¡Amor y
paz!
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves 20o del Tiempo Ordinario, en que
celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina.
Dios nos
bendice…
Lecturas de hoy Santa María Virgen, reina
Hoy, jueves, 22 de
agosto de 2019
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (9,1-3.5-6):
El pueblo que
caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una
luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu
presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque
la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los
quebrantaste como el día de Madián. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se
nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: «Maravilla de
Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz.» Para dilatar el
principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por
siempre. El celo del Señor de los ejércitos lo realizará.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 112,1-2.3-4.5-6.7-8
R/. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre
Alabad, siervos del
Señor,
alabad el nombre del
Señor.
Bendito sea el
nombre del Señor,
ahora
y por siempre. R/.
De la salida del sol
hasta su ocaso,
alabado sea el
nombre del Señor.
El Señor se eleva
sobre todos los pueblos,
su
gloria sobre los cielos. R/.
¿Quién como el
Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su
trono
y
se abaja para mirar al cielo y a la tierra? R/.
Levanta del polvo al
desvalido,
alza de la basura al
pobre,
para sentarlo con
los príncipes,
los
príncipes de su pueblo. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):
En aquel tiempo, el
ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a
una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la
virgen se llamaba María.
El ángel, entrando
en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella
se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al
ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le
contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un
hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada
hay imposible.»
María contestó:
«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el
ángel.
Palabra del Señor
Comentario
La liturgia nos
ofrece a mitad de semana un bello respiro. No se trata de un recuerdo con gran
relevancia litúrgica; la Iglesia no ha hecho de él fiesta ni solemnidad, pero
sí nos acerca a algo singularmente hermoso: María, la madre de Cristo -el Rey-,
es también Reina y participa de la soberanía de su Hijo, el Resucitado, sobre
todo lo creado. La María Asunta que hemos celebrado hace una semana es también
“reina de cielos y tierra”. Como recuerda hoy el Martirologio, madre del
Príncipe de la Paz, madre de la misericordia.
Es probable que
muchas comunidades interrumpan en este día la lectura continua de la Palabra
para evocar el misterio de la Anunciación. Quien lea el texto de Mateo
recordará a los invitados a la boda que encontraron excusa para no presentarse.
María hizo un camino de fe, y fue también sorprendida por la voz del Padre en
sus encrucijadas. Tuvo muy fácil haber tomado el rumbo de la excusa, de la
objeción, pero aceptó participar con una intensidad insuperable de la cruz de
su hijo.
En estas semanas se
recuerda a menudo a quienes peregrinan, por ejemplo, hacia Santiago de
Compostela. Quien camina cansado o despacio ve con singular cariño y gratitud
al compañero de aventura que una vez que ha llegado a su destino vuelve hacia
atrás para aligerar la carga de los demás. En esas personas, especialmente
samaritanas, he visto muchas veces a María. Ella, llegada al final del camino,
vuelve sin cesar para aligerar y acompañar el nuestro. Ella, la Reina, ha
comprendido muy bien el sentido del servicio. Por eso la Iglesia la proclama
“la discípula más perfecta de su Hijo”. Buen espejo para mirarse; buena escuela
para aprender.
¡Gracias, María, Reina, por seguir haciendo camino
con nosotros!
Ciudad Redonda
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