¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 3 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Heb 10,11-18):
Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio,
diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún
modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para
siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera
el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus
pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo
consagrados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después
de decir: Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días dice
el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente; añade:
Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes. Donde hay perdón, no hay
ofrenda por los pecados.
Salmo responsorial: 109
R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y
haré de tus enemigos estrado de tus pies.
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: somete en la batalla a tus
enemigos.
Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo
mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el
rito de Melquisedec.
Versículo antes del Evangelio (---): Aleluya. La semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquel que lo encuentra vivirá para siempre. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 4,1-20):
En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a
orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una
barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del
mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su
instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al
sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la
comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y
brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se
agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron
los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena
y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras
sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban
sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el
misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en
parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no
entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone».
Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas
las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del
camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene
Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados
en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con
alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en
cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra,
sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que
han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las
riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda
sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la
acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».
Comentario
Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del
sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”.
También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su
Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los
bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal.
Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya
que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas
las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las
sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.
El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y
modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de
ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder
amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un
misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay
muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la
Revelación.
En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu
Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer
lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se
mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima
fácil de Satanás.
Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el
conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa
santidad» (San Josemaría).
Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos
“ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos
señores...» (Mt 6,24).
En Santa María encontramos el mejor modelo de correspondencia a la llamada de
Dios.
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Evangeli.net
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