¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, cuando celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista.
Dios nos bendice...
Primera lectura
Is 49, 1-6
Escúchenme,
islas;
pueblos lejanos, atiéndanme.
El Señor me llamó desde el vientre de mi madre;
cuando aún estaba yo en el seno materno,
él pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada filosa,
me escondió en la sombra de su mano,
me hizo flecha puntiaguda,
me guardó en su aljaba y me dijo:
"Tú eres mi siervo, Israel;
en ti manifestaré mi gloria".
Entonces yo pensé: "En vano me he cansado,
inútilmente he gastado mis fuerzas;
en realidad mi causa estaba en manos del Señor,
mi recompensa la tenía mi Dios".
Ahora habla el Señor,
el que me formó desde el seno materno,
para que fuera su servidor,
para hacer que Jacob volviera a él
y congregar a Israel en torno suyo
–tanto así me honró el Señor
y mi Dios fue mi fuerza–.
Ahora, pues, dice el Señor:
"Es poco que seas mi siervo
sólo para restablecer a las tribus de Jacob
y reunir a los sobrevivientes de Israel;
te voy a convertir en luz de las naciones,
para que mi salvación llegue
hasta los últimos rincones de la tierra".
Salmo Responsorial
Salmo 138, 1-3. 13-14ab. 14c-15
R.
(14a) Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Tú me conoces, Señor, profundamente:
tú conoces cuándo me siento y me levanto,
desde lejos sabes mis pensamientos,
tú observas mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
R.
Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el seno materno.
Te doy gracias por tan grandes maravillas;
soy un prodigio y tus obras son prodigiosas.
R.
Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Conocías plenamente mi alma;
no se te escondía mi organismo,
cuando en lo oculto me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra.
R. Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Segunda lectura
Hch 13, 22-26
En aquellos días, Pablo les dijo a los judíos: "Hermanos: Dios les dio a
nuestros padres como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a
David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis
designios.
Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un
salvador: Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel
un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: 'Yo no soy
el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle
las sandalias'.
Hermanos míos, descendientes de Abraham, y cuantos temen a Dios: Este mensaje
de salvación les ha sido enviado a ustedes".
Aclamación antes del Evangelio
Lc 1, 76
R.
Aleluya, aleluya.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.
R. Aleluya.
Evangelio
Lc 1, 57-66. 80
Por
aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando
sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan
grande misericordia, se regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como
su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: "No. Su nombre será
Juan". Ellos le decían: "Pero si ninguno de tus parientes se llama
así".
Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño.
Él pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre". Todos se
quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró
el habla y empezó a bendecir a Dios.
Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos y en toda la región montañosa
de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban
impresionados: "¿Qué va a ser de este niño?" Esto lo decían, porque
realmente la mano de Dios estaba con él.
El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y
vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.
Comentario
Juan Bautista tiene un lugar especial dentro de la liturgia de la Iglesia. Tiene rango de solemnidad, que es el más alto. Se celebra el día de su nacimiento o natividad, cosa que no se hace con los santos, que siempre se celebra su muerte o "dies natalis", que se considera como el día de su nacimiento a la gloria o vida de Dios. En el caso de san Juan se celebran los dos: el nacimiento, hoy, y su martirio, el 29 de agosto, la Degollación de san Juan Bta. El culto a san Juan, a través de la historia ha estado muy extendido y su iconografía es muy abundante. Juan es una figura del A. y N. T., pero que entra torrencialmente en el proceso cristiano y en la vida de la Iglesia. La coincidencia de su fiesta con un tiempo de luz y color ha dado a esta noche de san Juan, en algunas partes, un esplendor especial.
Lo primero que destaca en san Juan Bta. es su personalidad. Recia y austera como un hombre del desierto, forjado a la intemperie y la sobriedad en el comer. Vestido con piel de camello, se nos dice, y comiendo miel silvestre y saltamontes. Tal vez acostumbrado a la fuerte disciplina de los esenios y a su espiritualidad de élite.
Sabemos también de su valentía al echar en cara a Herodes su vida y del testimonio definitivo de su martirio. Esto completa y sella la personalidad de Juan Bta. Recia, austera y valiente la figura de Juan Bta.
Dos signos detectan la misión de esta figura.
El primero es el bautismo para la remisión de los pecados. Predicaba y administraba el bautismo de penitencia. Era la voz que gritaba en el desierto el arrepentimiento de los pecados, la conversión o el cambio a una nueva vida. El bautismo de agua era un signo religioso ya usado en otros tiempos y otras religiones, pero Juan le daba una urgencia y un sentido muy especiales.
Muchos buenos judíos pasaron por este bautismo. También Jesús. Él administraba este bautismo como preparación para un acontecimiento mayor que ya estaba llamando a las puertas de la historia y como una exigencia interior de todo hombre religiosamente sincero. Era el bautista y también el precursor.
El segundo signo o gesto de este hombre está muy representado en la iconografía cristiana de todos los tiempos. Es el dedo indicador del Mesías. Ese es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo, ése es al que hay que seguir, él es el Salvador y el que trae el Espíritu Santo de Dios.
Juan es bautista y precursor, misión que ha quedado plasmada en los dos signos comentados.
Juan predicaba y exigía una conversión que se condensaba en el bautismo para la remisión
de los pecados. Esto era, podemos decir, la vertiente más espiritual de su mensaje.
Pero también pedía que esa conversión diera sus frutos, frutos sociales visibles y palpables.
Estas exigencias sociales de la conversión están en línea con lo que había sido el mensaje de los antiguos profetas, especialmente Isaías, Jeremías y Amós, que continuamente hacía referencia a lo que más tarde se ha llamado justicia social haciendo alusión directa a los lujos y despilfarro de las clases sociales altas y a la pobreza y miseria de las clases humildes de la sociedad.
Cuando el pueblo en general y los diversos estamentos en particular se acercan a Juan y le preguntan qué tienen que hacer, la contestación de éste está en sintonía con la predicación de los antiguos profetas tanto en el aspecto de justicia social como en la dureza de su lenguaje.
A la gente, en general, le dice que el que tenga dos túnicas reparta con el que no tiene ninguna, y al que tenga comida que haga lo mismo.
A los publicanos, ya en concreto, que se acercan a bautizarse les pide que no exijan más tributos que los fijados.
A los soldados les pide algo muy propio de quien tiene el arma en la mano y puede tirar de espada rápidamente: no usar la violencia, no hacer extorsión a nadie y contentarse con la paga.
A todos les insiste en que la conversión verdadera tiene que dar sus frutos, que no bastan las palabras, ni el considerarse hijos de Abrahán. Esto se lo dice especialmente a fariseos y saduceos, a quienes llama "raza de víboras".
Dice gráficamente que "ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto va a ser cortado y echado al fuego" (Mt 3. 10). Habla de un juicio inminente y de que alguien tiene el bieldo en la mano para aventar la era y recoger el trigo y quemar la paja en el fuego que no se apaga.
Juan tiene conciencia clara y humilde de su condición de precursor y dice que él no es el esperado, que otro más fuerte que él ya viene de camino, a quien no es digno de desatar las correas de sus sandalias, que él bautiza sólo con agua, pero el que viene lo hará con fuego y Esp. Sto.
MARTÍNEZ
DE VADILLO
DABAR 1990, 34
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