y extender su Reino.

De tal manera, hay que destacar que el mismo nacimiento del Hijo de Dios hubiera podido ser realmente espectacular, en medio de lujos y derroche. Pero no. Incluso en su Navidad, el Señor prefirió la humildad y la sencillez.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Martes de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 13,18-21.

Jesús dijo entonces: "¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas". Dijo también: "¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa".

Comentario

a) Dos breves comparaciones le sirven a Jesús para explicarnos cómo actúa el Reino de Dios en este mundo: el grano de mostaza que sembró un hombre y la levadura con la que una mujer quiso fabricar pan para su familia.

La semilla de la mostaza, aunque aquí no lo recuerde Lucas, es en verdad pequeñísima.

Y, sin embargo, tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos.

Un poco de levadura es capaz de transformar tres medidas de harina, haciéndola fermentar.

b) A nosotros nos suelen gustar las cosas espectaculares, solemnes y, a ser posible, rápidas.

No es ése el estilo de Dios. ¡Cuántas veces, tanto en el AT como en el NT y en la historia de la Iglesia, Dios se sirve de medios que humanamente parecen insignificantes, pero consigue frutos muy notables! La Iglesia empezó en Israel, pueblo pequeño en el concierto político de su tiempo, animada por unos apóstoles que eran personas muy sencillas, en medio de persecuciones que parecía que iban a ahogar la iniciativa. Pero, como el grano de mostaza y como la pequeña porción de levadura, la fe cristiana fue transformando a todo el mundo conocido y creció hasta ser un árbol en el que anidan generaciones y generaciones de creyentes.

Así crecen las iniciativas de Dios. Esa es la fuerza expansiva que posee su Palabra, como la que ha dado en el orden cósmico a la humilde semilla que se entierra y muere.

Estas palabras de Jesús corrigen nuestras perspectivas. Nos enseñan a tener paciencia y a no precipitarnos, a recordar que Dios tiene predilección por los humildes y sencillos, y no por los que humanamente son aplaudidos por su eficacia. Su Reino -su Palabra, su evangelio, su gracia- actúa, también hoy, humildemente, desde dentro, vivificado por el Espíritu.

No nos dejemos desalentar por las apariencias de fracaso o de lentitud: la Iglesia sigue creciendo con la fuerza de Dios. En silencio. Un árbol seco que cae estrepitosamente hace mucho ruido, y puede provocar un escándalo en la Iglesia. Fijémonos más bien en tantos y tantos árboles que, silenciosamente, viven y están creciendo. Abunda más el bien que el mal, aunque éste se vea más.

Lo que sí tenemos que cuidar es el no caer nosotros mismos en la pereza y en el conformismo. Estamos destinados a crecer y a producir fruto, a ser levadura en el ambiente en que vivimos, ayudando a este mundo a transformarse en un cielo nuevo y en una tierra nueva.

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 220-224

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lunes, 25 de octubre de 2010

Jesús nos libera de todas nuestras esclavitudes

¡Amor y paz!

El episodio de hoy en el Evangelio es representativo de la acción de Jesús sobre todos los oprimidos del mundo. La mujer, entre ellos, fue terriblemente subvalorada y maltratada en la época de nuestro Señor. Y peor: la que nos presenta el evangelista Lucas es una mujer encorvada; sólo podía mirar al suelo, nunca a los ojos de sus hermanos. Así es que Jesús se conmueve y la libera de su esclavitud, aunque fuere en un día prohibido por la ley mosaica.

Jesús nos libera de todo lo que nos esclaviza. Algunas de esas cadenas nos las ponen los demás; otras, como los vicios, nos los colocamos nosotros mismos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Lunes de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 13,10-17.

Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: "Mujer, estás curada de tu enfermedad", y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: "Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado". El Señor le respondió: "¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?". Al oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.

Comentario

Quiero fijarme especialmente en el caso de la mujer encorvada. Es todo un símbolo. Una mujer encorvada hacía tanto tiempo; una mujer que no puede enderezarse ni levantar su cabeza al cielo; una mujer que lleva un peso encima que no puede soportar; una mujer cansada y oprimida; una mujer hundida y aplastada; una mujer que ha recibido en sus espaldas palos incontables; una mujer que se agacha para que otros pasen, que, como describía el profeta exílico, «a ti misma te decían: póstrate para que pasemos, y tú pusiste tu espalda como suelo y como calle de los que pasaban» (/Is/51/23). Es todo un símbolo del antiguo pueblo de Dios. Es un símbolo de todas las mujeres, excesivamente vejadas, en la historia. Es un símbolo de todos los que soportan pesos intolerables, de cualquier tipo que sean. Puede que sean más de lo que nos parece, aunque sus espaldas no se curven materialmente.

He ahí a hombres y mujeres curvados por el peso del hambre y de la pobreza. Hombres y mujeres curvados por el peso de los hijos y las preocupaciones familiares. Hombres y mujeres curvados por el peso de los trabajos y los desvelos. Hombres y mujeres curvados por el esfuerzo y la lucha de la vida. Hombres y mujeres curvados por la incomprensión y la soledad. Hombres y mujeres curvados por el vicio y los apegos. Hombres y mujeres curvados por los recuerdos y los remordimientos, por los fracasos y las tristezas. Hombres y mujeres curvados por la falta de salud y por los años. Gesto simbólico.

Pero ahora viene la reacción de Cristo. Al ver a esta mujer, no lo aguanta. Ni siquiera espera que ella le pida nada, como en los otros milagros. Tampoco le importa a Jesús que sea o no sea sábado. Eso era una muleta más. Jesús la llamó, la impuso las manos y la levantó.

Es también un gesto simbólico. Dios no nos quiere encorvados y afligidos. Dios no nos quiere oprimidos y esclavizados, ni caídos ni acobardados, ni deprimidos ni postrados. El nos quiere libres. El nos quiere erectos. El nos quiere en pie

En pie significa libertad, confianza, transcendencia. Dios no ha creado al hombre para que viva de rodillas, sino para que viva con dignidad, para que sea libre y creador.

Por eso, uno de los imperativos que más se repiten en la historia de la salvación es el «levántate». Dios es «el que endereza a los que ya se doblan», «el que levanta de la miseria al pobre», «el que levanta del polvo al desvalido» (cf. /1S/02/08; Sal 107, 41; /Sal/113/07...).

Por eso Dios mismo intervino para liberar a su pueblo del peso de la dura esclavitud.

-¡Levántate!

Y por eso se nos acerca el mismo Dios en Cristo Jesús: para quitarnos todas las cargas y los yugos: "Venid a mí...» (Mt. 11, 28). Y extiende su mano para levantar a los que están postrados, con el imperativo: «Levántate», sea a la suegra de Pedro (Mc. 1, 30-31), sea a la hija de Jairo (Mc. 5, 41 = Talita Kum), sea a la mujer encorvada.

Levántate. A Dios le gusta vernos de pie. En este sentido, la Iglesia prohibía en los primeros siglos que la liturgia del domingo se celebrara de rodillas, signo de postración; de pie, que era signo de libertad y alegría. Pues así debemos ir por la vida, porque para el cristiano siempre y todo es una fiesta.

Hoy quiere el Señor levantarnos también a nosotros. No quiere que vayamos por la vida agobiados y encorvados. Pongamos todas nuestras cargas en el Señor, sean materiales, sean espirituales. Si hay alguna fuerza que te oprime y de la que no eres capaz de liberarte, di a Cristo que extienda su mano sobre ti y diga con fuerza su palabra: "Kum, levántate".

Cáritas
Un amor así de grande
Cuaresma y Pascua 1991.Págs. 116 ss.

www.mercaba.org

domingo, 24 de octubre de 2010

“…por considerarse justos, despreciaban a los demás”

¡Amor y paz!

Jesús pronuncia hoy la famosa parábola del fariseo y del publicano. Y lo hace porque, como ocurre hoy también, en su tiempo algunos se creían buenos, seguros de sí mismos (de lo que pensaban y de lo que hacían) y despreciaban a los demás.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXX Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 18,9-14.

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".

Comentario

Cuentan que un hombre que iba creciendo en su vida espiritual, llegó un momento en el que se dio cuenta de que era santo... En ese mismo instante, retrocedió todo el camino que había recorrido y tuvo que volver a comenzar desde cero. Cuando una persona va trabajando intensamente en su proceso de crecimiento espiritual, tiene que cuidarse de dos amenazas: la primera es perder la esperanza y pensar que nunca va a alcanzar la meta. La segunda, no menos peligrosa, es pensar que ya llegó. Las dos situaciones son igualmente nocivas. Ambas producen un estancamiento en el camino espiritual.

La parábola que Jesús nos cuenta este domingo, fue dicha para “algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás”. Dice Jesús que “dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. Yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano’. Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Dos actitudes que representan formas distintas de presentarse ante Dios. La primera, del que se siente justificado y seguro; cree que su comportamiento corresponde al plan de Dios; esta persona piensa que no necesita crecer más; tal como está, merece el premio para el cual ha venido trabajando intensamente. La segunda, del que se siente en camino, con muchas cosas por mejorar; se sabe necesitado de Dios y de su gracia; se sabe incompleto, en construcción.

La conclusión de Jesús es que el “cobrador de impuestos volvió a su casa ya justo, pero el fariseo, no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Esta es la lógica del reino de Dios. Una lógica que contradice nuestra manera de pensar. Hay que reconocer que es bueno ser conscientes de nuestros avances y logros; ciertamente, es sano saber que nos comportamos bien y que nuestra manera de obrar está de acuerdo con el plan de Dios. Todo esto coincide con una sana autoestima, tan valorada recientemente por algunas corrientes psicológicas. Pero no debemos olvidar que esta actitud puede llevarnos a perder de vista lo que nos falta por avanzar en el propio camino espiritual; y, por otro lado, puede producir una actitud de desprecio por aquellos que, por lo menos aparentemente, van un poco más atrás.

Por otra parte, si vivimos en la verdad, reconociendo nuestros propios límites, sabiendo que no estamos terminados, tendremos siempre la alternativa del crecimiento; podremos avanzar siempre más adelante. Cuando acogemos nuestra frágil humanidad, en toda su complejidad de luces y sombras, y somos conscientes de nuestros defectos, comienza en ese mismo momento a generarse el proceso de la sanación interior. No hay sanación que no pase por el propio reconocimiento del límite. Esto supone mantener siempre activa la esperanza para seguir caminando, aunque todavía sintamos que nos falta mucho para llegar al final de nuestro crecimiento espiritual. Tan peligroso para nuestra vida es dejar de caminar, como pensar, antes de tiempo, que ya llegamos.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá