¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 2 de Cuaresma, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Jer 18,18-20):
Algunos dijeron: «Venga, tramemos un plan contra Jeremías porque no faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta. Venga, vamos a hablar mal de él y no hagamos caso de sus oráculos». Hazme caso, Señor, escucha lo que dicen mis oponentes. ¿Se paga el bien con el mal?, ¡pues me han cavado una fosa! Recuerda que estuve ante ti, pidiendo clemencia por ellos, para apartar tu cólera.
Salmo responsorial: 30
R/. Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi
amparo. A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás.
Oigo el cuchicheo de la gente, y todo me da miedo; se conjuran contra mí y
traman quitarme la vida.
Pero yo confío en ti, Señor; te digo: «Tú eres mi Dios». En tu mano está mi
destino: líbrame de los enemigos que me persiguen.
Versículo antes del Evangelio (Jn 8,12):
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
Texto del Evangelio (Mt 20,17-28):
En aquel tiempo,
cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por
el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado
a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los
gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día
resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se
postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda
que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en
tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo
voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero
sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es
para quienes está preparado por mi Padre».
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús
los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como
señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así
entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro
esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Comentario
Hoy, la Iglesia —inspirada por el Espíritu Santo— nos
propone en este tiempo de Cuaresma un texto en el que Jesús plantea a sus
discípulos —y, por lo tanto, también a nosotros— un cambio de mentalidad. Jesús
hoy voltea las visiones humanas y terrenales de sus discípulos y les abre un
nuevo horizonte de comprensión sobre cuál ha de ser el estilo de vida de sus
seguidores.
Nuestras inclinaciones naturales nos mueven al deseo de dominar las cosas y a
las personas, mandar y dar órdenes, que se haga lo que a nosotros nos gusta,
que la gente nos reconozca un status, una posición. Pues bien, el camino que
Jesús nos propone es el opuesto: «El que quiera llegar a ser grande entre
vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros,
será vuestro esclavo» (Mt 20,26-27). “Servidor”, “esclavo”: ¡no podemos
quedarnos en el enunciado de las palabras!; las hemos escuchado cientos de
veces, hemos de ser capaces de entrar en contacto con la realidad que
significan, y confrontar dicha realidad con nuestras actitudes y
comportamientos.
El Concilio Vaticano II ha afirmado que «el hombre adquiere su plenitud a
través del servicio y la entrega a los demás». En este caso, nos parece que
damos la vida, cuando realmente la estamos encontrando. El hombre que no vive
para servir no sirve para vivir. Y en esta actitud, nuestro modelo es el mismo
Cristo —el hombre plenamente hombre— pues «el Hijo del hombre no ha venido a
ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28).
Ser servidor, ser esclavo, tal y como nos lo pide Jesús es imposible para
nosotros. Queda fuera del alcance de nuestra pobre voluntad: hemos de implorar,
esperar y desear intensamente que se nos concedan esos dones. La Cuaresma y sus
prácticas cuaresmales —ayuno, limosna y oración— nos recuerdan que para recibir
esos dones nos debemos disponer adecuadamente.
Rev. D. Francesc JORDANA i Soler (Mirasol, Barcelona, España)
Evangeli. net
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